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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 22 de enero de 2017

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de hoy (cf. Mateo 4, 12-23) narra el inicio de la predicación de Jesús en Galilea. Él deja Nazaret, una aldea de las montañas, y se establece en Cafarnaúm, un centro importante a orillas del lago, habitado en su mayor parte por paganos, punto de cruce entre el Mediterráneo y el interior mesopotámico. Esta elección indica que los destinatarios de su predicación no son sólo sus compatriotas, sino todos los que llegan a la cosmopolita «Galilea de los gentiles» (v 15; cf. Isaías 8, 23): así se llamaba. Vista desde la capital Jerusalén, aquella tierra es geográficamente periférica y religiosamente impura, porque estaba llena de paganos, por la mezcla con quienes no pertenecían a Israel. Ciertamente de Galilea no se esperaban grandes cosas para la historia de la salvación. Y sin embargo, justamente desde allí — justo desde allí— se difunde aquella “luz” sobre la cual hemos meditado los domingos pasados: la luz de Cristo. Se difunde precisamente desde la periferia. El mensaje de Jesús reproduce el del Bautista, proclamando el «Reino de los Cielos» (v. 17). Este Reino no conlleva la instauración de un nuevo poder político, sino el cumplimiento de la alianza entre Dios y su pueblo, que inaugurará un periodo de paz y de justicia. Para estrechar este pacto de alianza con Dios, cada uno está llamado a convertirse, transformando su propio modo de pensar y de vivir. Esto es importante: convertirse no solo es cambiar la manera de vivir, sino también el modo de pensar. Es una transformación del pensamiento. No se trata de cambiar la ropa, ¡sino las costumbres! Lo que diferencia a Jesús de Juan Bautista es el estilo y el método. Jesús elige ser un profeta itinerante. No se queda esperando a la gente, sino que se dirige a su encuentro. ¡Jesús está siempre en la calle! Sus primeras salidas misioneras tienen lugar alrededor del lago de Galilea, en contacto con la muchedumbre, en particular con los pescadores. Allí Jesús no sólo proclama la llegada del Reino de Dios, sino que busca compañeros que se asocien a su misión de salvación. En este mismo lugar encuentra dos parejas de hermanos: Simón y Andrés, Santiago y Juan; les llama diciendo: «Venid conmigo y los haré pescadores de hombres» (v. 19). La llamada les llega en plena actividad de cada día: el Señor se nos revela no de manera extraordinaria o asombrosa, sino en la cotidianidad de nuestra vida. Ahí debemos encontrar al Señor; y ahí Él se revela, hace sentir su amor a nuestro corazón; y ahí —con este diálogo con Él en la cotidianidad de nuestra vida— cambia nuestro corazón. La respuesta de los cuatro pescadores es rápida e inmediata: «al instante, dejando las redes, le siguieron» (v. 20). Sabemos efectivamente que habían sido discípulos del Bautista y que, gracias a su testimonio, ya habían empezado a creer en Jesús como el Mesías (cf. Juan 1, 35-42).

Nosotros, cristianos de hoy en día, tenemos la alegría de proclamar y testimoniar nuestra fe, porque hubo ese primer anuncio, porque existieron esos hombres humildes y valientes que respondieron generosamente a la llamada de Jesús. A orillas del lago, en una tierra impensable, nació la primera comunidad de discípulos de Cristo. Que la conciencia de estos inicios suscite en nosotros el deseo de llevar la palabra, el amor y la ternura de Jesús a todo contexto, incluso a aquel más dificultoso y resistente. ¡Llevar la Palabra a todas las periferias! Todos los espacios del vivir humano son terreno al que arrojar las semillas del Evangelio, para que dé frutos de salvación.

Que la Virgen María nos ayude con su maternal intercesión a responder con alegría a la llamada de Jesús, a ponernos al servicio del Reino de Dios.

 


Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas:

Estamos en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Este año tiene como tema una expresión tomada de San Pablo, que nos indica el camino a seguir. Y dice así: «El amor de Cristo nos empuja a la reconciliación” (cf 2 Corintios 5, 14).

El próximo miércoles concluirá la Semana de Oración con la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pablo Extramuros, en la que participarán los hermanos y las hermanas de otras Iglesias y Comunidades cristianas presentes en Roma. Os invito a perseverar en la oración, con el fin de que se cumpla el deseo de Jesús: «Para que todos sean uno» (Juan 17, 21).

Durante los días pasados, el terremoto y las fuertes nevadas han puesto nuevamente a dura prueba a muchos de nuestros hermanos y hermanas del centro de Italia, especialmente en Abruzzo, Marche y Lazio. Con la oración y el afecto estoy cerca de las familias que han tenido víctimas entre sus seres queridos. Animo a todos los que están ocupados con gran generosidad en las tareas de rescate y asistencia; así como a las Iglesias locales, que están trabajando para aliviar los sufrimientos y las dificultades. Muchas gracias por esta cercanía, por vuestro trabajo y la ayuda concreta que lleváis. ¡Gracias! Y os invito a rezar junto a la Virgen por las víctimas y también por los que con gran generosidad se esfuerzan en las operaciones de rescate.

En el lejano Oriente y en varias partes del mundo, millones de hombres y mujeres se preparan para celebrar la conclusión del Año lunar el 28 de enero. Que mi cordial saludo llegue a todas sus familias, con el deseo de que se conviertan cada vez más en una escuela donde se aprende a respetar al otro, a comunicar y a cuidar los unos de los otros de un modo desinteresado. Que la alegría del amor pueda propagarse dentro de las familias y que se irradie a toda la sociedad.

Y a todos os deseo un buen domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 



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