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CONCIERTO OFRECIDO POR LA EMBAJADA DE ITALIA ANTE LA SANTA SEDE
EN HONOR DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Y DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA GIORGIO NAPOLITANO,
CON OCASIÓN DEL 84° ANIVERSARIO DE LOS PACTOS LATERANENSES

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Pablo VI
Lunes 4 de febrero de 2013

 

Señor presidente de la República,
señores cardenales,
honorables ministros y distinguidas autoridades,
venerados hermanos,
estimados señores y señoras:

Ante todo saludo al señor presidente de la República Italiana, el honorable Giorgio Napolitano, y le agradezco las intensas expresiones que me ha dirigido. En estos siete años —como ha recordado— nos hemos reunido varias veces y hemos compartido experiencias y reflexiones. Saludo a su amable esposa, a las autoridades italianas, así como a los señores embajadores y a las numerosas personalidades presentes. Doy las gracias de corazón a los promotores y a los organizadores de esta velada, en particular a la Flying Angels Foundation, comprometida en el campo de la solidaridad.

La Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino y su director, Zubin Mehta, no necesitan presentación: ambos ocupan un lugar importante en el panorama musical internacional y esta tarde lo han demostrado brindándonos un momento de profunda elevación del espíritu con la notable ejecución de la Sinfonía verdiana y de la Tercera de Beethoven.

Giuseppe Verdi, La Fuerza del Destino: un debido homenaje al gran músico italiano en el año del segundo centenario de su nacimiento. En sus obras impresiona siempre cómo supo captar y esbozar musicalmente las situaciones de la vida, sobre todo los dramas del alma humana, de una manera tan inmediata, incisiva y esencial que raramente se encuentra en el panorama musical. Es un destino siempre trágico el de los personajes verdianos, del que no escapan los protagonistas de La Fuerza del Destino: la Sinfonía que hemos escuchado, desde los primeros compases, nos lo ha hecho percibir. Pero afrontando el tema del destino, Verdi afronta directamente el tema religioso, confrontándose con Dios, con la fe, con la Iglesia; y emerge de nuevo el alma de este músico, su inquietud, su búsqueda religiosa. En La Fuerza del Destino no sólo una de las arias más famosas, «La Virgen de los Ángeles», es una pesarosa oración, sino que hallamos también dos historias de conversión y de acercamiento a Dios: la de Leonora, que reconoce dramáticamente sus culpas y decide retirarse a una vida eremítica, y la de don Álvaro, que lucha entre el mundo y una vida en soledad con Dios. Es interesante notar cómo en las dos versiones de esta obra, la de 1862 para San Petersburgo y la de 1869 para La Scala de Milán, los finales cambian: en la primera don Álvaro termina la vida suicida, rechazando el hábito religioso e invocando el infierno; en la segunda, en cambio, acoge las palabras del padre guardián de que confíe en el perdón de Dios y la obra termina con las palabras «Subida a Dios».

Aquí está dibujado el drama de la existencia humana, marcada por un trágico destino y por la nostalgia de Dios, de su misericordia y de su amor, que ofrecen luz, sentido y esperanza también en la oscuridad. La fe nos ofrece esta perspectiva que no es ilusoria, sino real; como afirma san Pablo, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8, 38-39). Esta es la fuerza del cristiano, que nace de la muerte y resurrección de Cristo, del acto supremo de un Dios que ha entrado en la historia del hombre no sólo con las palabras, sino encarnándose.

Una palabra también sobre la Tercera Sinfonía de Beethoven, una obra compleja que marca de modo claro la separación del sinfonismo clásico de Haydn y Mozart. Como es sabido, estaba dedicada a Napoleón, pero el gran compositor alemán cambió de idea después de que Bonaparte se proclamó emperador, modificando el título en: «compuesta para festejar el recuerdo de un gran hombre». Beethoven expresa musicalmente el ideal del héroe portador de libertad y de igualdad, que se halla ante la elección de la resignación o de la lucha, de la muerte o de la vida, de la rendición o de la victoria; y la Sinfonía describe estos estados de ánimo con una riqueza colorista y temática hasta entonces desconocida. No entro en la lectura de los cuatro tiempos, pero aludo sólo al segundo, la célebre Marcha fúnebre, una apesadumbrada meditación sobre la muerte, que inicia con una primera parte de tonos dramáticos y desoladores, pero que contiene, en la parte central, un episodio sereno entonado por el oboe y después la doble fuga y los toques de trompa: el pensamiento sobre la muerte invita a reflexionar acerca del más allá, del infinito. En aquellos años, Beethoven, en el testamento de Heiligenstadt de octubre de 1802 escribía: «Oh, Dios: Tú desde lo alto miras en mi interior, lo conoces y sabes que está lleno de amor por la humanidad y de deseo de hacer el bien». La búsqueda de sentido que abra a una esperanza sólida por el futuro forma parte del camino de la humanidad.

Gracias, señor presidente, por su presencia. Gracias al director y a los profesores de la Orquesta del Maggio Musicale Fiorentino. Gracias a los promotores y a los organizadores y a todos vosotros. Buenas tardes.



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