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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE LA AUDIENCIA CONCEDIDA
AL CARDENAL TARCISIO BERTONE, S.D.B., SECRETARIO DE ESTADO,
JUNTAMENTE CON SUS FAMILIARES


Lunes 18 de septiembre de 2006

 

Eminencia;
queridos amigos:

Me alegra saludar aquí una vez más públicamente al nuevo secretario de Estado y a toda su familia. Nos conocimos cuando su eminencia era consultor de la Congregación para la doctrina de la fe. Me ayudó muchísimo en algunos difíciles coloquios que tuvimos en 1988.

Después, cuando el querido mons. Bovone pasó a la Congregación para las causas de los santos, resultó necesario buscar un nuevo secretario para la Congregación para la doctrina de la fe. Y no tuve que reflexionar mucho tiempo, porque los recuerdos de aquel trabajo común eran tan vivos que comprendí que el Señor ya me había indicado el sucesor.

Siguieron años muy hermosos de colaboración en la Congregación para la doctrina de la fe. Siempre ha estado presente san Eusebio de Vercelli; no sé si también hoy esta presencia sigue custodiando la fe. Hicimos todo lo que pudimos. Tuve la posibilidad de ver Vercelli y de conocer esa hermosa archidiócesis. En ese tiempo, al venir a la Congregación, el cardenal Bertone había «perdido» la púrpura que había tenido en Vercelli. Luego, al ir a Génova, volvió la púrpura y tuvo ocasión de ver también las bellezas de Génova.

Más adelante llegó el tiempo en que algunos cardenales de la Curia, que nacieron en 1927, presentaran la dimisión. Así me acordé nuevamente de los años en que trabajamos juntos y el Señor me concedió esta gracia del «sí» de su eminencia.

Con valentía comenzamos juntos nuestro camino. Me alegra ver que cuenta con el apoyo de una familia fuerte. A todos os expreso mis mejores deseos.



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