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VISITA PASTORAL A AQUILEA Y VENECIA

ASAMBLEA DEL SEGUNDO CONGRESO DE AQUILEA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de Aquilea
Sábado 7 de mayo de 2011

 

Señor cardenal patriarca,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

En el magnífico marco de esta histórica basílica que de modo solemne nos acoge, os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, que representáis a las quince diócesis del Trivéneto. Me alegra mucho encontrarme con vosotros mientras os preparáis a celebrar, el año que viene, la segunda asamblea eclesial de Aquileya. Saludo con afecto al cardenal patriarca de Venecia y a los hermanos en el episcopado, en particular al arzobispo de Gorizia, a quien doy las gracias por las palabras con las que me ha acogido, y al arzobispo-obispo de Padua, que nos ha ofrecido una visión del camino hacia la asamblea. También saludo con afecto a los presbíteros, a los religiosos, a las religiosas y a los numerosos fieles laicos. Con el apóstol san Juan, también yo os repito: «Gracia y paz a vosotros de parte del que es, el que era y ha de venir» (Ap 1, 4). A través de la «asamblea sinodal» el Espíritu Santo habla a vuestras amadas Iglesias y a todos vosotros singularmente, sosteniéndoos para un crecimiento más maduro en la comunión y en la colaboración recíproca. Esta «asamblea eclesial» permite a todas las comunidades cristianas, a las que representáis, compartir ante todo la experiencia originaria del cristianismo, la del encuentro personal con Jesús, que revela plenamente a cada hombre y a cada mujer el significado y la dirección del camino en la vida y en la historia.

Oportunamente habéis querido que también vuestra asamblea eclesial tuviera lugar en la Iglesia madre de Aquileya, de la que nacieron las Iglesias del nordeste de Italia, pero también las Iglesias de Eslovenia y de Austria, y algunas Iglesias de Croacia y de Baviera, e incluso de Hungría. Reunirse en Aquileya constituye, por ello, un significativo retorno a las «raíces» para redescubrirse «piedras» vivas del edificio espiritual que tiene su cimiento en Cristo y su prolongación en los testigos más elocuentes de la Iglesia de Aquileya: los santos Hermágoras y Fortunato, Hilario y Taciano, Crisógono, Valeriano y Cromacio. Volver a Aquileya significa sobre todo aprender de la gloriosa Iglesia que os ha engendrado cómo comprometerse hoy, en un mundo radicalmente cambiado, para una nueva evangelización de vuestro territorio y para entregar a las futuras generaciones la valiosa herencia de la fe cristiana.

«El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (Ap 2, 7). Vuestros pastores han repetido esta invitación del Apocalipsis a todas vuestras Iglesias particulares y a las diversas realidades eclesiales. Os han impulsado así a descubrir y a «narrar» lo que el Espíritu Santo ha realizado y está realizando en vuestras comunidades; a leer con los ojos de la fe las profundas transformaciones que están teniendo lugar, los nuevos retos, las preguntas emergentes. ¿Cómo anunciar a Jesucristo?, ¿cómo comunicar el Evangelio y cómo educar en la fe hoy? Habéis decidido prepararos, de forma capilar, diócesis por diócesis, de cara a la asamblea de 2012, para afrontar también los desafíos que superan los confines de las diversas realidades diocesanas, en una nueva evangelización arraigada en la fe de siglos y renovada con vigor. La presencia hoy, en esta espléndida basílica, de las diócesis nacidas de Aquileya parece indicar la misión del nordeste del futuro, que se abre también a los territorios limítrofes y a los que, por diversas razones, entran en contacto con ellos. El nordeste de Italia es testigo y heredero de una rica historia de fe, de cultura y de arte, cuyos signos aún son bien visibles incluso en la actual sociedad secularizada. La experiencia cristiana ha forjado un pueblo afable, laborioso, tenaz, solidario, que está marcado en profundidad por el Evangelio de Cristo, aun en la pluralidad de sus identidades culturales. Lo demuestran la vitalidad de vuestras comunidades parroquiales, la vivacidad de las asociaciones, el compromiso responsable de los agentes pastorales. El horizonte de la fe y las motivaciones cristianas han dado y siguen dando nuevo impulso a la vida social, inspiran las intenciones y guían las costumbres. Signos evidentes de ello son la apertura a la dimensión trascendente de la vida, a pesar del materialismo generalizado; un sentido religioso de fondo, compartido casi por la totalidad de la población; el apego a las tradiciones religiosas; la renovación de los itinerarios de iniciación cristiana; las múltiples expresiones de fe, de caridad y de cultura; las manifestaciones de la religiosidad popular; el sentido de la solidaridad y el voluntariado. Custodiad, reforzad, vivid esta valiosa herencia. Sed celosos de lo que ha hecho y sigue haciendo grandes a estas tierras.

