DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL QUINTO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL, REGIONES SUR 3 Y 4,
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM"
Sábado 5 de diciembre de 2009
Queridos hermanos en el episcopado:
Os doy la bienvenida y os saludo a todos y a cada uno, al recibiros colegialmente en el marco de vuestra visita ad limina. Agradezco a monseñor Murilo Krieger las palabras de devota estima que me ha dirigido en nombre de todos vosotros y del pueblo confiado a vuestra solicitud pastoral en las regiones eclesiásticas Sur 3 y 4, exponiendo también sus desafíos y esperanzas. Al escuchar esto, siento que de mi corazón se elevan acciones de gracias al Señor por el don de la fe misericordiosamente concedido a vuestras comunidades eclesiales, conservado celosamente por ellas y transmitido valientemente, en obediencia al mandamiento que nos dejó Jesús de llevar su Buena Noticia a toda criatura, tratando de impregnar de humanismo cristiano la cultura actual.
Por lo que se refiere a la cultura, el pensamiento se dirige a dos ámbitos clásicos en los que se forma y comunica —la universidad y la escuela—, centrando la atención principalmente en las comunidades académicas que han nacido a la sombra del humanismo cristiano y que se inspiran en él, honrándose con el nombre de "católicas". Ahora bien, "precisamente por la referencia explícita, y compartida por todos los miembros de la comunidad escolar, a la visión cristiana —aunque sea en grado diverso— es por lo que la escuela es "católica", porque los principios evangélicos se convierten para ella en normas educativas, motivaciones interiores y al mismo tiempo metas finales" (Congregación para la educación católica, La escuela católica, n. 34: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de julio de 1977, p. 9). En una decidida sinergia con las familias y con las comunidades eclesiales, debe promover la unidad entre fe, cultura y vida que constituye el objetivo fundamental de la educación cristiana.
También se puede ayudar, de diferentes formas, a las escuelas estatales en su tarea educativa con la presencia de profesores creyentes —en primer lugar, pero no exclusivamente, los profesores de religión católica— y de alumnos formados cristianamente, así como con la colaboración de las familias y de la propia comunidad cristiana. De hecho, una sana laicidad de la escuela no implica la negación de la trascendencia, ni una mera neutralidad frente a aquellos requisitos y valores morales que constituyen la base de una auténtica formación de la persona, incluida la educación religiosa.
La escuela católica no puede concebirse ni vivir separada de las demás instituciones educativas. Está al servicio de la sociedad: desempeña una función pública y un servicio de utilidad pública que no está reservado sólo a los católicos sino abierto a todos aquellos que desean beneficiarse de una propuesta educativa cualificada. El problema de su equiparación jurídica y económica con la escuela estatal sólo se planteará correctamente si partimos del reconocimiento del papel primario de las familias y del subsidiario de las demás instituciones educativas. El artículo 26 de la Declaración universal de derechos humanos dice: "Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos". El compromiso de siglos de la escuela católica va en esta dirección, impulsado por una fuerza aún más radical, es decir, por la fuerza que hace de Cristo el centro del proceso educativo.
Este proceso, que comienza en las escuelas primaria y secundaria, se realiza de modo más alto y especializado en las universidades. La Iglesia siempre ha sido solidaria con la universidad y con su vocación de llevar al hombre a los más altos niveles del conocimiento de la verdad y del dominio del mundo en todos sus aspectos. Me complace expresar mi más viva gratitud eclesial a las diferentes congregaciones religiosas que entre vosotros han fundado y sostenido universidades de renombre, recordándoles, sin embargo, que no son propiedad de quien las ha fundado o de quien estudia en ellas, sino expresión de la Iglesia y de su patrimonio de fe.
En este sentido, amados hermanos, vale la pena recordar que, el pasado mes de agosto, cumplió veinticinco años la instrucción Libertatis nuntius de la Congregación para la doctrina de la fe sobre algunos aspectos de la teología de la liberación; en ella se subrayaba el peligro que implicaba la aceptación acrítica, por parte de algunos teólogos, de tesis y metodologías provenientes del marxismo. Sus consecuencias más o menos visibles, hechas de rebelión, división, disenso, ofensa y anarquía, todavía se dejan sentir, creando en vuestras comunidades diocesanas un gran sufrimiento y una grave pérdida de fuerzas vivas. Suplico a todos los que de algún modo se han sentido atraídos, involucrados y afectados en su interior por ciertos principios engañosos de la teología de la liberación, que vuelvan a confrontarse con la mencionada Instrucción, acogiendo la luz benigna que ofrece a manos llenas; recuerdo a todos que "la "norma suprema de su fe" [de la Iglesia] proviene de la unidad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidad tal que los tres no pueden subsistir de forma independiente" (Juan Pablo II, Fides et ratio, 55). Que, en el ámbito de los organismos y comunidades eclesiales, el perdón ofrecido y recibido en nombre y por amor de la Santísima Trinidad, que adoramos en nuestro corazón, ponga fin a la tribulación de la amada Iglesia que peregrina en las tierras de la Santa Cruz.
Venerados hermanos en el episcopado, en la unión con Cristo nos precede y nos guía la Virgen María, tan amada y venerada en vuestras diócesis y en todo Brasil. En ella encontramos la verdadera esencia, pura y no deformada, de la Iglesia, y así, por medio de ella, aprendemos a conocer y amar el misterio de la Iglesia que vive en la historia, nos sentimos profundamente parte de ella, nos convertimos también nosotros en "almas eclesiales", aprendiendo a resistir a la "secularización interna" que amenaza a la Iglesia y sus enseñanzas.
A la vez que pido al Señor que derrame la abundancia de su luz sobre todo el mundo escolar brasileño, encomiendo a sus protagonistas a la protección de la Virgen santísima, y os imparto a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los laicos comprometidos y a todos los fieles de vuestras diócesis una paterna bendición apostólica.
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