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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE EMPRESARIOS ITALIANOS


Sala clementina
Sábado 26 de mayo de 2007

 

Queridos amigos:

Gracias por vuestra visita, que me es particularmente grata: os saludo cordialmente a cada uno. En primer lugar, saludo a vuestro presidente, el doctor Matteo Colaninno, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi saludo a los responsables nacionales, regionales y provinciales del Movimiento de empresarios jóvenes, así como a todos los miembros de vuestra asociación, que se distingue por ser un movimiento de personas y no simplemente una organización de empresas. De este modo se quiere poner de relieve la responsabilidad del empresario, llamado a dar una contribución peculiar al desarrollo económico de la sociedad. En efecto, el tenor del bienestar social de que goza hoy Italia no sería posible sin la aportación de los empresarios y de los dirigentes, «cuyo papel», como recuerda el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, «reviste una importancia central desde el punto de vista social, porque se sitúa en el corazón de la red de vínculos técnicos, comerciales, financieros y culturales, que caracterizan la moderna realidad de la empresa» (n. 344).

En este encuentro quisiera exponer algunas breves consideraciones sobre vuestro papel en los ámbitos de la vida económica. Me inspiro en un texto del concilio Vaticano II conocido y citado a menudo: «En las empresas económicas —recuerda el Concilio— se asocian personas, es decir, hombres libres y responsables, creados a imagen de Dios. Por ello, teniendo en cuenta las funciones de cada uno, propietarios, dadores de trabajo, dirigentes u obreros, y quedando a salvo la unidad necesaria de la dirección del trabajo, hay que promover, según formas que hay que determinar convenientemente, la participación activa de todos en la gestión de la empresa» (Gaudium et spes, 68).

Toda empresa ha de considerarse, en primer lugar, como un conjunto de personas, cuyos derechos y dignidad se deben respetar. A este propósito, me ha complacido saber que vuestro Movimiento, durante estos años, se ha esforzado por subrayar con vigor la centralidad del hombre en el campo de la economía. Al respecto, fue significativo vuestro primer Congreso nacional de 2006 sobre el tema: "La economía del hombre". En efecto, es indispensable que la referencia última de toda intervención económica sea el bien común y la satisfacción de las legítimas expectativas del ser humano. En otros términos, la vida humana y sus valores deben ser siempre el principio y el fin de la economía.

Desde esta perspectiva, asume su justo valor la función de los beneficios como primer indicador del buen funcionamiento de la empresa. El magisterio social de la Iglesia reconoce su importancia, subrayando al mismo tiempo la necesidad de tutelar la dignidad de las personas implicadas de diversas maneras en las empresas. Incluso en los momentos de mayor crisis, el criterio que gobierna las opciones empresariales no puede ser la mera promoción de una mayor ganancia. Al respecto, el Compendio ya citado afirma: «Los empresarios y los dirigentes no pueden tener en cuenta exclusivamente el objetivo económico de la empresa, los criterios de la eficiencia económica, las exigencias del cuidado del "capital" como conjunto de medios de producción: el respeto concreto de la dignidad humana de los trabajadores que laboran en la empresa es también su deber preciso». «Las personas —prosigue el texto— constituyen "el patrimonio más valioso de la empresa", el factor decisivo de la producción. En las grandes decisiones estratégicas y financieras, de adquisición o de venta, de reajuste o cierre de instalaciones, en la política de fusiones, los criterios no pueden ser exclusivamente de naturaleza financiera y comercial» (n. 344).

Es necesario que la actividad laboral vuelva a ser el ámbito en el que el hombre puede realizar sus potencialidades, haciendo fructificar su capacidad e ingenio; y de vosotros, los empresarios, depende en gran parte crear las condiciones más favorables para que esto suceda. Ciertamente, todo esto no es fácil, dado que el mundo del trabajo está marcado por una fuerte y persistente crisis, pero estoy seguro de que no escatimaréis esfuerzos para salvaguardar el empleo, de modo particular el de los jóvenes. Para construir su futuro con confianza, deben poder contar efectivamente con una fuente segura de sustentamiento para sí y para sus seres queridos.

Junto con la centralidad del hombre en la economía, vuestra reflexión ha afrontado durante estos años otros temas de gran actualidad, como por ejemplo el de la familia en la empresa italiana. Muchas veces he reafirmado la importancia de la familia fundada en el matrimonio, como elemento básico de la vida y del desarrollo de una sociedad. Trabajar en favor de las familias significa contribuir a renovar el entramado de la sociedad y poner también las bases de un auténtico desarrollo económico.

Otro tema importante que habéis subrayado es el complejo fenómeno de la globalización. Este fenómeno, por una parte, alimenta la esperanza de una participación más general en el desarrollo y en la difusión del bienestar gracias a la redistribución de la producción a escala mundial; pero, por otra, presenta diversos riesgos vinculados a las nuevas dimensiones de las relaciones comerciales y financieras, que van en la dirección de un incremento de la brecha entre la riqueza económica de unos pocos y el crecimiento de la pobreza de muchos.

Como afirmó de manera incisiva mi venerado predecesor Juan Pablo II, es preciso «asegurar una globalización en la solidaridad, una globalización sin dejar a nadie al margen» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1998, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 1997, p. 6).

Que el Señor, queridos amigos, ilumine vuestra mente y fortalezca vuestra voluntad para que cumpláis vuestra misión como un valioso servicio a la sociedad. Con estos sentimientos, a la vez que aseguro un recuerdo particular en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras actividades, de corazón os bendigo a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.



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