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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA LIBANESA
 ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 2 de octubre de 1975

 

Señor Embajador:

Nos agradecemos a Vuestra Excelencia las nobles palabras que acaba de dirigirnos y Nos sentimos feliz al darle la bienvenida en este día en que presenta las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Libanesa ante la Santa Sede.

Nos agradecemos con satisfacción los sentimientos de Su Excelencia el Presidente de la República, de quien os habéis hecho intérprete ante Nos, y os suplicamos que a cambio de esta solicitud le hagáis conocer los ardientes deseos que Nos abrigamos hacia su persona, así como al feliz cumplimiento de sus altas funciones al servicio de vuestro querido país.

Habéis recordado, Señor Embajador, los lazos seculares que unen el Líbano y la Iglesia, a través de una historia que se remonta hasta el Apóstol San Pablo, cuyo recuerdo habéis evocado con emoción. Vuestro suelo tiene como un honor conservar fielmente los vestigios de un pasado tan rico en recuerdos comunes. ¿No justificaría, ello solo, el interés particular que Nos experimentamos por el Líbano?

Usted sabe, sin embargo, que Nuestra afectuosa solicitud tiene desde el principio por objeto las personas que demoran esta tierra y que se esfuerzan por ser dignas de su gloriosa herencia cultual y espiritual. Ellas están viviendo, por desgracia, acontecimientos muy graves. Nos los seguimos con ansiedad, sufriendo con las desventuradas víctimas, rogando para que se encuentre rápidamente una solución justa y aceptable para cada una de las partes concernientes. Es preciso que retorne la paz y que al mismo tiempo ésta se funde sobre bases muy sólidas. La Santa Sede no ahorra sus esfuerzos cuando existe una situación de conflicto. ¿No es la misión de la Iglesia contribuir a la paz? ¿No es nuestra misión de Pastor recordar sin tregua los bienes fundamentales para el hombre, y colaborar a la instauración en el mundo de un clima que permita alcanzarlos y gozar de ellos? Pero, ¿no conlleva igualmente la función de ser los artífices de reconciliación, a todos los que ejercen una responsabilidad hacia la comunidad humana?

Sabiendo que usted aporta en su nuevo cargo la rica experiencia adquirida ya en las diversas funciones que ha desempeñado anteriormente, estamos seguro de que su acción será fructuosa y beneficiosa, y Nos alegramos de ello. En este espíritu Nos deseamos expresarle los deseos cordiales y fervientes que Nos formulamos para vuestra persona, Señor Embajador, para vuestros seres queridos, y para todas las poblaciones libanesas, que en estos días nos son particularmente cercanas.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.41, p.8.



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