ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS PEREGRINOS REUNIDOS EN ROMA CON MOTIVO
DE LA CANONIZACIÓN DE LA BEATA MARIANA DE JESÚS PAREDES*
Lunes 10 de julio de 1950
Como remate de una serie de tan solemnes canonizaciones, hemos tenido el consuelo de colocar la aureola de la santidad sobre las sienes de una gran heroína de la América hispánica, Mariana de Jesús de Paredes, la «Azucena de Quito».
No se trata ahora de una fundadora ilustre, come Sta. Emilia de Rodat; ni de una personalidad de perfiles históricos, como S. Antonio M. Claret; ni de un apóstol de la caridad, como Sta. Bartolomea Capitanio o Sta. Vicenta Gerosa; ni de una Reina, como Sta. Juana de Francia; ni de un campeón de los derechos de la Iglesia, como S. Vicente M. Strambi; ni de una mártir de la pureza virginal, como Sta. María Goretti. Pero se trata, en cambio, de alguien que es, en cierto sentido, como la frase final de una sinfonía, que recoge todos los temas, tomando de cada uno algo de su característica, para componer la armonía maravillosa de su espíritu.
La historia de Mariana de Jesús de Paredes es muy breve. Vástago de una noble familia de origen español, en cuyo árbol genealógico se entremezclan Andalucía y Castilla, nace en Quito en 1618. Hay desde el primer momento en su alma toda la suavidad de aquel clima, toda la claridad de aquel cielo y toda la gracia, de sus palmeras y de sus flores. Prodigio de piedad, por la precoz madurez de su espíritu, alrededor de los diez años se liga con los votos de pobreza, castidad y obediencia; se ve que el esqueje arrancado del tronco ibérico era fuerte y la tierra del Nuevo Mundo, generosa. El ejemplo de los misioneros la arrebata, le enciende el alma y la llena de altísimos deseos, que se concretan en fervorosas oraciones, en contemplaciones extraordinarias y otros dones místicos, simultaneados con tales austeridades que su sola enumeración causaría profundo estupor. Víctima de amor primero, acaba sus días como holocausto de caridad en 1645, ofreciendo su vida por su pueblo. Y cuando la tierra dejaba de temblar y la peste se disolvía en el aire, ella exhalaba el último suspiro entre deliquios inefables, pero revestida siempre de ásperos cilicios. No tenía más que veintiséis años.
No vivió en un claustro, porque la Providencia la quería en medio del mundo; pero aspiró a la perfección, como pudiera hacerlo la religiosa más observante. No fue figura histórica; pero es hoy el honor de una nación ilustre, que la aclama su «heroína nacional». No dedicó exclusivamente sus horas a la caridad; pero al fin dio su vida por sus hermanos. Amó a la. Iglesia como el más celoso defensor de sus derechos y la honró con sus virtudes. Finalmente, no fue inmolada por el furor ajeno, pero supo bien mortificarse con mano propia.
Aprendan todos en esta Santa el inmenso poder de la virtud cristiana, capaz de hacer madurar un espíritu, con más vigor que el sol quiteño hace madurar los frutos opimos de la tierra ecuatoriana. Aprenda el mundo las energías que se esconden en la oración y en el sacrificio. Aprendan los epicúreos de siempre que la meta de los espíritus se encuentra al fin del camino escondido, en que el amor busca el dolor para superar las ataduras materiales, Aprende la joven moderna y mundana lo que en su mismo ambiente puede hacer un alma enamorada del Señor. Y cuantos hoy viven en la plena luz de la devoción al Corazón Sacratísimo de Jesús, admiren los atisbos de esta víctima inocente, que en los albores del siglo diecisiete supo hacer ya de la reparación el centro de su espiritualidad.
Pero es evidente que no podríamos poner fin a estas palabras sin dirigirnos de modo especial a la nobilísima representación ecuatoriana aquí presente, formada por tan digna parte de su Episcopado, con centenares de sus fieles, y presidida por una Embajada Extraordinaria, en la que figuran nombres cuyos méritos no nos son desconocidos.
Mariana de Jesús de Paredes es ejemplo para todos, pero de manera especial para vosotros, amados hijos ecuatorianos. Muchas veces las alternativas contingentes de la política de cada día pueden imprimir a los criterios directivos tales oscilaciones, que se lleguen a ver en peligro valores tan fundamentales como la educación cristiana. No lo permitáis vosotros, antes bien exigid para vuestras generaciones futuras una formación encuadrada por las virtudes que hicieron grande a vuestra Santa; proponed a vuestros hijos el modelo perfecto de vuestra «heroína nacional », Santa Mariana de Jesús de Paredes.
A ella, amados hijos, os encomendamos, mientras que, con verdadera efusión de Nuestro afecto paternal, os bendecimos, rogándoos que llevéis también Nuestra. Bendición a vuestras patrias y a. vuestros hogares, como prenda del amor del Vicario de Cristo.
* AAS 42 (1950) 637-639
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