DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO SAN PEDRO
Viernes 24 de febrero de 2012
Queridos socios del Círculo de San Pedro:
Me alegra acogeros en este encuentro que tiene lugar en la cercanía de la fiesta de la Cátedra de San Pedro, circunstancia que os brinda la ocasión de manifestar la peculiar fidelidad a la Sede apostólica que, desde siempre, distingue a vuestro benemérito Círculo. Os saludo a todos con gran cordialidad. Saludo al presidente general, duque Leopoldo Torlonia, agradeciéndole las afectuosas y devotas palabras que ha querido dirigirme, interpretando los sentimientos de todos vosotros, y saludo al consiliario eclesiástico.
Acabamos de iniciar el camino cuaresmal y, como recordé en mi reciente Mensaje (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de febrero, pp. 6-7), este tiempo litúrgico nos invita a reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. La Cuaresma es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los sacramentos, nos renovemos en la fe y en el amor, tanto a nivel personal como comunitario. Es un itinerario caracterizado por la oración y la limosna, por el silencio y el ayuno, a la espera de vivir la alegría pascual. La Carta a los Hebreos nos exhorta con estas palabras: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10, 24).
Queridos amigos, hoy como ayer, el testimonio de la caridad mueve de modo particular el corazón de los hombres. La nueva evangelización, especialmente en una ciudad cosmopolita como Roma, requiere gran apertura de espíritu y sabia disponibilidad hacia todos. En este sentido, se inserta muy bien la red de intervenciones asistenciales que realizáis cada día en favor de cuantos se encuentran en dificultades. Me complace recordar la generosa obra que lleváis a cabo en los comedores, en el asilo nocturno, en la casa para familias y en el centro polifuncional, así como el testimonio silencioso, pero muy elocuente, que dais en apoyo de los enfermos y de sus familiares en el Hospice Fondazione Roma, sin olvidar el compromiso misionero en Laos y las adopciones a distancia.
Sabemos que la autenticidad de nuestra fidelidad al Evangelio también se verifica sobre la base de la atención y la solicitud concreta que nos esforzamos por manifestar al prójimo, especialmente a los más débiles y marginados. La atención al otro implica desear su bien, en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. Aunque la cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, es preciso reafirmar con fuerza que el bien existe y triunfa. Así pues, la responsabilidad hacia el prójimo significa querer y hacer el bien al otro, deseando que se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades, superando la dureza del corazón que no nos deja ver los sufrimientos de los demás. De este modo, el servicio caritativo se convierte en una forma privilegiada de evangelización, a la luz de la enseñanza de Jesús, que considerará hecho a él mismo cuanto hagamos a nuestros hermanos, especialmente a los más pequeños y abandonados (cf. Mt 25, 40). Es necesario armonizar nuestro corazón con el corazón de Cristo, para que el apoyo amoroso ofrecido a los demás se traduzca en participación y comunión consciente en sus sufrimientos y en sus esperanzas, haciendo así visible, por una parte, la misericordia infinita de Dios hacia todos los hombres, que brilla en el rostro de Cristo; y, por otra, nuestra fe en él. El encuentro con el otro y la apertura del corazón a sus necesidades son una ocasión de salvación y de bienaventuranza.
Queridos socios del Círculo de San Pedro, como todos los años, hoy habéis venido a entregarme el óbolo para la caridad del Papa que habéis recogido en las parroquias de Roma. Ese óbolo representa una ayuda concreta ofrecida al Sucesor de Pedro, para que pueda responder a las innumerables peticiones que le llegan de todas las partes del mundo, especialmente de los países más pobres. Os agradezco de corazón toda la actividad que realizáis generosamente y con espíritu de sacrificio, y que nace de vuestra fe, de la relación con el Señor cultivada cada día. Fe, caridad y testimonio deben seguir siendo las líneas directrices de vuestro apostolado. Además, ¿cómo no recordar vuestra presencia durante las celebraciones litúrgicas en la basílica de San Pedro? Esa presencia redunda principalmente en vuestro honor, puesto que con ella manifestáis la constante entrega y la fidelidad devota que os unen a la Sede del apóstol Pedro. Que el Señor os recompense y colme de bendiciones a vuestro Círculo; que ayude a cada uno de vosotros a realizar su vocación cristiana en la familia, en el trabajo y en vuestra asociación.
Queridos amigos, a la vez que os renuevo mi aprecio por el servicio que prestáis a la Iglesia, os encomiendo, juntamente con vuestras familias, a la intercesión materna de la Virgen María, Salus populi romani, y de vuestros santos protectores. Por mi parte, os aseguro mi recuerdo en la oración por vosotros, por cuantos os acompañan en las diversas iniciativas y por quienes encontráis en vuestro apostolado diario, mientras imparto con afecto a todos una especial bendición apostólica.
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