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 DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL EMBAJADOR DE LA EX REPÚBLICA YUGOSLAVA DE MACEDONIA


Jueves 19 de mayo de 2005

 

Excelencia

Me complace darle la bienvenida hoy y aceptar las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la ex República yugoslava de Macedonia ante la Santa Sede.
Agradezco las afectuosas palabras de saludo del presidente Crvenkovski, que me ha transmitido. Correspondo de buen grado, asegurando al Gobierno y a los ciudadanos de su nación mis oraciones por la paz y el bienestar del país.

La fiesta de san Cirilo y san Metodio, que, junto con san Benito, santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena y santa Teresa Benedicta de la Cruz, son los grandes patronos de Europa, se caracteriza por una visita anual a Roma de una delegación de su país. Este acontecimiento, muy simbólico, recuerda el gran interés que los Papas Nicolás I, Adriano II y Juan VIII mostraron por los Apóstoles de los eslavos, animándolos a realizar su actividad misionera con fidelidad y creatividad. Al igual que san Cirilo y san Metodio reconocieron la necesidad de traducir correctamente las nociones bíblicas y los conceptos teológicos griegos en un contexto muy diferente de pensamiento y de experiencia histórica, así también hoy la tarea principal que afrontan los cristianos en Europa consiste en proyectar la luz ennoblecedora de la Revelación sobre todo lo que es bueno, verdadero y bello. De este modo, todos los pueblos y naciones son atraídos hacia la paz y la libertad que Dios Creador quiere para todos.

Reconozco con sentimientos de gratitud que su nación ha reafirmado su compromiso de avanzar por un camino de paz y reconciliación. Al actuar así, puede convertirse en un ejemplo para las demás en la región de los Balcanes. Por desgracia, las diferencias culturales han sido a menudo fuente de incomprensión entre los pueblos e incluso causa de conflictos y guerras sin sentido. En efecto, el diálogo entre las culturas es una piedra angular indispensable para la civilización universal del amor, que anhela todo hombre y toda mujer. Por eso, lo animo a usted y a sus compatriotas a afirmar los valores fundamentales comunes a todas las culturas; comunes, porque tienen su fuente en la naturaleza misma de la persona humana. De este modo, la búsqueda de la paz se consolida, permitiéndoles dedicar todos los recursos humanos y espirituales al progreso material y moral de su pueblo, con espíritu de fructuosa cooperación con los países vecinos.

Como sabe muy bien, señor embajador, el objetivo de la integración social que su Gobierno está buscando legítimamente con valentía les acerca más al resto de Europa. En efecto, sus tradiciones y su cultura tienen en ella una resonancia natural y pertenecen al espíritu que impregna este continente. Como dijo en varias ocasiones mi amado predecesor:  Europa necesita de las naciones balcánicas, y ellas de Europa. Sin embargo, entrar en la Unión europea no debería entenderse meramente como una panacea para superar las dificultades económicas.

En el proceso de ampliación de la Unión europea es "sumamente importante" recordar que "no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica". Más bien, la Unión debe "consistir ante todo en una concordia de los valores, que se exprese en el derecho y en la vida" (Ecclesia in Europa, 110). Justamente esto exige de cada Estado un ordenamiento adecuado de la sociedad que recupere creativamente el alma de Europa, formada con la contribución decisiva del cristianismo, afirmando la dignidad trascendente de la persona humana y los valores de la razón, la libertad, la democracia y el Estado de derecho (cf. ib., 109).

El pueblo de su país ya ha logrado mucho en la difícil pero gratificante tarea de asegurar coherencia y estabilidad social. El desarrollo auténtico requiere un plan nacional coordinado de progreso que realice las legítimas aspiraciones de todos los sectores de la sociedad y del que se responsabilicen los líderes políticos y civiles. La historia humana nos enseña repetidamente que, para que estos programas lleven a cabo un cambio positivo y duradero, deben basarse en la protección de los derechos humanos, incluidos los de las minorías étnicas y religiosas, el ejercicio de un gobierno responsable y transparente, y el mantenimiento de la ley y el orden mediante un sistema judicial imparcial y una fuerza de policía honrada. Sin estos fundamentos, la esperanza de un verdadero progreso se desvanece.

Señor embajador, el compromiso de su Gobierno de mejorar la prosperidad social y económica de sus ciudadanos presenta a las generaciones jóvenes un panorama de confianza y optimismo. En esta promesa es central la creación de oportunidades educativas. Cuando las escuelas funcionan de una manera profesional y cuentan con gente dotada de integridad personal, se da esperanza a todos y muy especialmente a los jóvenes. La instrucción religiosa es parte integrante de esta formación

Ayuda a los jóvenes a descubrir el pleno sentido de la existencia humana, de modo especial la relación fundamentalmente importante entre la libertad y la verdad (cf. Fides et ratio, 90). En efecto, el conocimiento iluminado por la fe, lejos de dividir a las comunidades, une a los pueblos en la búsqueda común de la verdad, que define a todo ser humano como alguien que vive de fe (cf. ib., 31). Por tanto, aliento con fuerza al Gobierno a proseguir con su intención de permitir la enseñanza de la religión en las escuelas primarias.

La Iglesia católica en su nación, aunque es pequeña numéricamente, desea llegar, en colaboración con otras comunidades religiosas, a todos los miembros de la sociedad de Macedonia sin distinción. Su misión caritativa, dirigida particularmente a los pobres y a los que sufren, forma parte de su "práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano" (Novo millennio ineunte, 49) y es muy apreciada en su país. Le aseguro que la Iglesia está dispuesta a cooperar cada vez más en los programas de desarrollo humano del país, promoviendo los valores de paz, justicia, solidaridad y libertad.

Excelencia, la misión diplomática que comienza hoy fortalecerá ulteriormente los vínculos de comprensión y cooperación existentes entre su país y la Santa Sede. Le garantizo que las diversas oficinas de la Curia romana están dispuestas a ayudarle en el cumplimiento de su misión. Con mis mejores deseos, invoco sobre usted, sobre su familia y sobre todo el pueblo de su nación abundantes bendiciones de Dios.

 



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