DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA ÁRABE SIRIA
ANTE LA SANTA SEDE*
Jueves 4 de octubre de 1973
Señor Embajador:
El homenaje que acabáis de tributar a la Santa Sede, la confianza que atestiguáis para con ella en nombre del pueblo sirio, nos mueven profundamente. Con nuestro agradecimiento, presentamos a Vuestra Excelencia nuestros deseos de cordial bienvenida. Aceptamos con gratitud el homenaje de Su Excelencia el Señor Presidente de la República Árabe Siria, cuyo intérprete os habéis hecho al entregarnos estas Cartas Credenciales.
El puesto que ocupáis hoy en el cuadro de los Embajadores de vuestro país, atestigua la voluntad de vuestro Gobierno y del pueblo sirio de mantener y reforzar una colaboración sincera y fructuosa con la Santa Sede, para desarrollar y poner en práctica los más elevados ideales de justicia, de paz y de fraternidad. No dudamos que vuestra alta misión contribuirá al servicio de este noble propósito.
Entre estos valores humanos, inseparables a nuestro modo de ver de una actitud espiritual, Vuestra Excelencia ha querido subrayar el espíritu universalista. Efectivamente, ahí se encuentra una característica esencial del mensaje de que la iglesia católica es portadora. Si ningún pueblo puede ser excluido de la familia espiritual compuesta por todos aquellos a quienes abraza la misericordia de Dios, ninguno puede tampoco ser excluido de la familia humana: cada uno debe poder ser reconocido en ella, hacer valer sus derechos inviolables a la existencia, a la vida, a la dignidad de sus miembros, sin olvidar sus obligaciones para con los otros miembros.
Desgraciadamente esta obra de razón y de justicia, único camino hacia una fraternidad verdadera, se encuentra frecuentemente despreciada. Ningún hombre, que merezca ese nombre, ningún creyente especialmente, ninguna nación tampoco, podría desinteresarse de situaciones que hacen sentir su pesada carga sobre muchas poblaciones civiles y ponen en peligro el bien común de la humanidad. Es necesario conseguir que cada uno considere en todo hombre un hermano, formar las conciencias para este deber capital, obtener el acuerdo de la más amplia opinión pública, buscar sin cansancio los acuerdos y los instrumentos jurídicos que garanticen a todos la justicia.
En este terreno es, como sabe Vuestra Excelencia, donde nosotros ejercemos nuestra misión de amor, de paz, de fraternidad, y lo haremos con un renovado fervor en favor de este querido Oriente Medio, al que amamos por tantas razones. Con este espíritu, estamos muy atentos a las esperanzas y a los sufrimientos de vuestros pueblos, de los que os habéis hecho eco en nuestra presencia.
Pensamos con especial afecto en las comunidades católicas de Siria, dichoso de verlas compartir la cultura y las aspiraciones de sus compatriotas, en fidelidad a su Iglesia, a su fe y a todo lo que permite su expresión. Saludamos cordialmente a sus hermanos cristianos, que se esfuerzan también por vivir las exigencias evangélicas. Expresamos igualmente nuestra estima a todos los creyentes que se preocupan por encontrar la voluntad del Dios justo y misericordioso. Para todo el pueblo sirio y para sus dirigentes, y, en primer lugar, para usted mismo, señor Embajador, que los representáis ante nosotros, imploramos las bendiciones del Todopoderoso, para que les conduzca, les proteja y les acompañe en el camino de la justicia y de la paz.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.42, p.2.
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