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CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
AL CARDENAL JOSEPH RATZINGER CON OCASIÓN DE LA SESIÓN
PLENARIA DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL

 

Al venerado hermano Joseph Ratzinger
Presidente de la Comisión Teológica Internacional

Con gran pena he debido renunciar este año a acoger a los miembros de esa Comisión Teológica Internacional en mi capilla para la acostumbrada concelebración eucarística con ocasión de su Sesión Plenaria. Tal pesar es todavía mayor por el hecho de que se trata de la última sesión del presente quinquenio.

Mientras le ruego, venerable hermano, que se haga intérprete de este pesar mío ante los participantes a la Plenaria, deseo aprovechar la ocasión para expresar a cada uno toda mi gratitud por la obra llevada a cabo en estos cinco años. Informado regularmente sobre la marcha de los trabajos, he advertido con alegría la profunda convergencia de propósitos y de itinerario de la Comisión con cuanto he venido exponiendo estos años sobre temas fundamentales en algunas de mis cartas encíclicas. ¿Cómo no pensar en la análoga fecunda intención que existía entre el apóstol Pedro y el apóstol Juan, tal corno nos la describe en particular el cuarto evangelio? Simón, la «Piedra», aquel a quien Jesús confió sus ovejas, estaba regularmente flanqueado por el discípulo predilecto, aquel que apoyó la cabeza sobre el pecho del Señor, de modo que el ministerio del uno estaba coadyuvado por el ministerio del otro.

Reflexionando a esta luz sobre el trabajo del quinquenio que se concluye, deseo expresar mi satisfacción ante todo por el documento sobre la Redención, recientemente publicado por esa Comisión. En él encuentro oportunamente profundizado e ilustrado el tema de mi primera carta encíclica Redemptor hominis. Igual satisfacción debo expresar por el texto sobre el Cristianismo y las otras Religiones que la Comisión acaba de aprobar durante esta misma sesión. En él se retorna y desarrolla la temática de mi carta encíclica Redemptoris missio sobre la permanente validez del mandato misionero.

Análogamente pienso que la carta encíclica Dives in misericordia, que de alguna manera ilumina, como desde un centro panorámico, todo el camino de mí pontificado, encuentra un eco singular y un desarrollo original en el documento sobre Dios, buena noticia para nosotros, actualmente en estudio de la Comisión, aunque de él hasta ahora sólo me son conocidas las grandes líneas.

He aquí, pues, que en el breve arco de un quinquenio se ve realizada, aunque en la distinción de los carismas, aquella fecunda colaboración que, experimentada durante el Concilio Vaticano II, se quiso continuar con la creación precisamente de la Comisión Teológica Internacional. Se trata de un camino valiente en la búsqueda del rostro de Dios, en el cual los discípulos del Señor, no obstante sus diversas personalidades y las específicas vocaciones, se sostienen y se ayudan mutuamente.

De todo esto estoy sinceramente agradecido a los miembros de la Comisión y, mientras aseguro mi constante recuerdo en la oración, les pido que quieran continuar en este precioso ministerio eclesial, también mas allá de su presente actividad en el interior de dicho Organismo, en todo ámbito de la misión de la Iglesia, en que el Señor los llama a anunciar la buena noticia de Cristo resucitado, «esperanza de la gloria» (Col 1,27).

Con mi afectuosa bendición.

Del Vaticano, 4 de octubre de 1996.

JUAN PABLO II

 



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