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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE ZAMBIA EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 13 de octubre de 2006

 

Queridos hermanos en Cristo: 

Me complace daros la bienvenida a vosotros, obispos de Zambia, en este encuentro fraternal durante vuestra visita ad limina Apostolorum. De modo especial, doy las gracias a monseñor Telesphore George Mpundu, que ha expresado vuestra devoción a la Santa Sede y a mí como sucesor de Pedro. Os agradezco vuestros buenos deseos, a los que correspondo de buen grado. Nuestras conversaciones han suscitado en mí un aprecio más profundo de la Iglesia católica en vuestro país:  sus alegrías, sus dificultades y sus esperanzas. A través de vosotros saludo y abrazo al clero, a los religiosos  y a los fieles laicos de Zambia.

Recientemente en Alemania afirmé:  "Como personas de oración, llenas de su luz, llegamos a los demás e, implicándolos en nuestra oración, los hacemos entrar en el radio de la presencia de Dios, el cual hará después su parte" (Homilía en la catedral de San Corbiniano, Freising, 14 de septiembre de 2006:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de septiembre de 2006, p. 16). Por eso, os aliento a exhortar a vuestros fieles a entregarse a la oración y a la santidad, descubriendo el tesoro de una vida fundada en la fe en Cristo. Ojalá que ellos inviten a todos los que encuentren a compartir este tesoro.

La luz de la santidad, que brilla en quienes han descubierto este tesoro, se enciende en el momento del bautismo. En el bautismo Cristo libera al creyente del dominio del pecado, liberándolo de una existencia llena de temor y de superstición, e invitándolo a una vida nueva:  "Queridos, ahora somos hijos de Dios... Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro" (1 Jn 3, 2-3). En efecto, el cristiano ha puesto su confianza en Cristo y puede estar siempre seguro de que él escucha sus súplicas y las atiende.

Al esforzaros por preparar a vuestro pueblo para una vida de auténtica santidad, aseguraos de instruirlo en el valor y en la práctica de la oración, especialmente la oración litúrgica, en la que de un modo sublime la Iglesia se une a Cristo, sumo sacerdote, en su intercesión eterna por la salvación del mundo. Además, la Iglesia católica estimula a los fieles a practicar formas populares de piedad.
Por consiguiente, enseñad siempre a vuestro pueblo el valor de la intercesión de los santos, que son los grandes amigos de Jesús (cf. Jn 12, 20-22), y en particular la intercesión especial de María, su Madre, que está siempre atenta a nuestras necesidades (cf. Jn 2, 1-11).

Queridos hermanos en el episcopado, estoy seguro de que seguiréis dedicando vuestra vida con generoso amor al pueblo de Dios en Zambia. El Señor os ha elegido para que lo apacentéis y guiéis por el camino que lleva a la santidad. Hacedlo con sabiduría, con firme determinación y con afecto paterno. San Jerónimo, en su comentario a la carta de san Pablo a Tito, dice:  "El obispo debe practicar la abstinencia con respecto a todas las inquietudes que puedan agitar su alma:  no ha de ser inclinado a la cólera, ni abrumado por la tristeza, ni atormentado por el miedo" (cf. vv. 8-9:  PL 26, 603b-42). Esto es necesario especialmente en vuestras relaciones con vuestros hermanos sacerdotes, que a veces pueden extraviarse a causa de las numerosas tentaciones de la sociedad contemporánea. Como pastores y padres de vuestros colaboradores en la viña, debéis comunicarles siempre la alegría de servir al Señor con el debido desapego de las cosas de este mundo. Decidles que están cerca del corazón del Papa y presentes en sus oraciones diarias. Juntamente con vosotros, los animo a permanecer firmes en la fe verdadera y a mirar al futuro con viva esperanza en la gozosa posesión de ese tesoro incorruptible e inmarcesible, que nos ha alcanzado Jesucristo (cf. 1 P 1, 4).

Creemos que la Iglesia es santa. Cuando exhortéis a vuestros sacerdotes a llevar una vida santa de acuerdo con su vocación, cuando prediquéis el amor generoso y la fidelidad en el matrimonio, y cuando invitéis a todos a practicar las obras de misericordia, recordadles las palabras del Señor:  "Vosotros sois la luz del mundo... Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 14-16).

La santidad es un don divino, que se manifiesta en el amor a Dios y en el amor al prójimo. Queridos hermanos, mostrad a vuestro pueblo el rostro hermoso de Cristo, llevando una vida de auténtico amor. Mostrad la compasión de Cristo especialmente a los pobres, a los refugiados, a los enfermos y a todos los que sufren. Al mismo tiempo, en vuestra enseñanza seguid proclamando la necesidad de honradez, afecto familiar, disciplina y fidelidad, todo lo cual influye de un modo decisivo en la salud y la estabilidad de la sociedad.

Vuestra visita a Roma es un signo visible de vuestra búsqueda personal de la santidad y de vuestro ardiente deseo de ser heraldos del Evangelio, siguiendo el ejemplo heroico de los apóstoles san Pedro y san Pablo. San Mateo expresa así el mandato misionero de la Iglesia:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 18-20). Este pasaje es fuente de gran esperanza para todos los que dedican sus energías al ministerio apostólico. Estas palabras nos recuerdan la presencia constante y activa de Cristo vivo en su santa Iglesia católica. Os invito a vosotros y a quienes cooperan con vosotros en vuestro ministerio a meditar en ellas y a renovar vuestra confianza en el Señor.

Al volver a vuestra patria, llevad mi saludo afectuoso a los habitantes de vuestro país. Ojalá que vuestro testimonio de hombres llenos de la esperanza de la resurrección los conduzca a un aprecio cada vez mayor de las alegrías que el Señor nos ha prometido. A cada uno de vosotros y a todos los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral, imparto de corazón mi bendición apostólica.



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