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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO POR LA ORQUESTA SINFÓNICA
Y EL CORO DE LA RADIO BÁVARA


Sábado 27 de octubre de 2007

 

Señores cardenales;
honorable señor ministro presidente;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustre señor profesor Gruber;
señoras y señores: 

Después de esta emotiva velada musical deseo expresar mi profunda gratitud a cuantos han contribuido a su realización. En primer lugar, naturalmente, doy las gracias a la orquesta sinfónica y al coro de la Radio Bávara, así como a los excelentes solistas y a su gran director Mariss Jansons.

La interpretación sensible y conmovedora de la novena sinfonía de Beethoven —nueva demostración de su excepcional talento— resonará aún durante mucho tiempo en mi interior y quedará grabada en mi memoria como un regalo particular. Pero agradezco también la excelente ejecución del "Tu es Petrus", que fue compuesto aquí, en Roma, para la basílica de San Pedro, y forma parte de las obras de la literatura coral. Por último, agradezco al cardenal Friedrich Wetter y al profesor Thomas Gruber las amables y profundas palabras con las que, por decirlo así, me han "entregado" el regalo de este concierto.

La novena sinfonía, esta imponente obra maestra que, como ha dicho usted, querido cardenal, pertenece al patrimonio universal de la humanidad, suscita siempre mi admiración:  después de años de auto-aislamiento y de vida retirada, durante los cuales Beethoven tuvo que afrontar dificultades interiores y exteriores que le causaban depresión y profunda amargura, y amenazaban con ahogar su creatividad artística, el compositor, ya totalmente sordo, en el año 1824 sorprende al público con una composición que rompe la forma tradicional de la sinfonía y, con la colaboración de la orquesta, del coro y de los solistas, se eleva hasta un final extraordinario de optimismo y alegría. ¿Qué había sucedido?

A los oyentes atentos, la música misma les permite intuir algo de lo que está en el origen de esta inesperada explosión de júbilo. El intenso sentimiento de alegría transformado aquí en música no es algo ligero y superficial:  es un sentimiento conquistado con esfuerzo, superando  el  vacío  interior de un hombre a quien la sordera había impulsado al aislamiento; las quintas vacías al inicio del  primer movimiento y la irrupción repetida de una atmósfera triste son su expresión.

Sin embargo, la soledad silenciosa había enseñado a Beethoven un modo nuevo de escuchar, que iba más allá de la simple capacidad de experimentar con la imaginación el sonido de las notas que se leen o escriben. En este contexto me viene a la memoria una expresión misteriosa del profeta Isaías que, hablando de la victoria de la verdad y del derecho, decía:  "Oirán aquel día los sordos palabras de un libro (es decir, palabras solamente escritas); liberados de la tiniebla y de la oscuridad, los ojos de los ciegos las verán" (cf. Is 29, 18-24). Se alude así a una facultad de percibir que recibe como don quien obtiene de Dios la gracia de una liberación exterior e interior.

Por eso, cuando en 1989, con ocasión de la "caída del muro" de Berlín, el coro y la orquesta de la Radio Bávara al ejecutar bajo la dirección de Leonard Bernstein la sinfonía que acabamos de escuchar, cambiaron el texto del "Himno a la alegría" en "Libertad, hermosa chispa de Dios", expresaron mucho más que el simple sentimiento de ese momento histórico:  la verdadera alegría reside en la libertad que, en el fondo, sólo Dios puede dar. Él —a veces precisamente a través de períodos de vacío y de aislamiento interiores— quiere que estemos atentos y seamos capaces de "escuchar" su presencia silenciosa, no sólo "sobre la bóveda llena de estrellas", sino también en lo más íntimo de nuestra alma. Allí arde la chispa del amor divino que puede liberarnos para que seamos lo que debemos ser.

Os doy las gracias de corazón y os imparto a todos mi bendición.



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