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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PONTIFICIO INSTITUTO ECLESIÁSTICO POLACO


Sala del Consistorio
Lunes 17 de enero de 2011

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con gran alegría en el palacio apostólico y os doy mi más cordial bienvenida. Lo saludo a usted, monseñor rector, y a toda la comunidad del Pontificio Instituto Eclesiástico Polaco, así como a sus huéspedes. Doy las gracias de modo particular al cardenal Zenon Grocholewski por las significativas palabras que me ha dirigido en nombre de todos los presentes.

Lo que os ha traído aquí, a encontraros con el Sucesor de Pedro y a ser confirmados en la fe y en vuestra pertenencia a la Iglesia, es una feliz circunstancia justamente muy importante para vosotros: el centenario de la fundación de esta benemérita institución. Suscitada por la iluminada y admirable iniciativa de san José Sebastián Pelczar, entonces obispo de Przemyśl, comenzó su historia ya durante el pontificado de san Pío X, al cual se presentó el proyecto de fundación. El 13 de mayo de 1909 el mismo Papa aprobó la petición de los obispos polacos y el 19 de marzo de 1910, con el decreto Religioso Polonae gentis, se erigió la Residencia Polaca. Fue solemnemente inaugurada el 13 de noviembre de 1910 por monseñor Sapieha, que más tarde sería cardenal arzobispo de Cracovia. Este centro ha podido gozar así, en el transcurso de los años, de la solicitud y el afecto de los diversos Pontífices, entre los cuales recordamos, más cerca de nosotros, al siervo de Dios Pablo VI y, naturalmente, al futuro beato, el venerable siervo de Dios Juan Pablo II que lo visitó en 1980 y subrayó su gran significado para la Iglesia y para el pueblo polaco.

Celebrar el primer centenario de esta importante institución constituye una buena ocasión para recordar por deber de gratitud a aquellos que la comenzaron con fe, con valentía y con empeño; y, al mismo tiempo, para impulsar a la responsabilidad de llevar adelante hoy sus finalidades originarias, adaptándolas oportunamente a las nuevas situaciones. Por encima de todo, hay que poner el compromiso de mantener viva el alma de la institución: su alma religiosa y eclesial, que responde al providencial designio divino de ofrecer a los sacerdotes polacos un ambiente idóneo para el estudio y la fraternidad, durante su período de formación en Roma.

De este Pontificio Instituto, que ha sido testigo de tantos acontecimientos significativos para la Iglesia en Polonia, ahora formáis parte también vosotros, queridos sacerdotes estudiantes, que, llegados al corazón de la cristiandad, deseáis profundizar seriamente vuestra preparación intelectual y espiritual, para poder desempeñar de la mejor forma posible todas las tareas de responsabilidad que os vayan encomendando poco a poco vuestros obispos al servicio del pueblo de Dios. Sentíos «piedras vivas», parte importante de esta historia que hoy requiere también vuestra respuesta personal e incisiva, ofreciendo vuestra contribución generosa, como la ofreció, durante el concilio Vaticano II, el inolvidable primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszyński, que precisamente en el Instituto Polaco tuvo la oportunidad de preparar la celebración del milenario del Bautismo de Polonia y el histórico Mensaje de reconciliación que los obispos polacos dirigieron a los prelados alemanes, y que contenía las famosas palabras: «Perdonamos y pedimos perdón».

La Iglesia necesita sacerdotes bien preparados, llenos de la sabiduría que se adquiere en la amistad con el Señor Jesús, acudiendo constantemente a la Mesa eucarística y a la fuente inagotable de su Evangelio. Encontrad en estas dos fuentes insustituibles el apoyo continuo y la inspiración necesaria para vuestra vida y vuestro ministerio, para un sincero amor a la Verdad, que hoy estáis llamados a profundizar también a través del estudio y la investigación científica y que podréis compartir con muchos el día de mañana. Para vosotros que como sacerdotes vivís esta peculiar experiencia romana, la búsqueda de la Verdad se ve estimulada y enriquecida por la cercanía a la Sede Apostólica, a la que compete un servicio específico y universal a la comunión católica en la verdad y en la caridad. Permanecer vinculados a Pedro, en el corazón de la Iglesia, significa reconocer, llenos de gratitud, que estáis dentro de una historia de salvación plurisecular y fecunda, que por una gracia multiforme os ha alcanzado y en la cual estáis llamados a participar activamente para que, como árbol frondoso, dé siempre sus valiosos frutos. Que el amor y la devoción a la figura de Pedro os impulse a servir generosamente a la comunión de toda la Iglesia católica y de vuestras Iglesias particulares, para que, como una única y gran familia, todos puedan aprender a reconocer en Jesús, camino, verdad y vida, el rostro del Padre misericordioso, el cual no quiere que ninguno de sus hijos se pierda.

Venerados y queridos hermanos, os encomiendo a todos a la Virgen María, tan amada por el pueblo polaco. Invocadla siempre como Madre de vuestro sacerdocio, para que os acompañe en el camino de la vida y atraiga sobre vuestro ministerio presente y futuro la abundancia de los dones del Espíritu Santo. Que María os ayude a perseverar con fidelidad gozosa en la gracia y en el compromiso de seguir a Jesús y a alimentar constantemente una entrega fructífera a vuestro trabajo cotidiano y a aquellos que el Señor pone a vuestro lado.

Os imparto de corazón a todos vosotros, así como a vuestros familiares y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica. ¡Alabado sea Jesucristo!



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