CARTA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DEL II CONGRESO MUNDIAL
DE PASTORAL DE PEREGRINACIONES Y SANTUARIOS
[SANTIAGO DI COMPOSTELA, 27-30 DE SEPTIEMBRE DE 2010]
A los Venerados Hermanos,
Mons. Antonio Maria Vegliò,
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral
de los Emigrantes e Itinerantes,
y Mons. Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
Con ocasión del II Congreso Mundial de Pastoral de Peregrinaciones y Santuarios, que se celebra en Santiago de Compostela del 27 al 30 de septiembre, deseo dirigiros mi cordial saludo, que hago extensivo a los venerados Hermanos en el Episcopado, a los miembros de la Delegación Fraterna, a los participantes en esta importante reunión y a las Autoridades civiles, que han colaborado en la preparación del Congreso. Expreso igualmente mi deferente saludo a Su Majestad el Rey de España, quien ha honrado esta iniciativa aceptando su Presidencia de Honor.
Bajo el lema: «Y entró para quedarse con ellos» (Lc 24,29), tomado del pasaje evangélico de los discípulos de Emaús, os disponéis a profundizar en la importancia de las peregrinaciones a los santuarios, en cuanto manifestación de vida cristiana y espacio de evangelización.
Con viva complacencia quisiera hacer llegar a los congresistas mi cercanía espiritual, que los aliente y acompañe en el ejercicio de una labor pastoral de tanto relieve en la vida eclesial. Yo mismo peregrinaré próximamente a la tumba del Apóstol Santiago, el "amigo del Señor", del mismo modo que he dirigido mis pasos hacia otros lugares del mundo, adonde acuden numerosos fieles con ferviente devoción. A este respecto, desde el inicio de mi pontificado, he querido vivir mi ministerio de Sucesor de Pedro con los sentimientos del peregrino que recorre las vías del mundo con esperanza y sencillez, llevando en sus labios y en su corazón el mensaje salvador de Cristo Resucitado y confirmando en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32). Como signo explicito de esta misión, figura en mi escudo, entre otros elementos, la concha de peregrino.
En estos momentos históricos, en los que, con más fuerza si cabe, estamos llamados a evangelizar nuestro mundo, ha de resaltarse la riqueza que nos brinda la peregrinación a los santuarios. Ante todo, por su gran capacidad de convocatoria, reuniendo a un número creciente de peregrinos y turistas religiosos, algunos de los cuales se encuentran en complicadas situaciones humanas y espirituales, con cierta lejanía respecto a la vivencia de la fe y una débil pertenencia eclesial. A todos ellos se dirige Cristo con amor y esperanza. El anhelo de felicidad que anida en el alma alcanza su respuesta en El, y el dolor humano junto a El tiene un sentido. Con su gracia, las causas más nobles hallan también su plena realización. Como Simeón se encontró con Cristo en el templo (cf. Lc 2,25-35), así también el peregrino ha de tener la oportunidad de descubrir al Señor en el santuario.
Con este fin, se procurara que los visitantes no olviden que los santuarios son ámbitos sagrados, para estar en ellos con devoción, respeto y decoro. De esta forma, la Palabra de Cristo, el Hijo de Dios vivo, podrá resonar con claridad, proclamándose íntegramente el acontecimiento de su muerte y resurrección, fundamento de nuestra fe. Hay que cuidar además, con singular esmero, la acogida del peregrino, dando realce, entre otros elementos, a la dignidad y belleza del santuario, imagen de la "morada de Dios con los hombres" (Ap 21,3); los momentos y espacios de oración, tanto personales como comunitarios; la atención a las practicas de piedad. De igual modo, nunca se insistirá bastante en que los santuarios sean faros de caridad, con incesante dedicación a los más desfavorecidos a través de obras concretas de solidaridad y misericordia y una constante disponibilidad a la escucha, favoreciendo en particular que los fieles puedan acercarse al sacramento de la Reconciliación y participar dignamente en la celebración eucarística, haciendo de esta el centro y culmen de toda la acción pastoral de los santuarios. Así se pondrá de manifiesto que la Eucaristía es, ciertamente, el alimento del peregrino, el «sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que nos acompaña y nos indica la dirección» (Homilía en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, 22 de mayo de 2008).
En efecto, a diferencia del vagabundo, cuyos pasos no tienen un destino final determinado, el peregrino siempre tiene una meta, aunque a veces no sea consciente explícitamente de ello. Y esta meta no es otra que el encuentro con Dios por medio de Cristo, en el que todas nuestras aspiraciones hallan su respuesta. Por esto, la celebración de la Eucaristía bien puede considerarse la culminación de la peregrinación.
Como "colaboradores de Dios" (1 Co 3,9), exhorto a todos los que os dedicáis a esta hermosa misión a que, con vuestro cuidado pastoral, favorezcáis en los peregrinos el conocimiento y la imitación de Cristo, que sigue caminando con nosotros, iluminando nuestra vida con su Palabra y repartiéndonos el Pan de Vida en la Eucaristía. De este modo, la peregrinación al santuario será una ocasión propicia para que se vigorice en los que lo visitan el deseo de compartir con otros la maravillosa experiencia de saberse amados por Dios y ser enviados al mundo para dar testimonio de ese amor.
Con estos sentimientos, confío los frutos de este Congreso a la intercesión de María Santísima y de Santiago Apóstol, a la vez que dirijo mi oración a Jesucristo, «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6), al que presento a todos los que, peregrinando por la vida, van buscando su rostro:
Cristo Señor, peregrino de Emaús,
que por amor te haces cercano a nosotros,
aunque, a veces, el desaliento y la tristeza
impidan que descubramos tu presencia.
Tú eres la llama que aviva nuestra fe.
Tú eres la luz que purifica nuestra esperanza.
Tú eres la fuerza que enciende nuestra caridad.
Enséñanos a reconocerte en la Palabra,
en la casa y en la Mesa donde el Pan de Vida se reparte,
en el servicio generoso al hermano que sufre.
Y cuando atardezca, ayúdanos, Señor, a decir:
"Quédate con nosotros". Amén.
Imparto a todos la implorada Bendición Apostólica, prenda de copiosas gracias celestiales.
Vaticano, 8 de septiembre de 2010.
BENEDICTUS PP. XVI
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