VISITA PASTORAL A AREZZO, LA VERNA Y SANSEPOLCRO
(13 DE MAYO DE 2012)
ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Plaza Torre di Berta, Sansepolcro
Domingo 13 de mayo de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Me alegra encontrarme en Sansepolcro y unirme a vuestra acción de gracias a Dios por el milenario de fundación de la ciudad, por los prodigios de gracia y todos los beneficios que, en diez siglos, la Providencia ha otorgado. En esta histórica plaza, repitamos las palabras del Salmo responsorial de hoy: «Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas… Aclama al Señor tierra entera; gritad, vitoread, tocad» (Sal 97).
Queridos amigos de Sansepolcro, os saludo a todos con afecto, comenzando por el arzobispo monseñor Riccardo Fontana; con él saludo a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los fieles laicos que se dedican activamente al apostolado. Un deferente saludo dirijo a las autoridades civiles y militares, en particular a la alcaldesa, doctora Daniela Frullani, a la que agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido.
Hace mil años, los santos peregrinos Arcano y Egidio, ante las grandes transformaciones de la época, se pusieron a buscar la verdad y el sentido de la vida, dirigiéndose a Tierra Santa. Al volver, trajeron consigo no sólo las piedras que recogieron en el monte Sión, sino también la especial idea que habían elaborado en la tierra de Jesús: construir en el alto valle del Tíber la civitas hominis a imagen de Jerusalén, que en su mismo nombre evoca la justicia y la paz. Un proyecto que recuerda la gran visión de la historia de san Agustín en la obra «La ciudad de Dios». Cuando los godos de Alarico entraron en Roma y el mundo pagano acusó al Dios de los cristianos de no haber salvado la ciudad caput mundi, el santo obispo de Hipona aclaró lo que debemos esperar de Dios, la justa relación entre esfera política y esfera religiosa. Él ve en la historia la presencia de dos amores: «amor a sí», que lleva a la indiferencia respecto de Dios, y «amor a Dios», que lleva a la plena libertad para los demás y a construir una ciudad del hombre regida por la justicia y por la paz (cf. La ciudad de Dios, XIV, 28).
Ciertamente, esta visión no fue extraña a los fundadores de Sansepolcro. Ellos idearon un modelo de ciudad articulado y lleno de esperanza para el futuro, en el que los discípulos de Cristo estaban llamados a ser el motor de la sociedad en la promoción de la paz, a través de la práctica de la justicia. Su valiente desafío se convirtió en realidad, con la perseverancia de un camino que, primero gracias al apoyo del carisma benedictino, y después de los monjes camaldulenses, ha proseguido durante generaciones. Fue necesario un fuerte compromiso para fundar una comunidad monástica y luego, en torno a la iglesia abacial, vuestra ciudad. No fue sólo un proyecto que marca el plan urbanístico del «Borgo» de Sansepolcro, porque la misma colocación de la catedral tiene un fuerte valor simbólico: es el punto de referencia a partir del cual cada uno puede orientarse en el camino, y sobre todo en la vida; constituye una fuerte llamada a mirar hacia las alturas, a elevarse de la cotidianidad para dirigir los ojos al cielo, en una continua tensión hacia los valores espirituales y hacia la comunión con Dios, que no aliena de lo cotidiano, sino que lo orienta y lo hace vivir de un modo aún más intenso. Esta perspectiva es válida también hoy para recuperar el gusto de la búsqueda de la «verdad», para percibir la vida como un camino que acerca a la «verdad» y a la «justicia».
