DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE INGLATERRA Y GALES
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"
Lunes 1 de febrero de 2010
Queridos hermanos en el episcopado:
Os doy la bienvenida a todos con ocasión de vuestra visita ad limina a Roma, a donde venís a venerar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Os agradezco las amables palabras que el arzobispo Vincent Nichols me ha dirigido en vuestro nombre, y os aseguro mis mejores deseos y mis oraciones por vosotros y por todos los fieles de Inglaterra y Gales encomendados a vuestra solicitud pastoral. Vuestra visita a Roma fortalece los vínculos de comunión entre la comunidad católica en vuestro país y la Sede apostólica, una comunión que ha sostenido la fe de vuestro pueblo durante siglos, y que hoy infunde nuevas energías para la renovación y la evangelización. Incluso en medio de las presiones de una era secularizada, hay muchos signos de una fe y una devoción vivas entre los católicos de Inglaterra y Gales. Pienso, por ejemplo, en el entusiasmo que despertó la visita de las reliquias de santa Teresa, en el interés que suscitó la perspectiva de la beatificación del cardenal Newman, o en la ilusión de los jóvenes por participar en peregrinaciones y en las Jornadas mundiales de la juventud. Con ocasión de mi próxima visita apostólica a Gran Bretaña, yo mismo podré ser testigo personalmente de esa fe y, como Sucesor de Pedro, podré fortalecerla y confirmarla. Durante los próximos meses de preparación, no dejéis de alentar a los católicos de Inglaterra y Gales en su devoción, y aseguradles que el Papa los recuerda constantemente en sus oraciones y los lleva en su corazón.
Vuestro país es bien conocido por su firme compromiso de asegurar igualdad de oportunidades a todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, como habéis subrayado justamente, algunas leyes delineadas para obtener este objetivo han llevado a imponer limitaciones injustas a la libertad de las comunidades religiosas para actuar de acuerdo con sus creencias. En algunos puntos se viola incluso la ley natural, sobre la que se funda la igualdad de todos los seres humanos y mediante la cual se garantiza esa igualdad. Os exhorto, como pastores, a asegurar que la enseñanza moral de la Iglesia se presente siempre en su integridad y se defienda de modo convincente. La fidelidad al Evangelio no limita de ningún modo la libertad de los demás; al contrario, está al servicio de su libertad porque les ofrece la verdad. Seguid insistiendo en vuestro derecho a participar en el debate nacional mediante un diálogo respetuoso con otros miembros de la sociedad. Al actuar así, no sólo mantenéis las antiguas tradiciones británicas de libertad de expresión y de un honrado intercambio de opiniones, sino que también dais voz a las convicciones de numerosas personas que no cuentan con los medios para expresarlas: si un número tan alto de la población se declara cristiano, ¿cómo se puede discutir el derecho del Evangelio a ser escuchado?
Si se quiere presentar de modo eficaz y convincente a todo el mundo el mensaje salvífico de Jesucristo en su integridad, es preciso que la comunidad católica en vuestro país hable con una única voz. Esto requiere que no sólo vosotros, los obispos, sino también los sacerdotes, los maestros, los catequistas, los escritores —en definitiva, todos los que se ocupan de la tarea de comunicar el Evangelio— estén atentos a las inspiraciones del Espíritu, que guía a toda la Iglesia en la verdad, la reúne en la unidad y le infunde el celo misionero.
Así pues, esforzaos por aprovechar los importantes dones de los fieles laicos en Inglaterra y Gales, y procurad que se preparen bien para transmitir la fe a las nuevas generaciones de manera esmerada e íntegra, y con una viva conciencia de que de ese modo están desempeñando su papel en la misión de la Iglesia. En un ambiente social que favorece la expresión de una variedad de opiniones sobre todas las cuestiones que se plantean, es importante reconocer el disenso por lo que es, y no confundirlo con una contribución madura a un debate equilibrado y amplio. Lo que nos hace libres es la verdad revelada mediante las Escrituras y la Tradición y articulada por el Magisterio de la Iglesia. El cardenal Newman lo comprendió y nos dejó un ejemplo excepcional de fidelidad a la verdad revelada siguiendo la "delicada luz" dondequiera que lo llevara, aunque implicara pagar un elevado precio personal. Hoy la Iglesia necesita grandes escritores y comunicadores de su talla e integridad, y tengo la esperanza de que la devoción por él inspire a muchas personas a seguir sus pasos.
Con razón se ha prestado gran atención a la actividad académica de Newman y a sus numerosos escritos, pero es importante recordar que él se veía a sí mismo ante todo como un sacerdote. En este Año sacerdotal, os exhorto a presentar a vuestros sacerdotes su ejemplo de entrega a la oración, su sensibilidad pastoral ante las necesidades de su rebaño y su celo por predicar el Evangelio. Vosotros mismos debéis dar ejemplo de ello. Estad cerca de vuestros sacerdotes, y reavivad en ellos la conciencia del enorme privilegio y alegría que implica encontrarse entre el pueblo de Dios como alter Christus. En palabras de Newman: "Los sacerdotes de Cristo no tienen otro sacerdocio más que el de Cristo... lo que ellos hacen, lo hace él; cuando bautizan, es él quien bautiza; cuando bendicen, es él quien bendice" (Parochial and Plain Sermons, VI 242). De hecho, dado que el sacerdote desempeña un papel insustituible en la vida de la Iglesia, no escatiméis esfuerzos para alentar las vocaciones sacerdotales y subrayar ante los fieles el verdadero significado y la necesidad del sacerdocio. Animad a los fieles laicos a expresar su aprecio por los sacerdotes que les sirven, y a reconocer las dificultades que a veces tienen que afrontar a causa de la disminución de su número y de las presiones crecientes. El apoyo y la comprensión de los fieles son particularmente necesarios cuando es preciso agrupar las parroquias o ajustar los horarios de las misas. Ayudadles a evitar la tentación de ver a los presbíteros como meros funcionarios; ayudadles, en cambio, a alegrarse por el don del ministerio sacerdotal, un don que nunca hay que dar por descontado.
El diálogo ecuménico e interreligioso asume gran importancia en Inglaterra y Gales, dado el variado perfil demográfico de su población. Os aliento en vuestra importante labor en estas áreas y os pido que seáis generosos a la hora de poner en práctica las disposiciones de la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, para asistir a los grupos de anglicanos que desean entrar en comunión plena con la Iglesia católica. Estoy convencido de que, si los acogemos con afecto y con corazón abierto, estos grupos serán una bendición para toda la Iglesia.
Con estos pensamientos, encomiendo vuestro ministerio apostólico a la intercesión de san David, san Jorge y todos los santos y mártires de Inglaterra y Gales. Que Nuestra Señora de Walsingham os guíe y proteja siempre. A todos vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestro país, imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de paz y alegría en nuestro Señor Jesucristo.
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