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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
Domingo 10 de mayo de 2015

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy —san Juan, capítulo 15— nos vuelve a llevar al Cenáculo, donde escuchamos el mandamiento nuevo de Jesús. Dice así: «Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros, como yo os he amado» (v. 12). Y, pensando en el sacrificio de la cruz ya inminente, añade: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (vv. 13-14). Estas palabras, pronunciadas durante la última Cena, resumen todo el mensaje de Jesús; es más, resumen todo lo que Él hizo: Jesús dio la vida por sus amigos. Amigos que no lo habían comprendido, que en el momento crucial lo abandonaron, traicionaron y renegaron. Esto nos dice que Él nos ama aun sin ser merecedores de su amor: ¡así nos ama Jesús!

De este modo, Jesús nos muestra el camino para seguirlo, el camino del amor. Su mandamiento no es un simple precepto, que permanece siempre como algo abstracto o exterior a la vida. El mandamiento de Cristo es nuevo, porque Él, en primer lugar, lo realizó, le dio carne, y así la ley del amor se escribe una vez para siempre en el corazón del hombre (cf. Jer 31, 33). Y ¿cómo está escrita? Está escrita con el fuego del Espíritu Santo. Y con este mismo Espíritu, que Jesús nos da, podemos caminar también nosotros por este camino.

Es un camino concreto, un camino que nos conduce a salir de nosotros mismos para ir hacia los demás. Jesús nos mostró que el amor de Dios se realiza en el amor al prójimo. Ambos van juntos. Las páginas del Evangelio están llenas de este amor: adultos y niños, cultos e ignorantes, ricos y pobres, justos y pecadores han tenido acogida en el corazón de Cristo.

Por lo tanto, esta Palabra del Señor nos llama a amarnos unos a otros, incluso si no siempre nos entendemos y no siempre estamos de acuerdo… pero es precisamente allí donde se ve el amor cristiano. Un amor que también se manifiesta si existen diferencias de opinión o de carácter, ¡pero el amor es más grande que estas diferencias! Este es el amor que nos ha enseñado Jesús. Es un amor nuevo porque lo renueva Jesús y su Espíritu. Es un amor redimido, liberado del egoísmo. Un amor que da alegría a nuestro corazón, como dice Jesús mismo: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (v. 11).

Es precisamente el amor de Cristo, que el Espíritu Santo derrama en nuestros corazones, el que realiza cada día prodigios en la Iglesia y en el mundo. Son muchos los pequeños y grandes gestos que obedecen al mandamiento del Señor: «Que os améis unos a otros, como yo os he amado» (cf. Jn15, 12). Gestos pequeños, de todos los días, gestos de cercanía a un anciano, a un niño, a un enfermo, a una persona sola y con dificultades, sin casa, sin trabajo, inmigrante, refugiada… Gracias a la fuerza de esta Palabra de Cristo, cada uno de nosotros puede hacerse prójimo del hermano y la hermana que encuentra. Gestos de cercanía, de proximidad. En estos gestos se manifiesta el amor que Cristo nos enseñó.

Que en esto nos ayude nuestra Madre Santísima, para que en la vida cotidiana de cada uno de nosotros el amor de Dios y el amor del prójimo estén siempre unidos.


Después del Regina Coeli:

Queridos hermanos y hermanas:

Os saludo a todos vosotros, familias, grupos parroquiales, asociaciones y peregrinos provenientes de Italia y de muchas partes del mundo, en particular de Madrid, de Puerto Rico y Croacia.

Saludo a la delegación de mujeres de la «Komen Italia», una asociación para la lucha contra el cáncer de mama; y a cuantos han participado en la iniciativa que tuvo lugar esta mañana en Roma: es importante trabajar juntos para defender y promover la vida.

Y, hablando de vida, hoy en muchos países se celebra el día de la madre: recordamos con gratitud y afecto a todas las mamás. Ahora me dirijo a las mamás que están aquí en la plaza: ¿están? ¿Sí? ¿Hay mamás? ¡Un aplauso para ellas, para las mamás que están en la plaza! Y que este aplauso abrace a todas las mamás, a todas nuestras queridas mamás: las que viven con nosotros físicamente, y también las que viven con nosotros espiritualmente. Que el Señor las bendiga a todas, y que la Virgen, a quien se dedica este mes, las custodie.

Os deseo a todos un feliz domingo —un poco caluroso. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

 



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