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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS DIRIGENTES DE LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Viernes 12 de mayo de 1978

Queridos hermanos y queridos hijos:

Hoy, antevíspera de Pentecostés, resulta particularmente grato y confortador recibiros, a vosotros que desempeñáis la importante función ele dirigentes de las Obras Misionales Pontificias, como miembros de su consejo superior en Roma o, en vuestros respectivos países, como presidentes de las comisiones episcopales de Misiones.

Con este encuentro deseamos sobre todo contribuir a reafirmar vuestras convicciones y a renovar vuestro ardor apostólico.

El testamento de Cristo es sagrado: "Id, pues, enseñad a todas las gentes..." (Mt 28, 19).

Este testamento no puede ser restringido o manipulado, del mismo modo que no lo pueden ser otras consignas evangélicas, como la de la parábola del Buen Pastor: "Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16).

Si el pueblo de la Antigua Alianza fue escogido y destinado para preparar la venida del Salvador universal, el Pueblo de la Nueva Alianza es verdaderamente el de los dos brazos abiertos de par en par, como los de Cristo, que llaman incesantemente a toda la humanidad hacia El, para comunicarle el conocimiento del verdadero Dios y de la vida sobreabundante (cf. Jn 17, 3 y 10, 10).

¿Cómo respondemos y nos comportamos ante este testamento de Cristo, ante este gesto de Cristo crucificado? ¿Cómo responde y se comporta el pueblo cristiano?

Ciertamente, la evangelización excluye, es preciso repetirlo, toda coacción que pueda forzar a los no cristianos o a los no creyentes a adoptar decisiones ficticias de fe (cf. Dignitatis humanae, 10). Pero, en nuestra época de relativismo y de indiferentismo, la actitud opuesta de la pura y simple espera, sin compromiso alguno, equivaldría a traicionar a Cristo Salvador, a olvidar sus brazos clavados en la cruz y abiertos a toda la humanidad.

¡No se espera a los hombres sentado tranquilamente en la propia casa, cuando está en juego su salvación!

Lo hemos dicho y repetido: ¡la evangelización no se puede confundir con el mero desarrollo de los bienes terrenos de la persona humana o la mejora de las estructuras sociales! Es cierto que los cristianos deben estar muy presentes en la interpelación de las situaciones y mutaciones del mundo de su tiempo, pero con el Evangelio, el Evangelio integral, y no con ideologias pasajeras, a veces perniciosas.

Los valores que una época o una cultura ponen en primer plano pueden comportar amenazas de nueva alienación.

La evangelización, ayer como hoy, mañana y siempre, es una larga tarea de contacto, de mistad, de diálogo y de educación al discernimiento espiritual, bajo la luz de Cristo y de su Evangelio. Y aunque el porvenir de la Iglesia depende ante todo de las promesas de Cristo y de la asistencia del Espíritu de Pentecostés, se apoya de modo inseparable en la fe de cada cristiano y en su fidelidad, en el Espíritu Santo, al anuncio prioritario del Evangelio, ¡sin acomodaciones a los gustos del día o de cada uno!

La evangelización se relaciona con el misterio del Cuerpo místico de Cristo. La historia es precisamente el lugar de su realización. Las naciones, tan numerosas y diversas, las generaciones que se suceden unas a otras con sus semejanzas y diferencias, las culturas que mueren y que surgen, las innovaciones del pensamiento y de la ciencia, no son repeticiones o variaciones sin importancia. Su diversidad asume aquí todo un significado. Es, en efecto, una llamada a la integración en la plenitud del Cuerpo místico de Cristo (cf. Ef 1, 23) hecha a todos los hombres marcados por las sucesivas fases de la historia, y esto mediante las purificaciones necesarias y el complemento del Evangelio. La esperanza del "Cristo completo" suscita sin cesar la evangelización para renovar al hombre y al mundo (cf. Rom 8, 18-22; Gaudium et spes, 39). Es inmenso el trabajo realizado desde hace 2.000 años. E inmenso es también el que se nos abre por delante. Esta perspectiva no nos debe afligir, debe estimularnos.

Antes de terminar, os exhortamos con todas nuestras fuerzas a continuar y aun a renovar constantemente vuestro magnífico trabajo de educación o de reeducación del pueblo cristiano a nivel de parroquias, diócesis y movimientos apostólicos de vuestros países respectivos.

Hemos de mantener siempre la oración misionera, que es indispensable; pero al mismo tiempo hay una apatía que sacudir, equívocos que disipar y luces que debemos proyectar sobre las conciencias de los fieles y de los Pastores.

Deseamos asimismo, que la llamada al servicio exclusivo de la evangelización sea proclamada con más claridad y valentía.

La labor, muchas veces maravillosa, llevada a cabo por numerosos cooperadores cristianos en los países en vías de desarrollo, ha encontrado fuerte eco en el corazón de los jóvenes.

También las Iglesias locales tienen el deber apremiante de llamar al servicio específico de la evangelización. ¡Consideramos, que comunidades cristianas, aunque sean pequeñas, si son más evangélicas deberían dar nuevos obreros para la mies!

Contamos, finalmente y siempre, con vuestro celo y vuestro tacto para sensibilizar el corazón de los cristianos que viven, si no en situación de abundancia, al menos en condición holgada, a fin de que sean cada vez más consecuentes con su fe y con su pertenencia a la Iglesia universal. A este respecto las primeras comunidades cristianas nos indican siempre el camino a seguir. ¡Sí, los que poseen, poseen para todos! Y queremos precisar, pensando en las sumas importantes —de lo que por otra parte nos alegramos— que se recaudan para el desarrollo de los pueblos necesitados, que se trata de mantener y de aumentar los recursos de las Obras Misionales Pontificias destinados, a la evangelización propiamente dicha y a los que consagran a ella sus fuerzas y su vida.

Estos son los sentimientos que embargan nuestro corazón, y que os pedimos compartáis con vuestros colaboradores y con los cristianos de vuestros diferentes países. Lleguen hasta ellos para iluminarlos los temas que estudiáis en vuestra reunión: los problemas de la catequesis misionera, la función y tarea del director nacional de las Obras Misionales Pontificias y á e las comisiones episcopales de Misiones representadas por vez primera en esta asamblea general. Gracias por vuestra visita. Gracias por vuestra excelente labor de Iglesia. ¡Animo y confianza! ¡Paz y alegría! Con nuestra bendición apostólica.

 

 



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