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DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
CON MOTIVO DE LA COLOCACIÓN DE LA PRIMERA PIEDRA
DEL NUEVO COLEGIO ESPAÑOL
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Sábado 13 de octubre de 1956

 

Hace ya varios meses —Venerables Hermanos e hijos amadísimos— que llegabais ante Nuestra presencia, llenos los corazones del más filial entusiasmo, para hacernos saber vuestra decisión de concretar el homenaje que deseabais presentar a vuestro Padre el Papa, ofreciéndonos un nuevo Colegio Español en Roma, más conforme con las exigencias modernas, para las que evidentemente el viejo, glorioso y benemérito Palacio Altemps, a pesar de todas las ampliaciones y reformas, no era ya suficiente.

Vuestra actitud en aquella ocasión, que tenemos bien presente, era todavía ese algo especial del que ha tomado una decisión, pero aún no ha conseguido comenzar a actuarla; desea ardientemente empezar a obrar, pero no sabe los medios de que va a poder disponer; siente en el corazón la más viva esperanza, pero no deja de experimentar algún temor al mirar cara a cara al porvenir; promete con sinceridad, pero al prometer no puede evitar que le tiemble la voz, espantado acaso por la magnitud misma de sus promesas.

Y Nuestra Bendición, que de todo corazón os otorgábamos entonces, quería ser prenda de aquellas gracias del cielo que os habían de abrir e iluminar el camino, sostener y corroborar en los momentos difíciles, asegurar y hasta garantizar el más completo de los éxitos.

Hoy, finalmente, heos aquí de nuevo, ahora sin vacilaciones y sin temores, para decirnos que aquellas gracias han fructificado Y que no solamente toda la iniciativa está en marcha y hasta contáis con un proyecto determinado, del que tenemos las mejores referencias, sino que os sentís seguros hasta el punto de atreveros a comenzar los trabajos, colocando esa primera piedra, que es el motivo de vuestra venida a la Ciudad Eterna.

Nuestra gratitud, pues, lo primero de todo al Episcopado español, y más en particular a los celosos miembros de la Comisión que han demostrado tanta capacidad de organización, tanto entusiasmo y tan auténtico espíritu de sacrificio. Una obra de esta envergadura difícilmente iría adelante sin trabajos y dolores, que suelen ser el mejor cimiento; saber soportarlos es la mejor contribución a la obra misma y una de las fuentes principales de las gracias que han de consolidarla y llevarla a término.

Nuestro reconocimiento, después, a las dignas autoridades del Estado, que con tan perfecta comprensión de su misión y del verdadero bien del pueblo español, no han escatimado su apoyo y su contribución tan generosa y tan espléndida.

Nuestro gracias más sentido, finalmente, a Nuestros amadísimos hijos los católicos españoles, que han sabido compenetrarse con una idea como esta, en la que, después de todo, han de ser ellos los primeros y más inmediatos beneficiados. El sacerdote es para el pueblo fiel, y a mejores sacerdotes ha de corresponder necesariamente un beneficio mayor para los fieles mismos, que han de encontrar en ellos los dispensadores de los divinos misterios y los guías seguros, que sepan conducirlos a los pastos de la eterna felicidad.

Pero la obra, —Venerables Hermanos e hijos amadísimos— está solamente comenzada, y la verdadera virtud se demuestra perseverando y terminando lo que confiadamente se comenzó. Ni por un momento podemos dudar de que así será. Pero hoy aquí, como una prueba más de la confianza paternal que ponemos en Nuestros hijos de España, queremos confiarles una empresa tan grande y tan digna, en la seguridad de que ellos —los católicos españoles— con la dirección de sus digno Prelados —alma naturalmente de una obra semejante— y con la constante colaboración de las autoridades civiles, sabrán hallar los medios necesarios para que el Colegio se termine y se vea dotado de todo aquello que es menester en el desempeño de su compleja actividad. Lo pide así el honor de España en el centro mismo de la Cristiandad; lo exige la buena formación de sus futuros sacerdotes, que de Roma llevarán a todas las diócesis españolas esa aura de romanidad que forma el ambiente común para todos los hijos de la Iglesia.

Una vez más —Venerables Hermanos y amados hijos— deseamos contribuir no solamente con Nuestra aprobación y Nuestra exhortación, sino también con una Bendición especialísima. Intercesora de todas las gracias que os deseamos, queremos que sea esta vez la Santísima Virgen del Pilar, madre y reina de España, en cuya fiesta, como el mejor augurio, habéis querido colocar esta primera piedra. junto a Ella, el glorioso Patriarca San José, especial patrono vuestro, será igualmente protector de los futuros trabajos. Y con la Virgen Santísima y San José, el, gran Apóstol Santiago y todos los santos patronos de la tierra española, que en estos momentos fervorosamente invocamos, para que desde lo más alto del cielo bendigan una iniciativa llamada a dar tanta gloria a Dios, tanto honor a la Iglesia y a procurar tanto bien a las almas,

Una Bendición especial a toda España y en particular a todas las personas que, de un modo o de otro, han contribuido o con tribuirán a la erección del Colegio,


* Discorsi e Radiomessaggi, vol. XVIII, págs. 565-567.

   



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