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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS ALUMNOS DEL LA ACADEMIA ECLESIÁSTICA PONTIFICIA


Viernes 20 de mayo de 2005

 

Queridos amigos de la Academia eclesiástica pontificia

Con particular alegría os acojo un mes después de mi elección como Sucesor de Pedro. Algunos de vosotros quizás recuerden otro momento que vivimos juntos con ocasión de mi visita a vuestra Academia hace algunos años. Os saludo cordialmente a todos y, en primer lugar, saludo al monseñor presidente, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Ante todo, deseo agradeceros la generosidad con la que habéis respondido a la invitación que se os ha dirigido, y os habéis mostrado dispuestos a prestar a la Iglesia y a su Pastor supremo un servicio peculiar, como es precisamente el trabajo en las representaciones pontificias. Se trata de una misión singular que exige, como cualquier forma de ministerio sacerdotal, el seguimiento fiel de Cristo. A quien la cumple con amor se le ha prometido el ciento por uno aquí y la vida eterna (cf. Mt 19, 29).

En vuestra actividad diaria deberéis esforzaros por lograr que los vínculos de comunión de las Iglesias particulares con la Sede apostólica sean cada vez más intensos y operantes. Al mismo tiempo, trataréis de hacer presente y visible la solicitud que el Sucesor de Pedro tiene por todos los que forman parte de la grey del Señor, especialmente por los indefensos, los débiles y los abandonados. Por eso, es importante que durante estos años de formación en Roma reforcéis vuestro sensus Ecclesiae, asumiendo una forma eclesial en toda vuestra personalidad, en la mente y en el corazón. Esforzaos por cultivar en vosotros las dos dimensiones constitutivas y complementarias de la Iglesia:  la comunión y la misión, la unidad y la tensión evangelizadora. Al movimiento hacia el centro y el corazón de la Iglesia debe corresponder un impulso valiente que os lleve a testimoniar a las Iglesias particulares el tesoro de verdad y de gracia que Cristo ha confiado a Pedro y a sus Sucesores.

Estas dimensiones de vuestra misión están bien representadas por los apóstoles san Pedro y san Pablo, que en Roma derramaron su sangre. Por tanto, mientras estéis en la Academia, tratad de llegar a ser plenamente "romanos" en sentido eclesial, es decir, firmes y fieles en la adhesión al Magisterio y a la guía pastoral del Sucesor de Pedro; y, al mismo tiempo, cultivad el celo misionero de san Pablo, con el deseo de cooperar en la difusión del Evangelio hasta los confines del mundo.

A todos nos ha impresionado constatar cómo el testimonio del Papa Juan Pablo II ha tenido un eco profundo también en poblaciones no cristianas, como han referido varios nuncios apostólicos en sus relaciones. Esto confirma que quien anuncia a Cristo con la coherencia de la vida habla al corazón de todos, incluso de los hermanos de otras tradiciones religiosas. Como dije hace algunos días al clero romano, la misión de la Iglesia no contrasta con el respeto a las otras tradiciones religiosas y culturales. Cristo no quita nada al hombre, sino que le da plenitud de vida, de alegría y de esperanza. También vosotros estáis llamados a "dar razón" de esta esperanza (cf. 1 P 3, 15) en los diversos ambientes a los que la Providencia os destine.

Para realizar de modo adecuado el servicio que os espera y que la Iglesia os confía, se necesita una sólida preparación cultural, incluido el conocimiento de las lenguas, de la historia y del derecho, con una sabia apertura a las diversas culturas. Además, es indispensable que, en un nivel aún más profundo, os propongáis como objetivo fundamental de vuestra vida la santidad y la salvación de las almas que encontraréis en vuestro camino.

Con este fin, tratad siempre de ser sacerdotes ejemplares, animados por una oración constante e intensa, cultivando la intimidad con Cristo; si sois sacerdotes según el corazón de Cristo, desempeñaréis vuestro ministerio con éxito y fruto apostólico. No os dejéis tentar jamás por la lógica de la carrera y del poder.

Por último, saludo en particular a cuantos de vosotros dejarán en breve la Academia para su primer encargo en las representaciones pontificias, y, mientras les aseguro un recuerdo especial en la oración, les deseo una fecunda misión pastoral.

Sobre toda la comunidad de la Academia eclesiástica pontificia invoco la protección constante de María santísima y de los apóstoles san Pedro y san Pablo; y a todos vosotros, así como a vuestros seres queridos, os imparto con afecto la bendición apostólica. 



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