DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 29 de agosto de 2005
Señor Embajador:
1. Recibo complacido de sus manos las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República del Ecuador ante la Santa Sede y, a la vez que le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, le doy mi más cordial bienvenida en este acto solemne con el que inicia la misión encomendada por su Gobierno, la cual ya ejerció con significativo acierto desde 1984 a 1988.
Aprecio particularmente la confianza depositada en usted por el Señor Presidente de la República, el Dr. Alfredo Palacio González, al cual le ruego que haga llegar mis mejores deseos de paz, bienestar y prosperidad para el desarrollo integral de tan querida Nación.
2. Al recibirle a usted no puedo menos de recordar la agradable visita que, siendo entonces Arzobispo de Munich y Freising, realicé a su País en el año 1978 para presidir, como Enviado Extraordinario, el III Congreso Mariano Nacional en Guayaquil. En aquella ocasión pude visitar también las circunscripciones eclesiásticas de Cuenca, Ambato y brevemente Quito. Fue una experiencia muy positiva que me permitió aquilatar el acervo de fe y de adhesión a la Iglesia católica que caracterizan al pueblo ecuatoriano, el cual me recibió con grandes muestras de fervor y respeto como representante del Papa.
3. El Ecuador, como otros muchos Países, se ve aquejado también por problemas de orden económico, social y político. La búsqueda de medios para resolverlos es una tarea ardua que requiere siempre la buena voluntad y la colaboración de todos los ciudadanos de los diferentes estratos sociales, sobre todo de los responsables de las diversas instancias políticas y socio-económicas. Urge, pues, esta unión de intentos y voluntades para hacer posible una continua acción de los gobernantes ante los desafíos de un mundo globalizado, los cuales es necesario afrontar con auténtica solidaridad.
Esta virtud, como decía mi predecesor Juan Pablo II de venerada memoria, ha de inspirar la acción de los individuos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales y de todos los miembros de la sociedad civil, comprometiéndolos a trabajar para un justo crecimiento de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno (cf. Sollicitudo rei socialis, 40).
4. En sus palabras se ha referido usted, Señor Embajador, al deseo de su Gobierno de combatir la corrupción en todas sus formas, reducir la desigualdad entre quienes lo tienen todo y quienes carecen de bienes básicos como la educación, la salud y la vivienda, aunando iniciativas para seguir construyendo una nación mejor. En realidad, la transparencia y honradez en la gestión pública favorecen un clima de credibilidad y confianza de los ciudadanos en sus autoridades, y son la base para un desarrollo conveniente y justo. Conozco también las iniciativas que se están tomando a partir de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, la cual invita a las instancias administrativas a poner en práctica el principio de subsidiariedad como medio eficaz para afrontar tantas necesidades concretas.
En estas tareas los responsables de las entidades oficiales encontrarán en la Iglesia en el Ecuador, desde la pobreza de sus recursos pero con la fuerza de sus firmes convicciones, la colaboración adecuada para la búsqueda de soluciones justas, reconociendo los esfuerzos para hacer crecer la conciencia y responsabilidad de los ciudadanos y fomentar la participación de todos. El esfuerzo por atender las necesidades de los más desheredados debe considerarse una prioridad fundamental. Entre los que más sufren muchos pertenecen a las poblaciones indígenas, gran parte de la cuales están sumidas en la pobreza y la marginación.
5. Usted, Señor Embajador, sabe bien cómo la Iglesia católica ofrece sin reservas su asidua colaboración ante el lamentable problema de la emigración. Es de agradecer el reconocimiento y respeto que el Gobierno le ofrece en este campo. Pues la lejanía de la patria, debida al legítimo deseo de encontrar mejores condiciones de vida, lleva consigo toda una secuela de incertidumbres, dificultades y dolor de las familias, especialmente cuando se dejan atrás hijos de tierna edad. Por ello, además de ayudar a su mejora económica, es necesario conservar y acrecentar los ricos valores culturales y religiosos que forman parte del bagaje con el que un día partieron los emigrantes.
Entre esos valores, está muy arraigada en el corazón de los fieles ecuatorianos la devoción a la Madre de Dios. Precisamente, como ha recordado usted, el próximo año se celebrará el centenario del "milagro" de la imagen de la Dolorosa del Colegio en Quito. A lo largo de los años, varias personalidades de la política, de la cultura y del arte han manifestado públicamente su devoción a la Virgen bajo esta advocación. También deseo mencionar aquí el amor de sus conciudadanos a Mariana de Jesús, la primera Santa ecuatoriana, cuya estatua marmórea será colocada próximamente en un lugar ya determinado de la Basílica de San Pedro, como expresión de la firme adhesión del Ecuador a esta Sede Apostólica.
6. Señor Embajador, al final de este acto quiero formularle mis mejores votos por el feliz desempeño de sus funciones. Le ruego que transmita al Señor Presidente de la República mi saludo y a todo el pueblo ecuatoriano la seguridad de mi oración para que vaya progresando de manera serena y pacífica. Pido al Altísimo que lo asista siempre en la misión que hoy comienza, a la vez que invoco abundantes bendiciones sobre usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así como sobre los gobernantes y ciudadanos del Ecuador.
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