Queridos amigos, el ideal de vuestros fundadores ha llegado hasta nuestros días y constituye no sólo el eje de la identidad de Sansepolcro y de la Iglesia diocesana, sino también un desafío a conservar y promover el pensamiento cristiano, que está en el origen de esta ciudad. El milenario es la ocasión para hacer una reflexión que es, al mismo tiempo, camino interior por las sendas de la fe y esfuerzo por redescubrir las raíces cristianas, a fin de que los valores evangélicos sigan fecundando las conciencias y la historia diaria de la población. Hoy es especialmente necesario que el servicio de la Iglesia al mundo se exprese con fieles laicos iluminados, capaces de actuar dentro de la ciudad del hombre, con la voluntad de servir más allá del interés privado, más allá de las visiones parciales. El bien común cuenta más que el bien del individuo, y toca también a los cristianos contribuir al nacimiento de una nueva ética pública. Nos lo recuerda la espléndida figura del nuevo beato Giuseppe Toniolo. A la desconfianza hacia el compromiso en el ámbito político y social, los cristianos, especialmente los jóvenes, están llamados a contraponer el compromiso y el amor a la responsabilidad, animados por la caridad evangélica, que pide no encerrarse en sí mismos, sino de interesarse por los demás. A los jóvenes dirijo la invitación a saber pensar en grande: ¡tened la valentía de osar! Estad dispuestos a dar un nuevo sabor a toda la sociedad civil, con la sal de la honradez y del altruismo desinteresado. Es necesario recuperar sólidas motivaciones para servir al bien de los ciudadanos.
El desafío que afronta este antiguo «Borgo» es armonizar el redescubrimiento de su propia identidad milenaria con la acogida y la incorporación de culturas y sensibilidades diversas. San Pablo nos enseña que la Iglesia, pero también toda la sociedad, son como el cuerpo humano, donde cada parte es diferente de las demás, pero todas concurren al bien del organismo (cf. 1 Co 12, 12-26). Demos gracias a Dios porque vuestra comunidad diocesana ha madurado en los siglos una ardiente apertura misionera, como lo atestigua el hermanamiento con el Patriarcado latino de Jerusalén. Me ha complacido saber que ese hermanamiento ha producido frutos de colaboración y obras de caridad en favor de los hermanos más necesitados en Tierra Santa. Los antiguos vínculos indujeron a vuestros antepasados a construir aquí una copia en piedra del Santo Sepulcro de Jerusalén, para hacer sólida la identidad de los habitantes y para mantener viva la devoción y la oración hacia la ciudad santa. Este vínculo continúa y hace que vosotros percibáis todo lo que atañe a Tierra Santa como realidad que os implica; como, por lo demás, en Jerusalén, vuestro nombre y la presencia de peregrinos de la diócesis, hacen activas las relaciones fraternas. Al respecto, estoy seguro de que os abriréis a nuevas perspectivas de solidaridad, imprimiendo un renovado impulso apostólico al servicio del Evangelio. Y este será uno de los resultados más significativos de las celebraciones jubilares de vuestra ciudad.
Quiero hacer también una alusión a la catedral, donde he contemplado la belleza del «Santo Rostro». Esta basílica es el lugar de la alabanza de toda la ciudad a Dios, la sede de la recuperada armonía entre los momentos de culto y de la vida cívica, el punto de referencia para la pacificación de los ánimos. Y como vuestros padres supieron construir el espléndido templo de piedra, para que fuera signo y llamada a la comunión de vida, a vosotros corresponde hacer visible y creíble el significado del edificio sacro, viviendo en paz en la comunidad eclesial y civil. En pleno Renacimiento, los habitantes de Sansepolcro pidieron al pintor Durante Alberti que representara a Belén en la iglesia madre, para que nadie olvidara que Dios está con nosotros en la pobreza del pesebre. Recordando el pasado y atentos al presente, pero también proyectados hacia el futuro, los cristianos de la diócesis de Arezzo-Cortona-Sansepolcro sabéis que el progreso espiritual de vuestras comunidades eclesiales e incluso la promoción del bien común de las comunidades civiles exigen el compromiso con vistas a una inserción cada vez más vital de vuestras parroquias y asociaciones en el territorio. Que el camino recorrido y la fe que os anima os infundan valor e impulso para continuar. Mirando vuestro rico patrimonio espiritual, sed una Iglesia viva al servicio del Evangelio. Una Iglesia hospitalaria y generosa, que con su testimonio haga presente el amor de Dios a todo ser humano, especialmente a los que sufren y a los necesitados.
Que la Virgen santísima, venerada de modo especial en este mes de mayo, vele por cada uno de vosotros y sostenga los esfuerzos por un futuro mejor. ¡Oh María, Reina de la paz, escucha nuestra oración: haznos testigos de tu Hijo Jesús y artífices incansables de justicia y de paz! Amén. Gracias.
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