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DISCURSO DE L SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE TURQUÍA EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 2 de febrero de 2009

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

Me alegra recibiros esta mañana, al realizar vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, signo elocuente de vuestra comunión con el Sucesor de san Pedro. Doy las gracias al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Luigi Padovese, vicario apostólico de Anatolia, por las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. A través de vuestra presencia, vuestras comunidades, tan diversas entre sí, vienen a encontrarse con la Iglesia de Roma, manifestando así su unidad profunda. Al regresar a vuestro país, llevad mi afectuoso saludo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis. Decidles que el Papa, que lleva siempre en su corazón el recuerdo de su peregrinación a Turquía, se siente cercano a cada uno de ellos, compartiendo sus preocupaciones y sus esperanzas.

Vuestra visita, que se desarrolla providencialmente en este año dedicado a san Pablo, adquiere una importancia particular para vosotros, pastores de la Iglesia católica en Turquía, tierra en la que nació el Apóstol de los gentiles y en la que fundó muchas comunidades. Como dije en la basílica en la que se encuentra su tumba, he querido convocar este Año paulino "para escucharlo y aprender ahora de él, como nuestro maestro, "la fe y la verdad" en las que se arraigan las razones de la unidad entre los discípulos de Cristo" (Homilía en la basílica de San Pablo extramuros, 28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p. 5).

Sé que en vuestro país habéis querido dar relieve especial a este año jubilar y que numerosos peregrinos están visitando los lugares venerados por la tradición cristiana. Espero que a los peregrinos se les facilite cada vez más el acceso a esos lugares tan significativos para la fe cristiana, así como la celebración del culto. De hecho, me alegra vivamente la dimensión ecuménica que se le ha dado al Año paulino, manifestando de este modo la importancia de esta iniciativa para las demás Iglesias y comunidades cristianas. Ojalá que este año permita nuevos progresos en el camino hacia la unidad de todos los cristianos.

La existencia de vuestras Iglesias locales, con toda su diversidad, se enmarca en la prolongación de una rica historia caracterizada por el desarrollo de las primeras comunidades cristianas. Muchos nombres, muy amados por los discípulos de Cristo, están vinculados a vuestra tierra, como san Juan, san Ignacio de Antioquía, san Policarpo de Esmirna, y otros muchos ilustres Padres de la Iglesia, sin olvidar el concilio de Éfeso en el que la Virgen María fue proclamada "Theotokos". Más recientemente, el Papa Benedicto XV y el beato Juan XXIII también marcaron la vida de la nación y de la Iglesia en Turquía.

Quiero recordar también a todos los cristianos, sacerdotes y laicos, que han testimoniado la caridad de Cristo, en ocasiones hasta con el don supremo de su vida, como el padre Andrea Santoro. Que esta historia prestigiosa sea para vuestras comunidades, cuyo vigor en la fe y abnegación en las pruebas conozco, no sólo el recuerdo de un pasado glorioso, sino también un estímulo a continuar con generosidad en el camino trazado, testimoniando entre sus hermanos el amor de Dios por todo hombre.

Queridos hermanos, los concilios de Nicea y Constantinopla dieron al Credo su expresión definitiva. Que sea para vosotros y para vuestros fieles un fuerte aliento a profundizar en la fe de la Iglesia y a vivir cada vez con mayor ardor la esperanza que brota de ella. El pueblo de Dios encontrará un apoyo eficaz para su fe y su esperanza en una auténtica comunión eclesial. De hecho, "la Iglesia es una comunión orgánica que se realiza coordinando los diversos carismas, ministerios y servicios para la consecución del fin común que es la salvación" (Pastores gregis, 44), y los obispos son los primeros responsables de la realización concreta de esta unidad. La profunda comunión que debe reinar entre ellos, en la diversidad de ritos, se expresa sobre todo en una fraternidad real y una colaboración mutua, que les permita ejercer su ministerio con un espíritu colegial y reforzar la unidad del Cuerpo de Cristo.

Esta unidad encuentra una fuente vital en la Palabra de Dios, cuya importancia en la vida y en la misión de la Iglesia subrayó el reciente Sínodo de los obispos. Os invito, por tanto, a formar a los fieles de vuestras diócesis para que la Sagrada Escritura no sea una Palabra del pasado, sino que ilumine su existencia y les permita acceder verdaderamente a Dios. En este contexto, me complace recordar que la meditación de la Palabra de Dios ofrecida por el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, fue un momento importante de esa Asamblea sinodal.

Permitidme también dirigir un saludo a los sacerdotes y a los religiosos que colaboran con vosotros en el anuncio del Evangelio. Procedentes de gran número de países, con frecuencia su tarea es difícil. Los aliento a integrarse cada vez más en las realidades de vuestras Iglesias locales para que puedan dar a todos los miembros de la comunidad católica la atención pastoral necesaria, sin olvidar a las personas más débiles y aisladas. El escaso número de sacerdotes, con frecuencia insuficiente para la magnitud del trabajo, os debe impulsar a desarrollar una intensa pastoral de las vocaciones.

La pastoral de los jóvenes es una de vuestras preocupaciones principales. Es importante que puedan adquirir una formación cristiana que les ayude a consolidar su fe y a vivir en un contexto con frecuencia difícil. Desde esta perspectiva, la formación de los laicos también debe permitirles asumir con competencia y eficacia las responsabilidades que se les encomienden en el seno de la Iglesia.

La comunidad cristiana de vuestro país vive en una nación regida por una Constitución que afirma la laicidad del Estado, pero en la que la mayoría de los habitantes es musulmana. Por tanto, es muy importante que cristianos y musulmanes puedan comprometerse juntos a favor del hombre, de la vida, así como de la paz y la justicia. Además, la distinción entre la esfera civil y la esfera religiosa es ciertamente un valor que debe protegerse. No obstante, en ese ámbito corresponde al Estado garantizar con eficacia a los ciudadanos y a las comunidades religiosas la libertad de culto y la libertad religiosa, haciendo inaceptable toda violencia contra los creyentes, cualquiera que sea su religión.

En este contexto, soy consciente de vuestro deseo y de vuestra disponibilidad para entablar un diálogo sincero con las autoridades para encontrar una solución a los diversos problemas planteados a vuestras comunidades, como el reconocimiento de la personalidad jurídica de la Iglesia católica y de sus bienes. Ese reconocimiento tendrá necesariamente consecuencias positivas para todos. Es de desear que se establezcan contactos permanentes, por ejemplo a través de una comisión bilateral para estudiar las cuestiones que todavía quedan por resolver.

Queridos hermanos, al final de nuestro encuentro, quiero repetiros estas palabras de esperanza dirigidas a las Iglesias de Éfeso y Esmirna en el libro del Apocalipsis: "Tienes paciencia: y has sufrido por mi nombre sin desfallecer. (...) No temas por lo que vas a sufrir. (...) Mantente fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida" (Ap 2, 3.10). Que la intercesión de san Pablo y de la Theotokos os permita vivir en esta esperanza que procede de Cristo resucitado, el cual vive entre nosotros. De todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles de vuestras diócesis.



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