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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
DURANTE LA VISITA AL BELÉN DE LOS BARRENDEROS DE ROMA


Jueves 5 de enero de 2006

 

Señor alcalde;
señor presidente; señoras y señores;
queridos amigos: 

Para encontrar las palabras correctas, he hecho preparar un discurso, porque hablar bien en este momento, aunque el corazón está lleno de alegría, no es tan fácil. Por eso, permitidme que lea, pero con todo el corazón, este discurso.

Todos los años, mientras pudo, el venerado Pontífice Juan Pablo II vino a admirar vuestro belén. También yo, prosiguiendo esta hermosa costumbre, esta tarde he venido de buen grado, con gran alegría, para encontrarme con vosotros y visitar el belén que también este año habéis realizado. Sé que deseabais que el Papa no faltara a esta tradicional cita navideña, y debo deciros que este era también mi deseo. En efecto, quería expresaros personalmente mi gratitud por el trabajo que vosotros, queridos agentes ecológicos, lleváis a cabo asegurando la limpieza y el orden en la vasta zona alrededor de la plaza de San Pedro, frecuentada por numerosos peregrinos y turistas. Y esta limpieza, este orden, no son sólo algo exterior. Son la expresión de un espíritu, de una mentalidad, que manifiesta la belleza interior; la belleza que buscamos y que hace tan acogedora nuestra ciudad, capital del mundo en muchos sentidos.

Vuestro servicio exige dedicación e implica no pocos sacrificios. Vuestro presidente ha hablado de los gestos de caridad que hacéis, que son muy importantes. Por eso, ¡gracias de corazón! Os saludo con afecto y, a través de vosotros, quisiera saludar a todos vuestros compañeros. Dirijo un pensamiento especial al señor alcalde y a las demás autoridades, a los dirigentes, a los responsables de la Empresa municipal para el ambiente (AMA) y a cuantos han querido estar presentes. También expreso mi sincero agradecimiento al que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos comunes.

El motivo de nuestro encuentro es la visita a vuestro belén, el "belén de los barrenderos", el más conocido de Roma, que tiene más de treinta años de historia, habiendo sido ideado y realizado por primera vez en la Navidad de 1972 con la colaboración entusiasta de muchos agentes ecológicos. Sé que cada año se enriquece con nuevos elementos, pero permaneciendo fiel al estilo típico de las casas de Palestina del tiempo de Jesús. Es realmente impresionante, con 95 casas construidas por completo en piedra caliza y dotadas de puertas y ventanas, según el estilo de la época; no faltan ríos, manantiales, acueductos, luces, calles pavimentadas con "adoquines". En suma, un vasto paisaje poblado por cerca de 200 personajes, un conjunto construido con material proveniente de todas las partes del mundo, y especialmente de la columnata de San Pedro, de Belén y de San Giovanni Rotondo. Me ha admirado, y me congratulo con cuantos han trabajado pacientemente en la realización de una obra tan bien estructurada.

La visita al belén, especialmente esta tarde, en la víspera de la solemnidad de la Epifanía, es como ir en peregrinación a Belén, a la cueva santa donde nació el Redentor, y a Jerusalén, a donde llegaron los Magos desde Oriente y encontraron a Jesús, María y José. Detenerse a contemplar estas escenas evangélicas es un estímulo a meditar en el misterio central de nuestra salvación:  Dios se hizo hombre por nosotros; nosotros podemos acogerlo en nuestro corazón y experimentar la alegría de su presencia santificadora. Pero no basta detenerse a contemplar; es preciso hacer algo más. Es necesario que Jesús se convierta en el centro de toda nuestra existencia. Sí, es importante que él sea el guía de nuestro camino diario y la meta última y definitiva de nuestra peregrinación terrena.

Al expresaros a vosotros y a vuestras familias mis mejores deseos para el año 2006, recién iniciado, quisiera recordar la hermosa frase de san Agustín que elegí para la Navidad de este año:  "Expergiscere, homo:  quia pro te Deus factus est homo", "Despiértate, hombre:  porque por ti Dios se ha hecho hombre". Queridos amigos, el Señor quiere que estemos vigilantes y atentos, sin dejarnos engañar por las falaces sugestiones de todo lo que es efímero y pasajero. Que os suceda así a todos vosotros, queridos amigos, y el Señor os conceda un año nuevo sereno y fecundo. Acompaño este deseo con la seguridad de mi oración por vosotros y por vuestros seres queridos, a la vez que os bendigo de corazón a todos.

Recemos juntos el "padrenuestro", y después os imparto mi bendición.



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