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VISITA PASTORAL A AQUILEA Y VENECIA

ASAMBLEA PARA LA CLAUSURA DE LA
VISITA PASTORAL DIOCESANA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Basílica de San Marcos - Venecia
Domingo 8 de mayo de 2011

 

«Magnificat anima mea Dominum»

Queridos hermanos y hermanas:

Con las palabras de la Virgen María quiero elevar, junto con vosotros, un himno de alabanza y de acción de gracias al Señor por el don de la visita pastoral, que comenzó en el Patriarcado de Venecia en 2005 y ha llegado hoy a su oportuna conclusión en esta asamblea general. A Dios, dador de todo bien, dirigimos nuestra alabanza por haber sostenido vuestros propósitos espirituales y vuestros esfuerzos apostólicos durante este tiempo de visita pastoral, realizada por vuestro pastor, el cardenal Angelo Scola, al que saludo y agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. También saludo al obispo auxiliar y al obispo electo de Vicenza, a los vicarios episcopales y a todos los que lo han ayudado en este largo y complejo compromiso pastoral, acontecimiento de gracia y de fuerte experiencia eclesial, en el que todo el pueblo cristiano se ha regenerado en la fe, orientándose con renovado impulso a la misión. Por tanto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, religiosos y fieles laicos, dirijo mi afectuoso saludo y un sincero aprecio por vuestro servicio, de modo particular en el desarrollo de las asambleas eclesiales. Me alegra saludar a la histórica comunidad armenia de Venecia, a su abad y a los monjes mequitaristas. Saludo también al metropolita greco-ortodoxo de Italia Genadios y al obispo de la Iglesia ortodoxa rusa Néstor, así como a los representantes de las comunidades luterana y anglicana.

Gratitud y alegría son, por tanto, los sentimientos que caracterizan este encuentro, que se desarrolla en el espacio sagrado, lleno de arte y de memoria, de la basílica de San Marcos, donde la fe y la creatividad humana han dado origen a una elocuente catequesis a través de imágenes. El siervo de Dios Albino Luciani, que fue vuestro inolvidable patriarca, describió de esta manera su primera visita a esta basílica, realizada cuando era un joven sacerdote: «Me encontré inmerso en un río de luz... Finalmente podía ver y disfrutar con mis ojos todo el esplendor de un mundo de arte y de belleza único e irrepetible, cuya fascinación te penetra profundamente» (Io sono il ragazzo del mio Signore, Venecia-Quarto d'Altino, 1998). Este templo es imagen y símbolo de la Iglesia de piedras vivas, que sois vosotros, cristianos de Venecia.

«Es necesario que hoy me quede en tu casa. Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento» (Lc 19, 5-6). ¡Cuántas veces, durante la visita pastoral, habéis escuchado y meditado estas palabras, que Jesús dirigió a Zaqueo! Estas palabras han sido el hilo conductor de vuestros encuentros comunitarios, ofreciéndoos un estímulo eficaz para acoger a Jesús resucitado, camino seguro para encontrar plenitud de vida y felicidad. De hecho, la auténtica realización del hombre y su verdadera alegría no se encuentran en el poder, en el éxito, en el dinero, sino sólo en Dios, que Jesucristo nos da a conocer y nos hace cercano. Esta es la experiencia de Zaqueo. Este, según la mentalidad común, lo tiene todo: poder y dinero. Se puede definir como un «hombre realizado»: ha hecho carrera, ha conseguido lo que quería y, como el rico necio de la parábola evangélica, podría decir: «Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente» (Lc 12, 19). Por esto su deseo de ver a Jesús es sorprendente. ¿Qué lo impulsa a tratar de encontrarse con él? Zaqueo se da cuenta de que todo lo que posee no le basta; siente el deseo de ir más allá. Y precisamente Jesús, el profeta de Nazaret, pasa por Jericó, su ciudad. De él le ha llegado el eco de palabras inusuales: bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que tienen hambre de justicia. Palabras extrañas para él, pero tal vez precisamente por eso fascinantes y nuevas. Quiere ver a este Jesús. Pero Zaqueo, aun siendo rico y poderoso, es bajo de estatura. Por eso, corre, sube a un árbol, a un sicómoro. No le importa hacer el ridículo: ha encontrado un modo de hacer posible el encuentro. Y Jesús llega, alza la mirada hacia él y lo llama por su nombre: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5). Nada es imposible para Dios. De este encuentro surge una vida nueva para Zaqueo: acoge a Jesús con alegría, descubriendo finalmente la realidad que puede llenar verdadera y plenamente su vida. Ha tocado la salvación con la mano, ya no es el de antes y, como signo de conversión, se compromete a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a restituir el cuádruplo a quien había robado. Ha encontrado el verdadero tesoro, porque el Tesoro, que es Jesús, lo ha encontrado a él.

