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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE VIETNAM EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 27 de junio de 2009

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Os acojo con gran alegría, pastores de la Iglesia católica que está en Vietnam. Nuestro encuentro reviste un significado particular en estos días en que toda la Iglesia celebra la solemnidad de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y es para mí un gran consuelo pues conozco los profundos vínculos de fidelidad y de amor que los fieles de vuestro país tienen con la Iglesia y con el Papa.

Habéis venido a las tumbas de estos dos Príncipes de los Apóstoles para manifestar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y fortalecer la unidad que debe existir siempre entre vosotros y que debe crecer aún más. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Pierre Nguyên Van Nhon, obispo de Ðà Lat, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Permitidme saludar en particular a los obispos que han sido nombrados desde vuestra última visita ad limina. También quiero recordar al venerado cardenal Paul Joseph Pham Ðính Tung, arzobispo de Hanoi durante muchos años. Con vosotros doy gracias a Dios por el celo pastoral que desplegó con humildad, con un profundo amor paternal a su pueblo y gran fraternidad con sus sacerdotes. Que el ejemplo de santidad, de humildad, de sencillez de vida de los grandes pastores de vuestro país sean un estímulo para vosotros en vuestro ministerio episcopal al servicio del pueblo vietnamita, al que deseo expresar mi profunda estima.

Queridos hermanos en el episcopado, hace pocos días comenzó el Año sacerdotal, que permitirá poner de relieve la grandeza y la belleza del ministerio de los sacerdotes. Os pido que deis las gracias a los sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, de vuestro amado país por su vida consagrada al Señor y por sus esfuerzos pastorales con vistas a la santificación del pueblo de Dios. Cuidad de ellos, llenaos de comprensión hacia ellos y ayudadles a completar su formación permanente. Para ser un guía auténtico y conforme al corazón de Dios y a la enseñanza de la Iglesia, el sacerdote debe profundizar en su vida interior y tender a la santidad, como hizo el humilde párroco de Ars. El florecimiento de vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre todo en la vida consagrada femenina, es un don del Señor para vuestra Iglesia. Demos gracias a Dios por sus carismas particulares, que debéis fomentar, respetándolos y promoviéndolos.

En vuestra carta pastoral del año pasado mostrasteis una atención especial a los fieles laicos, poniendo de relieve el papel de su vocación en el ámbito familiar. Es de desear que cada familia católica, enseñando a los niños a vivir con una conciencia recta, en la lealtad y la verdad, se convierta en un hogar de valores y virtudes humanas, en una escuela de fe y amor a Dios. Con su vida basada en la caridad, la honradez y el amor al bien común, los laicos católicos deben demostrar que un buen católico es también un buen ciudadano. Por eso, velad atentamente por su buena formación, promoviendo su vida de fe y su nivel cultural, a fin de que puedan servir eficazmente a la Iglesia y la sociedad.

Quiero encomendar de modo especial a los jóvenes a vuestra solicitud, sobre todo a los que viven en zonas rurales y se sienten atraídos por la ciudad para cursar estudios superiores y encontrar trabajo. Sería de desear que se desarrollara una pastoral adecuada a estos jóvenes inmigrantes internos, comenzando por reforzar, también aquí, la colaboración entre las diócesis de origen de los jóvenes y las diócesis de destino, dándoles orientaciones éticas y directrices prácticas.

La Iglesia que está en Vietnam se está preparando actualmente para la celebración del 50° aniversario de la erección de la jerarquía episcopal vietnamita. Esta celebración, que estará marcada sobre todo por el Año jubilar 2010, os permitirá compartir con entusiasmo la alegría de la fe con todos los vietnamitas y renovar sus compromisos misioneros. En esa ocasión, es necesario invitar al pueblo de Dios a dar gracias por el don de la fe en Jesucristo. Este don fue acogido generosamente, vivido y testimoniado por muchos mártires, que proclamaron la verdad y la universalidad de la fe en Dios. En este sentido, dar testimonio de Cristo es un servicio supremo que la Iglesia puede ofrecer a Vietnam y a todos los pueblos de Asia, pues responde a la búsqueda profunda de la verdad y de los valores que garantizan el desarrollo humano integral (cf. Ecclesia in Asia). Ante los numerosos problemas que encuentra actualmente este testimonio, es necesaria una colaboración más estrecha entre las distintas diócesis, entre las diócesis y las congregaciones religiosas, y entre las propias congregaciones religiosas.

La carta pastoral que vuestra Conferencia episcopal publicó en 1980 subraya que "la Iglesia de Cristo está en medio de su pueblo". Aportando su especificidad —el anuncio de la buena nueva de Cristo—, la Iglesia contribuye al desarrollo humano y espiritual de las personas, pero también al desarrollo de vuestro país. Su participación en este proceso es un deber y una contribución importante, sobre todo en este momento en el que Vietnam se está abriendo cada vez más a la comunidad internacional.

Sabéis, como yo, que es posible una sana colaboración entre la Iglesia y la comunidad política. Al respecto, la Iglesia invita a todos sus miembros a comprometerse lealmente en la construcción de una sociedad justa, solidaria y equitativa. No quiere de ningún modo sustituir a los responsables del gobierno; sólo desea poder participar, con espíritu de diálogo y de cooperación respetuosa, en la vida de la nación, al servicio de todo el pueblo. Al participar activamente, en el lugar que le corresponde y de acuerdo con su vocación específica, la Iglesia nunca puede renunciar al ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes. Por otra parte, nunca habrá una situación en la que no sea necesaria la caridad de cada cristiano, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor (cf. Deus caritas est, 29). Además, me parece importante subrayar que las religiones no constituyen un peligro para la unidad de la nación; al contrario, tratan de ayudar a las personas a santificarse y, a través de sus instituciones, desean ponerse al servicio del prójimo generosa y desinteresadamente.

Señor cardenal, queridos hermanos en el episcopado, al regresar a vuestro país transmitid el cordial saludo del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los fieles, sobre todo a los más pobres y a los que sufren física y espiritualmente. Los animo vivamente a permanecer fieles a la fe recibida de los Apóstoles, de la que son testigos generosos en condiciones a menudo difíciles, y a demostrar la humilde firmeza que la exhortación apostólica Ecclesia in Asia (cf. n. 9) reconoció como característica suya. Que el Espíritu del Señor sea su guía y su fuerza.

Encomendándoos a la protección materna de Nuestra Señora de La Vang y a la intercesión de los santos mártires de Vietnam, os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.



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