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BENEDICTO XVI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 11 de mayo de 2005

 

Himno de adoración y alabanza

Queridos hermanos y hermanas: 

1. Breve y solemne, incisivo y grandioso en su tonalidad es el cántico que acabamos de escuchar y de hacer nuestro, elevándolo como himno de alabanza al "Señor, Dios todopoderoso" (Ap 15, 3). Se trata de uno de los muchos textos de oración insertados en el Apocalipsis, el último libro de la sagrada Escritura, libro de juicio, de salvación y, sobre todo, de esperanza.

En efecto, la historia no está en las manos de potencias oscuras, de la casualidad o únicamente de las opciones humanas. Sobre las energías malignas que se desencadenan, sobre la acción vehemente de Satanás y sobre los numerosos azotes y males que sobrevienen, se eleva el Señor, árbitro supremo de las vicisitudes históricas. Él las lleva sabiamente hacia el alba del nuevo cielo y de la nueva tierra, sobre los que se canta en la parte final del libro con la imagen de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22).

Quienes entonan este cántico, que queremos meditar ahora, son los justos de la historia, los vencedores de la bestia satánica, los que a través de la aparente derrota del martirio son en realidad los auténticos constructores del mundo nuevo, con Dios como artífice supremo.

2. Comienzan ensalzando las "obras grandes y maravillosas" y los "caminos justos y verdaderos" del Señor (cf. v. 3). En este cántico se utiliza el lenguaje característico del éxodo de Israel de la esclavitud de Egipto. El primer cántico de Moisés —pronunciado después del paso del mar Rojo— celebra al Señor "terrible en prodigios, autor de maravillas" (Ex 15, 11). El segundo cántico, referido por el Deuteronomio al final de la vida del gran legislador, reafirma que "su obra es consumada, pues todos sus caminos son justicia" (Dt 32, 4).

Así pues, se quiere reafirmar que Dios no es indiferente a las vicisitudes humanas, sino que penetra en ellas realizando sus "caminos", o sea, sus proyectos y sus "obras" eficaces.

3. Según nuestro himno, esta intervención divina tiene una finalidad muy precisa:  ser un signo que invita a todos los pueblos de la tierra a la conversión. Por consiguiente, el himno nos invita a todos a convertirnos siempre de nuevo. Las naciones deben aprender a "leer" en la historia un mensaje de Dios. La aventura de la humanidad no es confusa y sin sentido, ni está sin remedio a merced de la prevaricación de los prepotentes y de los perversos.

Existe la posibilidad de reconocer la acción divina oculta en la historia. También el concilio ecuménico Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et spes, invita a los creyentes a escrutar, a la luz del Evangelio, los signos de los tiempos para encontrar en ellos la manifestación de la acción misma de Dios (cf. nn. 4 y 11). Esta actitud de fe lleva al hombre a descubrir la fuerza de Dios que actúa en la historia y a abrirse así al temor del nombre del Señor.

En efecto, en el lenguaje bíblico este "temor" de Dios no es miedo, no coincide con el miedo; el temor de Dios es algo muy diferente:  es el reconocimiento del misterio de la trascendencia divina. Por eso, está en la base de la fe y enlaza con el amor. Dice la sagrada Escritura en el Deuteronomio:  "El Señor, tu Dios, te pide que lo temas, que lo ames con todo tu corazón y con toda tu alma" (cf. Dt 10, 12). Y san Hilario, obispo del siglo IV, dijo:  "Todo nuestro temor está en el amor".

En esta línea, en nuestro breve himno, tomado del Apocalipsis, se unen el temor y la glorificación de Dios. El himno dice:  "¿Quién no temerá, Señor, y glorificará tu nombre?" (Ap 15, 4). Gracias al temor del Señor no se tiene miedo al mal que abunda en la historia, y se reanuda con entusiasmo el camino de la vida. Precisamente gracias al temor de Dios no tenemos miedo del mundo y de todos estos problemas; no tememos a los hombres, porque Dios es más fuerte.

El Papa Juan XXIII dijo en cierta ocasión:  "Quien cree no tiembla, porque, al tener temor de Dios, que es bueno, no debe tener miedo del mundo y del futuro". Y el profeta Isaías dice:  "Fortaleced las manos débiles, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón intranquilo:  ¡Ánimo, no temáis!" (Is 35, 3-4).

4. El himno concluye con la previsión de una procesión universal de los pueblos, que se presentarán ante el Señor de la historia, revelado por sus "justos juicios" (cf. Ap 15, 4). Se postrarán en adoración. Y el único Señor y Salvador parece repetirles las palabras que pronunció  en  la  última tarde de su vida terrena, cuando dijo a sus Apóstoles:  "¡Ánimo!  Yo  he  vencido  al mundo" (Jn 16, 33).

Queremos concluir nuestra breve reflexión sobre el cántico del "Cordero victorioso" (cf. Ap 15, 3), entonado por los justos del Apocalipsis, con un antiguo himno del lucernario, es decir, de la oración vespertina, ya conocido por san Basilio de Cesarea. Ese himno dice:  "Al llegar al ocaso del sol, al ver la luz de la tarde, cantamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo de Dios. Eres digno de que te cantemos en todo momento con voces santas, Hijo de Dios, tú que das la vida. Por eso, el mundo te glorifica" (S. Pricolo-M. Simonetti, La preghiera dei cristiani, Milán 2000, p. 97).
¡Gracias!


Saludos 

Saludo al grupo del "Hogar de los niños que quieren sonreír", de Puerto Rico, a las quinceañeras de México, así como a los demás grupos de peregrinos de España y Latinoamérica. Invito a todos a vivir como enviados por Cristo al mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

(En portugués)
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua portuguesa, especialmente a algunos visitantes de Brasil. A todos invito a que se preparen a la festividad de Pentecostés, invocando la luz del Espíritu Santo a fin de caminar con optimismo y fe en las luchas de la vida, hasta el encuentro con el Señor en su reino. Con mi bendición apostólica.

(A los peregrinos polacos)
Saludo a todos los polacos aquí presentes. En estos días invoco con vosotros a san Estanislao y encomiendo a su protección a la Iglesia en Polonia. Os bendigo de corazón. ¡Alabado sea Jesucristo!

(En esloveno)
Me alegra saludar a los peregrinos de Eslovenia. Que la peregrinación a las tumbas de los Apóstoles san Pedro y san Pablo fortifique vuestra fe.

(En italiano) 
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular saludo a los padres Josefinos de Murialdo y a los participantes en el encuentro organizado por el Movimiento de los Focolares. Saludo asimismo a los fieles de Ischia, acompañados por su pastor, mons. Filippo Strofaldi, a los seminaristas del Estudio teológico interdiocesano de las diócesis de Cúneo, Fossano, Mondovì y Saluzzo, así como a los representantes de la Guardia de Finanza, procedentes de L'Aquila, y a la delegación del Cuerpo nacional del Socorro Alpino del Trentino. A todos animo a trabajar, en los respectivos ámbitos de compromiso eclesial y civil, para la construcción de una civilización inspirada en los valores cristianos.

Me dirijo, finalmente, a vosotros, jóvenes; a vosotros, enfermos; y a vosotros, recién casados. Pasado mañana se celebra la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Fátima. Queridos hermanos, os exhorto a dirigiros incesantemente y con confianza a la Virgen, encomendándole todas vuestras necesidades.

 



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