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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE PROFESORES DE RELIGIÓN EN ESCUELAS ITALIANAS

Sala Pablo VI
Sábado 25 de abril de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

Para mí es un verdadero placer encontrarme con vosotros y compartir algunas reflexiones sobre vuestra importante presencia en el panorama escolar y cultural italiano, así como en el seno de la comunidad cristiana. Saludo a todos con afecto, comenzando por el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia episcopal italiana, a quien doy las gracias por las corteses palabras que me ha dirigido, presentándome esta numerosa y viva asamblea. Asimismo dirijo un saludo cordial a todas las autoridades presentes.

La enseñanza de la religión católica forma parte de la historia de la escuela en Italia, y el profesor de religión constituye una figura muy importante en el claustro de profesores. Es significativo que numerosos muchachos se mantengan en contacto con él también después de los cursos. Además, el elevadísimo número de quienes escogen esta materia es signo del valor insustituible que reviste en el itinerario de formación y un índice de los altos niveles de calidad que ha alcanzado.

En un mensaje reciente, la presidencia de la Conferencia episcopal italiana ha afirmado que "la enseñanza de la religión católica favorece la reflexión sobre el sentido profundo de la existencia, ayudando a encontrar, más allá de los múltiples conocimientos, un sentido unitario y una intuición global. Esto es posible porque esa enseñanza pone en el centro a la persona humana y su inviolable dignidad, dejándose iluminar por la experiencia única de Jesús de Nazaret, cuya identidad trata de investigar, pues desde hace dos mil años no deja de interrogar a los hombres".

Poner en el centro al hombre creado a imagen de Dios (cf. Gn 1, 27) es, de hecho, lo que caracteriza diariamente vuestro trabajo, en unidad de objetivos con los demás educadores y profesores. Con motivo de la Asamblea eclesial de Verona, en octubre de 2006, yo mismo abordé la "cuestión fundamental y decisiva" de la educación, indicando la exigencia de "ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca" (Discurso del 19 de octubre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 27 de octubre de 2006, p. 9). En efecto, la dimensión religiosa, es intrínseca al hecho cultural, contribuye a la formación global de la persona y permite transformar el conocimiento en sabiduría de vida.

Vuestro servicio, queridos amigos, se sitúa precisamente en este fundamental cruce de caminos, en el que —sin invasiones impropias y sin confusión de papeles— se encuentran la búsqueda universal de la verdad y el testimonio bimilenario que dan los creyentes a la luz de la fe, así como las extraordinarias cumbres del conocimiento y del arte, conquistadas por el espíritu humano y la fecundidad del mensaje cristiano, tan arraigado en la cultura y la vida del pueblo italiano.

Con la plena y reconocida dignidad escolar de vuestra enseñanza, contribuís, por una parte, a dar un alma a la escuela y, por otra, a asegurar a la fe cristiana plena ciudadanía en los lugares de la educación y de la cultura en general. Así pues, gracias a la enseñanza de la religión católica, la escuela y la sociedad se enriquecen con verdaderos laboratorios de cultura y de humanidad, en los cuales, descifrando la aportación significativa del cristianismo, se capacita a la persona para descubrir el bien y para crecer en la responsabilidad; para buscar el intercambio, afinar el sentido crítico y aprovechar los dones del pasado a fin de comprender mejor el presente y proyectarse conscientemente hacia el futuro.

La cita de hoy se enmarca también en el contexto del Año paulino. El Apóstol de los gentiles sigue ejerciendo una gran fascinación en todos nosotros: en él reconocemos al discípulo humilde y fiel, al valiente heraldo, al genial mediador de la Revelación. Os invito a aspirar a estas características para alimentar vuestra identidad de educadores y de testigos en el mundo de la escuela. San Pablo, en la primera carta a los Tesalonicenses (1 Ts 4, 9), define a los creyentes con la hermosa expresión qeod|daktoi, es decir, "instruidos por Dios", que tienen a Dios por maestro. En esta palabra encontramos el secreto de la educación, como recuerda también san Agustín: "Nosotros, los que hablamos, y vosotros,los que escucháis, reconozcámonos como fieles discípulos de un único Maestro" (Serm. 23, 2).

Además, en la enseñanza paulina, la formación religiosa no está separada de la formación humana. Las últimas cartas de su epistolario, las que se llaman "pastorales", están llenas de significativas referencias a la vida social y civil que los discípulos de Cristo deben tener muy en cuenta. San Pablo es un verdadero "maestro" que se preocupa tanto de la salvación de la persona educada en una mentalidad de fe, como de su formación humana y civil, para que el discípulo de Cristo pueda desarrollar plenamente una personalidad libre, una vivencia humana "completa y bien preparada", que se manifiesta también en una atención por la cultura, la profesionalidad y la competencia en los diferentes campos del saber para beneficio de todos.

Por tanto, la dimensión religiosa no es una superestructura, sino que forma parte de la persona, ya desde la infancia; es apertura fundamental a los demás y al misterio que preside toda relación y todo encuentro entre los seres humanos. La dimensión religiosa hace al hombre más hombre. Que vuestra enseñanza, sea siempre capaz, como la de san Pablo, de abrir a vuestros alumnos a esta dimensión de libertad y de pleno aprecio del hombre redimido por Cristo tal como está en el proyecto de Dios, poniendo así en práctica una verdadera caridad intelectual con numerosos muchachos y con sus familias.

Ciertamente uno de los aspectos principales de vuestra labor de enseñanza es la comunicación de la verdad y de la belleza de la Palabra de Dios, y el conocimiento de la Biblia es un elemento esencial del programa de enseñanza de la religión católica. Hay un vínculo que une la enseñanza de la religión en la escuela y la profundización existencial de la fe, como sucede en las parroquias y en las diferentes realidades eclesiales. Ese vínculo está constituido por la persona misma del profesor de religión católica; además de vuestro deber de contar con la competencia humana, cultural y pedagógica propia de todo maestro, tenéis la vocación de dejar traslucir que el Dios del que habláis en las aulas de clase constituye la referencia esencial de vuestra vida. Vuestra presencia, lejos de ser una interferencia o una limitación de la libertad, es un valioso ejemplo del espíritu positivo de laicidad que permite promover una convivencia civil constructiva, fundada en el respeto recíproco y en el diálogo leal, valores que un país siempre necesita.

Como sugieren las palabras del apóstol san Pablo, que conforman el título de vuestra cita, os deseo a todos que el Señor os dé la alegría de no avergonzaros nunca de su Evangelio, la gracia de vivirlo y el anhelo de compartir y cultivar la novedad que brota de él para la vida del mundo. Con estos sentimientos, os bendigo a vosotros, a vuestras familias, así como a todos los estudiantes y profesores con quienes os encontráis cada día en esa comunidad de personas y de vida que es la escuela.



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