Amada Iglesia que estás en Venecia, ¡imita el ejemplo de Zaqueo y ve más allá! Supera los obstáculos del individualismo, del relativismo, y ayuda al hombre de hoy a superarlos; nunca te dejes arrastrar hacia abajo por los fallos que pueden marcar a las comunidades cristianas. Esfuérzate por ver de cerca a la persona de Cristo, que dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6). Como sucesor del Apóstol Pedro, visitando estos días vuestra tierra, os repito a cada uno: no tengáis miedo de ir a contracorriente para encontraros con Jesús, de mirar hacia lo alto para encontrar su mirada. En el «logotipo» de esta visita pastoral está representada la escena de Marcos que entrega el Evangelio a Pedro, tomada de un mosaico de esta basílica. Hoy vengo a entregaros de nuevo simbólicamente el Evangelio a vosotros, hijos espirituales de san Marcos, para confirmaros en la fe y animaros ante los desafíos del momento presente. Avanzad confiados en el camino de la nueva evangelización, en el servicio amoroso a los pobres y en el testimonio valiente en las distintas realidades sociales. Sed conscientes de que sois portadores de un mensaje que es para todo hombre y para todo el hombre; un mensaje de fe, esperanza y caridad.

Esta invitación es, en primer lugar, para vosotros, queridos sacerdotes, configurados a Cristo «Cabeza y Pastor» con el sacramento del Orden y puestos como guías de su pueblo. Agradecidos por el inmenso don recibido, seguid llevando a cabo vuestro ministerio con entrega generosa, buscando apoyo sea en la fraternidad presbiteral vivida como corresponsabilidad y colaboración, sea en la oración intensa y en una actualización teológica y pastoral profunda. Dirijo un pensamiento afectuoso a los sacerdotes enfermos y ancianos, unidos a nosotros espiritualmente. La invitación está dirigida también a vosotras, personas consagradas, que constituís un valioso recurso espiritual para todo el pueblo cristiano y que enseñáis, de modo especial con la profesión de los votos, la importancia y la posibilidad de la entrega total de uno mismo a Dios. Por último, esta invitación se dirige a todos vosotros, queridos fieles laicos. Sabed, siempre y en todas partes, dar razón de la esperanza que está en vosotros (cf. 1 P 3, 15). La Iglesia necesita vuestros dones y vuestro entusiasmo. Sabed decir «sí» a Cristo que os llama a ser sus discípulos, a ser santos. Quiero recordar, una vez más, que la «santidad» no quiere decir hacer cosas extraordinarias, sino seguir cada día la voluntad de Dios, vivir verdaderamente bien la propia vocación, con la ayuda de la oración, de la Palabra de Dios, de los sacramentos, y con el compromiso cotidiano de la coherencia. Sí, hacen falta fieles laicos fascinados por el ideal de la «santidad», para construir una sociedad digna del hombre, una civilización del amor.

En el transcurso de la visita pastoral habéis dedicado especial atención al testimonio que vuestras comunidades cristianas están llamadas a dar, comenzando por los fieles más motivados y conscientes. A este propósito, os habéis preocupado justamente de relanzar la evangelización y la catequesis para adultos y para las nuevas generaciones a partir de pequeñas comunidades de adultos y de padres que, formando casi cenáculos domésticos, vivan la lógica del acontecimiento cristiano ante todo con el testimonio de la comunión y de la caridad. Os exhorto a no ahorrar energías en el anuncio del Evangelio y en la educación cristiana, promoviendo tanto la catequesis a todos los niveles como las propuestas formativas y culturales que constituyen vuestro importante patrimonio espiritual. Dedicad atención particular a la formación cristiana de los niños, de los adolescentes y de los jóvenes, que necesitan referencias válidas: sed para ellos ejemplos de coherencia humana y cristiana. A lo largo del recorrido de la visita pastoral ha emergido también la necesidad de un compromiso cada vez mayor en la caridad, como experiencia del don generoso y gratuito de uno mismo, así como la exigencia de manifestar con claridad el rostro misionero de la parroquia, hasta crear realidades pastorales que, sin renunciar a la capilaridad, tengan más capacidad de impulso apostólico.

Queridos amigos, la misión de la Iglesia da fruto porque Cristo está realmente presente entre nosotros, de modo muy particular en la santa Eucaristía. Se trata de una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asemejarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismo para hacer que seamos uno con él. De este modo, él nos introduce también en la comunidad de los hermanos: la comunión con el Señor también es siempre comunión con los demás. Por eso nuestra vida espiritual depende esencialmente de la Eucaristía. Sin ella la fe y la esperanza se apagan, la caridad se enfría. Os exhorto, pues, a cuidar cada vez más la calidad de las celebraciones eucarísticas, especialmente las dominicales, para que el día del Señor se viva plenamente e ilumine las vicisitudes y actividades de todos los días. En la Eucaristía, fuente inagotable de amor divino, podréis encontrar la energía necesaria para llevar a Cristo a los demás y para llevar a los demás a Cristo, a fin de ser diariamente testigos de caridad y de solidaridad, y compartir los bienes que la Providencia os concede con los hermanos que carecen de lo necesario.

Queridos amigos, os aseguro mi oración, para que el arduo camino de crecimiento en la comunión, que habéis recorrido en estos años de visita pastoral, renueve la vida de fe de toda vuestra Iglesia particular y, al mismo tiempo, suscite una entrega cada vez más generosa al servicio de Dios y de los hermanos. Que María santísima, a la que veneráis con el título de Virgen Nicopeja, cuya sugestiva imagen resplandece en esta basílica, obtenga como don para todos vosotros y para toda la comunidad diocesana la plena fidelidad a Cristo. A la intercesión de la celestial Madre del Redentor y al apoyo de los santos y de los beatos de vuestra tierra encomiendo el camino que os espera, mientras con afecto os imparto a vosotros y a toda la Iglesia de san Marcos una especial bendición apostólica, extendiéndola a los enfermos, a los encarcelados y a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Amén.



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