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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CARDENAL KASPER, CON OCASIÓN DE LA SEGUNDA CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE PAZ Y TOLERANCIA

 

A mi venerado hermano
Cardenal WALTER KASPER
Presidente del Consejo pontificio
para la promoción de la unidad
de los cristianos
y de la Comisión para las
relaciones religiosas con el judaísmo

Me ha alegrado ser informado acerca de la segunda Conferencia sobre paz y tolerancia, organizada por el Patriarcado ecuménico junto con la fundación "Appeal of Conscience", sobre el tema:  "Diálogo y comprensión en el sudeste de Europa, Cáucaso y Asia central". Le encomiendo a usted, venerable hermano, la tarea de transmitir mi cordial saludo a los participantes que se reunirán en Estambul durante los próximos días, así como mi aprecio por su fuerte compromiso de fomentar la comprensión y la cooperación entre los seguidores de diferentes religiones. En particular, le pido que exprese mis mejores deseos fraternos a su Santidad Bartolomé I, arzobispo de Constantinopla, y asegure al rabino Arthur Schneider mi cercanía espiritual en este momento.

Los temas de la paz y la tolerancia son de vital importancia en un mundo en el que a menudo las actitudes rígidas suscitan incomprensión y sufrimiento y pueden incluso llevar a una violencia letal. El diálogo es claramente indispensable si se quiere encontrar soluciones a conflictos y tensiones dañosas, que causan tantos males a la sociedad. Sólo a través del diálogo puede existir la esperanza de que el mundo llegue a ser un lugar de paz y fraternidad.

Es deber de toda persona de buena voluntad, y especialmente de todo creyente, ayudar a construir una sociedad pacífica y a superar la tentación de agresividad y enfrentamiento fútiles entre diferentes culturas y grupos étnicos. Cada uno de los pueblos del mundo tiene la responsabilidad de dar su contribución particular a la paz y a la armonía, poniendo su herencia espiritual y cultural y sus valores éticos al servicio de la familia humana en todo el mundo. Este objetivo sólo puede alcanzarse si en el centro del desarrollo económico, social y cultural de cada comunidad existe el debido respeto por la vida y la dignidad de toda persona humana. Una sociedad sana promueve siempre el respeto de los derechos inviolables e inalienables de todas las personas. Sin "una base moral objetiva, ni siquiera la democracia puede asegurar una paz estable" (Evangelium vitae, 70). En este sentido, el relativismo moral mina el funcionamiento de la democracia, que por sí misma no basta para garantizar la tolerancia y el respeto entre los pueblos.

Por tanto, es de fundamental importancia educar en la verdad, y favorecer la reconciliación dondequiera que haya sido perjudicada. El respeto de los derechos de los demás, que da fruto mediante un diálogo sincero y veraz, indicará los pasos prácticos que pueden realizarse. Toda persona de buena voluntad tiene el deber de trabajar por este objetivo. Sin embargo, esto es mucho más urgente para aquellos que reconocen en Dios al Único que es Padre de todos, cuya misericordia se ofrece libremente a todos, que juzga con justicia y ofrece a todos su amistad vivificante. Para los cristianos, la generosidad del Creador es visible en el rostro de Aquel a quien Dios "hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21), Cristo, nuestra paz y nuestra reconciliación verdadera.

Al encomendarle estas reflexiones a usted, venerable hermano, le pido, con ocasión de la Conferencia, que reafirme el fuerte compromiso de la Iglesia católica de trabajar incansablemente por la cooperación entre los pueblos, culturas y religiones, para que abundantes gracias y bendiciones celestiales desciendan sobre todos los hijos de Dios.

Vaticano, 4 de noviembre de 2005

BENEDICTO XVI

 



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