DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS MIEMBROS DEL XXI CAPÍTULO GENERAL
DE LA SOCIEDAD SALESIANA DE SAN JUAN BOSCO
Jueves 26 de enero de 1978
Hijos queridísimos:
Es auténtica alegría espiritual encontrarme hoy con vosotros, secundando el deseo manifestado en nombre de todos por el nuevo rector mayor, don Egidio Viganò, que ha tomado en sus jóvenes manos la guía de vuestra Sociedad Salesiana, que le ha entregado su inmediato predecesor, el querido y venerado don Luigi Ricceri, a quien deseamos expresar de nuevo nuestro agradecimiento paternal por todo cuanto ha hecho en estos años al servicio de la Congregación y de la Iglesia.
Pero el encuentro con miembros cualificados de un instituto religioso extendido ya por el mundo entero a través de obras y actividades muy beneficiosas, si bien tiene poco más de un siglo de vida, no puede menos de traer a la memoria nuestra y vuestra, a modo de presencia que alienta y enseña, la figura del fundador, San Juan Bosco, síntesis maravillosa de aptitudes y capacidades humanas y de dones sobrenaturales, un genio reconocido como tal de la pedagogía moderna y de la catequesis, pero más aún un genio de esa santidad que es nota característica de la Iglesia santa y santificadora (cf. Lumen gentium 11, 39, 48).
Y si en sus tiempos, complejos y aciagos, Don Bosco fue verdadero protagonista de la historia de Italia y de la Iglesia, la congregación nacida de su inteligencia intuitiva y de su gran corazón, ha seguido fielmente en estos cien años el camino que él le trazó.
La estima, el aprecio y el afecto que abrigaron hacia Don Bosco, a quien conocieron personalmente, Pío IX, León XIII y, sobre todo, Pío XI que lo beatificó y canonizó, son los mismos que sentimos ahora hacia vosotros, hijos suyos, a causa del bien incalculable que habéis derramado en estos cien años por Italia, Europa, América Latina y por el mundo entero; y también a causa de la colaboración más directa con la Santa Sede que miembros de vuestra congregación ofrecen generosamente en los varios dicasterios y oficinas de la Curia Romana.
No dudamos un instante de que, aun adaptando y retocando las constituciones y reglamentos generales en lo que parezca oportuno, seguirá intacta vuestra adhesión al carisma originario del Fundador, tal cual ha sido aprobado, reconocido y garantizado por la Iglesia, según lo que afirma el Concilio Vaticano II: "La adecuada renovación de la vida religiosa comprende, a la vez, un retorno constante a las fuentes de toda vida cristiana y a la primigenia inspiración de los institutos y una adaptación de éstos a las cambiadas condiciones de los tiempos" (Perfectae caritatis, 2).
En el XXI capítulo general todavía en curso, estáis profundizando a través de la oración y la reflexión comunitaria, sobre vuestra "identidad" salesiana, que es ante todo la de "religiosos", es decir, de creyentes que han querido seguir a Cristo en la vida en común de modo total e incondicional, de la manera radical que presenta el Evangelio (cf. Mc 10, 28; Mt 19, 21; Lc 10, 42), por medio de la práctica generosa, gozosa y fiel de los consejos evangélicos, de la castidad (cf. Mt 19, 12; 1 Cor 7, 32-35); de la pobreza (cf. Mt 6, 20-25); de la obediencia a imitación de Jesucristo (cf. Jn 4, 54; 5, 30; Heb 10,7)
Pero la figura del salesiano está íntimamente ligada a su apostolado con muchachos y jóvenes, aun a los ojos de pueblo cristiano. Fue ésta la grande y providencial intuición de Don Bosco, quien nos habla en sus Memorie de la "sed de sacerdocio" que crecía el su corazón durante los años de seminario "para poder lanzarme —dice— en medio de los jóvenes a fin de conocerlos íntimamente y ayudarles a evitar el mal en todas las circunstancias".
Hemos visto con complacencia que el tema del XXI capítulo general es precisamente éste "Testimoniar y anunciar el Evangelio: dos exigencias de la vida salesiana entre los jóvenes en nuestros días".
Testimonio ante todo: los muchachos y los jóvenes exigen autenticidad, quieren ver y casi palpar el mensaje cristiano hecho vida en la existencia de quien lo anuncia. En medio de los muchachos y de los jóvenes salesianos debéis ser el signo de la presencia de Cristo con vuestra bondad, delicadeza, modestia, entrega, pureza. humildad y alegría. Con la alegría, sí, porque como bien sabéis y tratáis de inculcar, el gozo es una necesidad incontenible del muchacho y del joven, y asimismo, es también reflejo de la gracia de Dios y de la serenidad interior. El Evangelio de San Lucas ha visto en el gozo que brota del corazón de los creyentes, uno de los efectos más significativos del anuncio evangélico (cf. Lc 1, 47; 2, 10 ss.; 29 ss., 38; 19, 37; Act 5, 41).
Además del testimonio religioso personal y comunitario, propagad el anuncio evangélico con vuestra contribución vital, seria y bien profundizada a la cultura catequística, pedagógica, sicológica y sociológica; pero más especialmente con el apostolado directo y personal en el mundo de los jóvenes, dedicándoos y entregándoos más a las clases pobres, necesitadas y marginadas.
A guisa de recuerdo de este encuentro quisiéramos subrayar las tres grandes "devociones" que Don Bosco ha dejado en preciosa herencia a los salesianos: Devoción de adoración a Cristo Hombre y Dios, sobre todo en la presencia sacramental de la Eucaristía. ¿Acaso no es Cristo el centro y la síntesis de todo el mensaje evangélico? ¿No debe ser Cristo la norma suprema del pensar y del obrar del cristiano, del sacerdote, de religioso? Asimismo, devoción filial a María, la "Auxiliadora", quien "con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna" (Lumen gentium, 62): y, en fin, devoción al Papa. Sucesor de Pedro, "principio y fundamento visible de unidad así de los obispos como de la multitud de fieles" (Lumen gentium, 23).
Hijos queridos, los muchachos y los jóvenes os llaman y os esperan. Son millones a través del mundo, a veces desorientados y a la deriva a causa de tantas voces discordantes, los muchachos y los jóvenes que esperan de vosotros la palabra de salvación, buscan la mano hermana y amiga que les conduzca con seguridad serena al Absoluto; claman por encontrar un rostro que no sea mascara fingida, sino límpida expresión de un amor que se abre al hermano dentro de otro amor más grande, el amor de Dios que "es mejor que nuestro corazón' (Jn 3, 20). Juan Bosco, vuestro padre va delante con paso juvenil y dinámico,
Con estos deseos impartimos una bendición apostólica particular a vosotros, a todos los salesianos, sacerdotes y hermanos coadjutores, a los colaboradores que con su generosidad contribuyen a poner en práctica los programas múltiples y providenciales de vuestra congregación; y también a los muchachos, a los jóvenes y a los antiguos alumnos a quienes alcanza vuestro valioso trabajo pastoral.
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