VISITA A LAS ZONAS AFECTADAS POR EL TERREMOTO DE LOS ABRUZOS
PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA POBLACIÓN DE L'AQUILA EN LA PLAZA DE COPPITO
Martes 29 de abril de 2009
Queridos hermanos y hermanas:
Gracias por vuestra acogida, que me conmueve profundamente. Os abrazo a todos con afecto en nombre de Cristo, nuestra firme esperanza. Saludo a vuestro arzobispo, el querido monseñor Giuseppe Molinari, que como pastor ha compartido y está compartiendo con vosotros esta dura prueba. Le agradezco las cordiales palabras, llenas de fe y confianza evangélica, con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos.
Saludo al alcalde de L'Aquila, honorable Massimo Cialente, que con gran empeño está impulsando el renacimiento de esta ciudad; así como al presidente de la Región, honorable Gianni Chiodi. A ambos les agradezco sus profundas palabras. Saludo a la Guardia de Finanza, que nos acoge en este lugar. Saludo a los párrocos, a los demás sacerdotes y a las religiosas. Saludo a los alcaldes de las poblaciones afectadas por esta catástrofe, así como a todas las autoridades civiles y militares: a la Protección civil, a los bomberos, a la Cruz Roja, a los equipos de socorro y a los numerosos voluntarios de muchas y diversas asociaciones. Sería difícil nombrarlos a todos; sin embargo, a cada uno quisiera dirigir una palabra de aprecio especial.
Gracias por lo que habéis hecho y sobre todo por el amor con que lo habéis hecho. Gracias por el ejemplo que habéis dado. Proseguid vuestra labor unidos y bien coordinados, a fin de que se puedan aplicar cuanto antes soluciones eficaces para las personas que viven actualmente en los campamentos. Lo deseo de corazón y rezo por esta intención.
He comenzado esta visita por Onna, población fuertemente azotada por el seísmo, pensando también en las demás poblaciones damnificadas. Llevo en mi corazón a todas las víctimas de esta catástrofe: niños, jóvenes, adultos, ancianos, tanto de los Abruzos como de otras regiones de Italia, e incluso de diversas naciones.
Mi visita a la basílica de Collemaggio, para venerar las reliquias del santo Papa Celestino V, me ha permitido palpar el corazón herido de esta ciudad. Así he querido rendir homenaje a la historia y a la fe de vuestra tierra, y a todos vosotros, que os identificáis con este santo. Sobre su urna, como ha recordado usted, señor alcalde, he dejado como signo de mi participación espiritual el palio que me impusieron en el día del inicio de mi pontificado. Además, para mí ha sido muy conmovedor orar ante la Casa del estudiante, donde la violencia del terremoto segó varias vidas jóvenes. Al atravesar la ciudad, he tomado mayor conciencia de las graves consecuencias del terremoto.
Me encuentro ahora en esta plaza, situada frente a la escuela de la Guardia de Finanza, que prácticamente desde el primer momento funciona como cuartel general de toda la labor de socorro. Este lugar, consagrado por la oración y el llanto por las víctimas, constituye en cierto modo el símbolo de vuestra tenaz voluntad de no caer en el desaliento. "Nec recisa recedit": el lema del cuerpo de la Guardia de Finanza, que podemos admirar en la fachada del edificio, parece expresar muy bien la que el alcalde ha definido firme intención de reconstruir la ciudad con la constancia que os caracteriza a vosotros, los habitantes de los Abruzos.
En esta amplia plaza, que acogió los féretros de numerosas víctimas para la celebración del funeral presidido por el cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, se han dado cita hoy las fuerzas comprometidas a ayudar a las poblaciones de L'Aquila y los Abruzos a volverse a levantar pronto de las ruinas del terremoto.
Como ha recordado el arzobispo, mi visita a vosotros, que desde el primer momento deseaba realizar, quiere ser signo de mi cercanía a cada uno de vosotros y de la solidaridad fraterna de toda la Iglesia. En efecto, como comunidad cristiana, formamos un solo cuerpo espiritual; y, si una parte sufre, todas las demás partes sufren con ella; y si una parte se esfuerza por levantarse, todas participan en su esfuerzo. Quiero deciros que desde todas las partes del mundo me han llegado para vosotros manifestaciones de solidaridad. Muchas altas personalidades de las Iglesias ortodoxas me han escrito para asegurar su oración y su cercanía espiritual, enviando también ayudas económicas.
Deseo subrayar el valor y la importancia de la solidaridad que, aunque se manifieste de modo especial en momentos de crisis, es como un fuego escondido bajo la ceniza. La solidaridad es un sentimiento muy cívico y cristiano, y pone de manifiesto la madurez de una sociedad. En la práctica se expresa en la obra de socorro, pero no es sólo una maquina de organización eficiente: hay un alma, hay una pasión, que deriva precisamente de la gran historia civil y cristiana de nuestro pueblo, tanto si se realiza en las formas institucionales como a través del voluntariado. Y también quiero congratularme hoy por esto.
El trágico acontecimiento del terremoto invita a la comunidad civil y a la Iglesia a una profunda reflexión. Como cristianos debemos interrogarnos: "¿Qué quiere decirnos el Señor a través de este triste acontecimiento?". Hemos vivido la Pascua afrontando esta tragedia, interrogando la Palabra de Dios y recibiendo nueva luz de la crucifixión y la resurrección del Señor. Hemos celebrado la muerte y la resurrección de Cristo, llevando en la mente y en el corazón vuestro dolor, orando para que no fallara en las personas afectadas la confianza en Dios y la esperanza. Pero también como comunidad civil es preciso hacer un serio examen de conciencia, para que se mantenga en todo momento el nivel de las responsabilidades. Con esta condición, L'Aquila, aunque esté herida, podrá volver a volar.
Ahora, queridos hermanos y hermanas, os invito a dirigir la mirada a la estatua de la Virgen de Roio, venerada en un santuario muy amado por vosotros, para encomendarle a ella, Nuestra Señora de la Cruz, la ciudad y todos los demás pueblos azotados por el terremoto. A ella, la Virgen de Roio, le dejo una rosa de oro, como signo de mi oración por vosotros, a la vez que encomiendo a su protección materna y celestial todas las localidades afectadas.
Y ahora oremos:
Oh María,
Madre nuestra amadísima,
tú que estás junto a nuestras cruces
como permaneciste
junto a la de Jesús,
sostén nuestra fe,
para que, aunque estemos
inmersos en el dolor,
mantengamos la mirada fija
en el rostro de Cristo,
en el que, durante
el sufrimiento extremo de la cruz,
se manifestó el amor inmenso
y puro de Dios.
Madre de nuestra esperanza,
danos tus ojos para ver,
más allá del sufrimiento
y de la muerte,
la luz de la resurrección.
Danos tu corazón
para seguir amando y sirviendo,
también en medio de la prueba.
¡Oh María, Virgen de Roio,
Nuestra Señora de la Cruz,
ruega por nosotros!
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