La misión prioritaria que el Señor os confía hoy, renovados por el encuentro personal con él, consiste en dar testimonio del amor de Dios al hombre. Estáis llamados a hacerlo ante todo con las obras de amor y con las opciones de vida a favor de las personas concretas, comenzando por las más débiles, frágiles, indefensas, no autosuficientes, como los pobres, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, aquellos a quienes san Pablo llama las partes más débiles del cuerpo eclesial (cf. 1 Co 12, 15-27). Las ideas y las realizaciones con respecto a la longevidad, recurso valioso para las relaciones humanas, son un bello e innovador testimonio de la caridad evangélica proyectada en dimensión social. Procurad poner en el centro de vuestra atención a la familia, cuna del amor y de la vida, célula fundamental de la sociedad y de la comunidad eclesial; este compromiso pastoral resulta más urgente por la crisis cada vez más extendida de la vida conyugal y por el descenso de la natalidad. En toda vuestra acción pastoral prestad atención especial a los jóvenes: estos, que hoy albergan gran incertidumbre respecto a su futuro, a menudo viven en una condición de malestar, de inseguridad y de fragilidad, pero llevan en el corazón una gran hambre y sed de Dios, que pide constante atención y respuesta.

También en este contexto vuestro la fe cristiana debe afrontar hoy nuevos retos: la búsqueda a menudo exasperada del bienestar económico, en una fase de grave crisis económica y financiera, el materialismo práctico y el subjetivismo dominante. En la complejidad de esas situaciones estáis llamados a promover el sentido cristiano de la vida, mediante el anuncio explícito del Evangelio, llevado con sano orgullo y con profunda alegría a los diversos ámbitos de la existencia cotidiana. De la fe vivida con valentía brota, hoy como en el pasado, una fecunda cultura hecha de amor a la vida, desde la concepción hasta su término natural, de promoción de la dignidad de la persona, de exaltación de la importancia de la familia, fundada en el matrimonio fiel y abierto a la vida, de compromiso por la justicia y la solidaridad. Los actuales cambios culturales exigen que seáis cristianos convencidos, «dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15), capaces de afrontar los nuevos desafíos culturales, en contraste respetuoso, constructivo y consciente, con todos los sujetos que viven en esta sociedad.

La posición geográfica del nordeste, ya no sólo encrucijada entre el este y el oeste de Europa, sino también entre el norte y el sur (el Adriático lleva al Mediterráneo al corazón de Europa), el fenómeno masivo del turismo y de la inmigración, la movilidad territorial y el proceso de homologación provocado por la acción invasora de los medios de comunicación, han acentuado el pluralismo cultural y religioso. En este contexto, que en cualquier caso es el que la Providencia nos da, es necesario que los cristianos, sostenidos por una «esperanza fiable», propongan la belleza del acontecimiento de Jesucristo, camino, verdad y vida, a todo hombre y a toda mujer, en una relación franca y sincera con los no practicantes, con los no creyentes y con los creyentes de otras religiones. Estáis llamados a vivir con la actitud llena de fe que se describe en la Carta a Diogneto: no reneguéis nada del Evangelio en el que creéis, sino estad en medio de los demás hombres con simpatía, comunicando en vuestro propio estilo de vida ese humanismo que hunde sus raíces en el cristianismo, tratando de construir juntamente con todos los hombres de buena voluntad una «ciudad» más humana, más justa y solidaria.

Como atestigua la larga tradición del catolicismo en estas regiones, seguid dando testimonio con energía del amor de Dios también con la promoción del «bien común»: el bien de todos y de cada uno. Vuestras comunidades eclesiales tienen en general una relación positiva con la sociedad civil y con las diversas instituciones. Seguid dando vuestra contribución para humanizar los espacios de la convivencia civil. Por último, os recomiendo también a vosotros, como a las demás Iglesias que están en Italia, el compromiso de suscitar una nueva generación de hombres y mujeres capaces de asumir responsabilidades directas en los diversos ámbitos de la sociedad, de modo particular en el político. Este tiene necesidad más que nunca de ver personas, sobre todo jóvenes, capaces de edificar una «vida buena» a favor y al servicio de todos. En efecto, de este compromiso no pueden sustraerse los cristianos, que ciertamente son peregrinos hacia el cielo, pero que ya viven aquí un anticipo de eternidad.

Queridos hermanos y hermanas, doy gracias a Dios que me ha concedido compartir este momento tan significativo con vosotros. Os encomiendo a la santísima Virgen María, Madre de la Iglesia, y a vuestros santos patronos, y os imparto con gran afecto la bendición apostólica a todos vosotros y a vuestros seres queridos. Gracias por vuestra atención.



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