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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LA SECRETARIA GENERAL
DEL «AÑO INTERNACIONAL DE LA MUJER»*

Miércoles 6 de noviembre de 1974

 

Con mucho gusto saludarnos hoy en su persona a la representante del compromiso asumido por las Naciones Unidas para el "Año Internacional de la Mujer", proclamado para el 1975; este encuentro nos brinda la oportunidad de expresar la simpatía y la atención con que queremos seguir esta iniciativa.

En efecto, dicha iniciativa no encuentra a la Iglesia desentendida del problema o al margen de un claro deseo de resolverlo. Al contrario: en el esfuerzo actual para promocionar a la mujer en la sociedad humana la Iglesia ha reconocido ya "un signo de los tiempos" y ha visto en él un llamamiento del Espíritu. La Comisión de Estudio, que hemos constituido, accediendo al deseo manifestado por el Sínodo de 1971, ha recibido precisamente el encargo de estudiar, cotejando las aspiraciones del mundo actual y la doctrina iluminante de la Iglesia, la plena participación de la mujer en la vida comunitaria de la Iglesia y de la sociedad.

Por eso, el programa del Año internacional de la Mujer, bien sintetizado en el tema "La igualdad, el desarrollo y la paz", no es ajeno al interés más vivo de la misma iglesia.

La igualdad sólo podrá encontrarse en su fundamento esencial, que es la dignidad de la persona humana, hombre y mujer, y en su relación filial con Dios, del cual es imagen visible.

Pero esto no excluye la distinción, dentro de la unidad, y la aportación específica de la mujer al pleno desarrollo de la sociedad, según su vocación propia y personal.

De esta manera la mujer actual podrá cobrar mayor conciencia de sus derechos y deberes, y podrá contribuir no sólo a la elevación de si misma, sino también a un progreso cualitativo de la convivencia humana, "en el desarrollo y en la paz".

Y como la célula fundamental y vivificante de la sociedad humana sigue siendo la familia, según el plan mismo de Dios, la mujer conservará y desarrollará principalmente en la comunidad familiar, en plena corresponsabilidad con el hombre, su misión de acoger, dar y educar la vida, en un desarrollo creciente de sus energías potenciales.

A cuantos colaboran en la preparación del Año Internacional de la Mujer, con el fin dignísimo de potenciar cada vez más la dignidad y la misión de la mujer, señalamos como punto sólido de referencia la figura de la Virgen Santísima. Como hemos afirmado en nuestra reciente Exhortación Marialis cultus, nuestra época está llamada a comprobar y a "confrontar sus concepciones antropológicas y los problemas que derivan de ellas con la figura de la Virgen tal cual nos es presentada por el Evangelio. La lectura de las Sagradas Escrituras, hecha bajo el influjo del Espíritu Santo y teniendo presentes las adquisiciones de las ciencias humanas y las variadas situaciones del mundo contemporáneo; llevará a descubrir cómo María puede ser tomada como espejo de las esperanzas de los hombres de nuestro tiempo... El modelo perfecto del discípulo del Señor: artífice de la ciudad terrena y temporal, pero peregrino diligente hacia la celeste y eterna; promotor de la justicia que libera al oprimido y de la caridad que socorre al necesitado, pero sobre todo testigo activo del amor que edifica a Cristo en los corazones" (n. 37, L’Osservatore Romano, Edición en Lengua española, 24 de marzo de 1974, pág. 7).

Y con esta luminosa visión ante los ojos, deseamos se emprenda un trabajo concorde y provechoso, sobre el que invocamos la intercesión de la Madre de Dios y la plenitud de las bendiciones divinas.


* L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1975, n.1 p.8.

 



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