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PAPA FRANCISCO

La fe, camino de belleza y verdad

Misas matutinas en la capilla de la Domus Sanctae Marthae
 del 26 de abril al 1 de mayo de 2013

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 18, viernes 3 de mayo de 2013

 

La fe no es ni una alienación ni un fraude, sino un camino concreto de belleza y de verdad, trazado por Jesús, para preparar nuestros ojos y poder contemplar «el rostro maravilloso de Dios» en el lugar definitivo que está preparado para cada uno. Con estas palabras invita el Papa Francisco a no tener miedo y a vivir la vida como una preparación para mirar mejor, escuchar mejor y amar más. Es el sentido de su homilía en la misa celebrada el viernes 26 de abril, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae, donde reside. Un encuentro cotidiano alrededor de la mesa de la Palabra y de la Eucaristía, presidido por el Papa. Esta misa cotidiana es concelebrada por cardenales, obispos y sacerdotes que viven en Roma o visitan la Ciudad Eterna. Proceden de los más lejanos rincones de la tierra; participan en la celebración empleados del Vaticano y otros invitados.

En su reflexión, el Santo Padre parte de las lecturas de la liturgia del día. En esta ocasión, del pasaje evangélico de san Juan (14, 1-6): «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar…». Y el Pontífice se preguntó: «¿Cómo es esta preparación? ¿Cómo se realiza? ¿Cómo es ese lugar? ¿Qué significa preparar el lugar? ¿Alquilar una habitación en las alturas?». Preparar el lugar significa «preparar nuestra posibilidad de gozar, ver, sentir, comprender la belleza de aquello que nos espera, de la patria hacia la cual caminamos».

Por ello, «toda la vida cristiana —prosiguió— es un trabajo de Jesús, del Espíritu Santo, para prepararnos un lugar, prepararnos los ojos para ver». E invitó a pensar con un ejemplo: «Quienes están enfermos de cataratas y tienen que operarse: ellos ven —dijo—, pero después de la operación, ¿qué dicen? “Nunca pensé que se podía ver así”. Nuestros ojos, los ojos de nuestra alma tienen necesidad de ser preparados para contemplar el rostro maravilloso de Jesús». Se trata, entonces, de «preparar principalmente el corazón para amar, amar más». Y «esto no es alienación: esta es la verdad, esto es permitir que Jesús prepare nuestro corazón, nuestros ojos, para esa belleza tan grande. Es el camino de la belleza. También el camino del regreso a la patria».

Y así, mientras caminamos hacia la patria definitiva, no faltará la confrontación entre dos tipos de comunidades: la de los discípulos y la de quienes tienen cerrado el corazón. Para profundizar en estas dos tendencias, el sábado 27 de abril, el Papa se inspiró en el pasaje de los Hechos de los apóstoles (13, 44-52) que narra precisamente la confrontación entre dos comunidades religiosas. En la comunidad de los discípulos —explicó— se cumplía el mandato de Jesús —“Id y predicad”—. Y, notó el Papa Francisco, entre la gente se había difundido un ambiente de felicidad que «parecía no terminar jamás». Cuando los judíos vieron tanta felicidad «se llenaron de celos y comenzaron a perseguir» a esta gente «que eran buenas personas, que tenían una actitud religiosa». «¿Por qué lo hicieron?», se preguntó. Lo hicieron «sencillamente porque tenían el corazón cerrado, no estaban abiertos a la novedad del Espíritu Santo. Creían que todo estaba dicho, que todo sería como ellos pensaban que debía ser, y por ello se sentían como defensores de la fe». Así es como «comenzaron a hablar contra los apóstoles, a calumniar».

El Papa invitó a pensar en la Iglesia que sigue adelante, «en los numerosos hermanos que sufren por esta libertad del Espíritu y sufren persecuciones, ahora, en tantos lugares». Incluso así, «estos hermanos, en el sufrimiento, están llenos de alegría y de Espíritu Santo», y forman «comunidades abiertas, misioneras, rezan a Jesús porque saben que es verdad lo que dijo y hemos escuchado ahora: “Lo que pidáis en mi nombre, lo haré”». Por el contrario, «las comunidades cerradas rezan a los poderosos de la tierra para que les ayuden. Y ese no es un buen camino. No tengamos miedo a la alegría del Espíritu. Y nunca, nunca —continuó— nos mezclemos con estas cosas que, a la larga, nos llevan a encerrarnos en nosotros mismos. En esta cerrazón no está la fecundidad y la libertad del Espíritu».

A la confianza dedicó el Papa Francisco su homilía del 29 de abril, cuya lectura remite a la primera Carta de san Juan (1, 5-2, 2), donde el apóstol «habla a los primeros cristianos y lo hace con sencillez: “Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna”. Pero “si decimos que estamos en comunión con Él”, amigos del Señor, “y caminamos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad”. Y a Dios es necesario adorarle en espíritu y en verdad», afirmó el Santo Padre. «¿Qué significa —se preguntó— caminar en las tinieblas?». Así, no dudó en decir que «caminar en las tinieblas significa estar satisfecho de uno mismo, estar convencido de no tener necesidad de salvación. ¡Esas son las tinieblas!». Y, prosiguió, «cuando uno sigue adelante por este camino de las tinieblas, no es fácil dar un paso hacia atrás». E hizo una invitación: «Mirad vuestros pecados, nuestros pecados: todos somos pecadores, todos. Este es el punto de partida». Jesús nos espera a cada uno, recalcó el Papa citando el Evangelio de Mateo (11, 25-30). Jesús nos espera para perdonarnos. Es lo que «sucede en el sacramento de la Reconciliación».

El Papa, por último, invitó a tener confianza en las palabras del apóstol Juan: «Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre». Y concluyó: «Esto nos alivia. Es hermoso, ¿eh? ¿Y si sentimos vergüenza? Bendita vergüenza, porque es una virtud. El Señor nos da esta gracia, esta valentía para ir siempre a Él con la verdad, porque la verdad es luz. Y no con las tinieblas de las medias verdades o de las mentiras ante Dios».

Vivir en la lógica del perdón, de la verdad, nos da paz, la paz verdadera, que no se compra. Es un don de Dios. Un don que Él da a su Iglesia. Para obtenerla los cristianos deben seguir confiando la Iglesia a Dios, pidiéndole que la cuide y la defienda de las insidias del maligno, que ofrece al hombre una paz distinta, una paz mundana, no la paz verdadera. Este fue el núcleo de la reflexión propuesta por el Papa el martes 30 de abril, centrándose en la palabra «encomendar», que aparece dos veces en la lectura de los Hechos de los apóstoles (14, 19-28)».

En esta línea, dijo: «Se puede custodiar a la Iglesia, se puede atender a la Iglesia, ¿no? Debemos hacerlo con nuestro trabajo. Pero lo más importante es lo que hace el Señor: es el único que puede mirar a la cara al maligno y vencerle». Pero «nosotros, ¿rezamos por la Iglesia? ¿Por toda la Iglesia? ¿Por nuestros hermanos, a quienes no conocemos, en todas las partes del mundo?», fueron las preguntas del Pontífice. Cuando «en nuestra oración decimos al Señor: “Señor, mira a tu Iglesia”», entendemos por esta Iglesia, la Iglesia del Señor, la Iglesia que reúne «a nuestros hermanos». Esta es la oración que «debemos hacer con el corazón —repitió el Papa— y cada vez más. Para nosotros es fácil rezar para pedir una gracia al Señor cuando necesitamos algo; y no es difícil rezar por gratitud al Señor. Pero rezar por la Iglesia, por quienes no conocemos, pero que son nuestros hermanos y hermanas, porque recibieron el mismo bautismo, y decir al Señor: “son los tuyos, son los nuestros... custódialos”», es otra cosa: significa «encomendar la Iglesia al Señor»; es «una oración que hace crecer a la Iglesia», pero es también «un acto de fe. Nosotros no podemos nada, nosotros somos todos pobres servidores de la Iglesia: pero es Él quien puede llevarla adelante y custodiarla y hacerla crecer, santificarla, defenderla, defenderla del “príncipe de este mundo”», es decir, de aquel que «quiere que la Iglesia llegue a ser más y más mundana. Este es el peligro más grande», porque «cuando la Iglesia se convierte en mundana, cuando tiene dentro de sí el espíritu del mundo», cuando obtiene la paz que no es la paz del Señor, entonces se convierte en una Iglesia «débil, una Iglesia que será vencida, incapaz de anunciar el Evangelio, el mensaje de la Cruz, el escándalo de la Cruz. No puede llevarlo adelante si es mundana. Por ello es tan importante y tan fuerte esta oración: encomendar la Iglesia al Señor».

Sobre el hombre que se dignifica trabajando, y fue creado a imagen de Dios, «quien trabajó para crear el mundo», reflexionó el Papa Francisco en su homilía del miércoles 1 de mayo. Las lecturas del día abrieron camino: la primera del libro del Génesis (1, 26-2, 3) y la segunda del evangelio de Mateo (13, 54-58), presentando a Dios creador y la figura de san José, el carpintero «padre adoptivo de Jesús», de quien «Jesús aprendió a trabajar». En este día recordamos a san José —dijo—, «pero este recuerdo de san José obrero nos remite a Dios trabajador, a Jesús trabajador. Y el trabajo es un tema muy, muy, muy evangélico. “Señor —dice Adán— con el trabajo ganaré para vivir”. Pero es más. Porque esta primera imagen de Dios trabajador nos dice que el trabajo es algo más que ganarse el pan: el trabajo nos da dignidad. Quien trabaja es digno, tiene una dignidad especial, una dignidad de persona: el hombre y la mujer que trabajan son dignos». El Santo Padre citó un titular de L'Osservatore Romano del domingo 28 de abril dedicado al derrumbe de una fábrica en Dacca, donde murieron cientos de obreros que trabajaban en condiciones de explotación e inseguridad: «Un titular —comentó— que me llegó mucho el día de la tragedia de Bangladesh: “Cómo morir por 38 euros al mes”». Y «esto —fue la explícita denuncia del Pontífice— es “trabajo esclavo”», que explota «el don más bello que Dios dio al hombre: la capacidad de crear, trabajar, cultivar la propia dignidad».

 


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