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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Santa paciencia

Lunes 17 de febrero de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 8, viernes 21 de febrero de 2014

 

Hay personas que saben sufrir con la sonrisa y conservan «la alegría de la fe» a pesar de las pruebas y enfermedades. Son estas personas quienes «llevan adelante la Iglesia con su santidad de cada día», hasta llegar a ser auténticos puntos de referencia «en nuestras parroquias, en nuestras instituciones». En la reflexión del Papa Francisco, propuesta el lunes 17 de febrero, están los ecos de los encuentros del domingo por la tarde con la comunidad parroquial de la periferia romana del «Infernetto».

«Cuando vamos a las parroquias —dijo, en efecto, el obispo de Roma— encontramos personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo discapacitado o tienen una enfermedad, pero llevan adelante la vida con paciencia». Son personas que no piden «un milagro» sino que viven con «la paciencia de Dios» leyendo «los signos de los tiempos». Y precisamente de este santo pueblo de Dios «el mundo no era digno de ellos», afirmó el Papa citando el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos y afirmando que también «de esta gente de nuestro pueblo —gente que sufre, que sufre tantas cosas pero no pierde la sonrisa de la fe, que tienen la alegría de la fe— podemos decir que de ellos no es digno el mundo: ¡es indigno!».

La reflexión del Papa sobre el valor de la paciencia partió, como es habitual, de la liturgia del día: el pasaje de la Carta de Santiago (1, 1-11) y del Evangelio de Marcos (8, 11-13).

«Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas»: al comentar estas palabras de la primera lectura, el Papa destacó que «parece un poco extraño lo que dice el apóstol Santiago». Parece casi —indicó— «una invitación a hacer de faquir». En efecto, se preguntó, «sufrir una prueba, ¿cómo nos puede causar gozo?». El Pontífice prosiguió la lectura del pasaje de Santiago: «Sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia».

La sugerencia, explicó, es «llevar la vida en este ritmo de paciencia». Pero «la paciencia —advirtió— no es resignación, es otra cosa». Paciencia quiere decir, en efecto, «soportar sobre los hombros las cosas de la vida, las cosas que no son buenas, las cosas malas, las cosas que no queremos. Y será precisamente esta paciencia la que hará madura nuestra vida». Quien en cambio no tiene paciencia «quiere todo inmediatamente, todo de prisa». Y «quien no conoce esta sabiduría de la paciencia es una persona caprichosa», que termina comportándose precisamente «como los niños caprichosos», quienes dicen: «yo quiero esto, quiero aquello, esto no me gusta», y no se contentan nunca con nada.

«¿Por qué esta generación reclama un signo?», pregunta el Señor en el pasaje evangélico de Marcos respondiendo a la petición de los fariseos. Y así quería decir, afirmó el Papa, que «esta generación es como los niños que escuchan música de alegría y no bailan, escuchan música de luto y no lloran. Nada está bien». En efecto, continuó, «la persona que no tiene paciencia es una persona que no crece, que permanece en los caprichos de los niños, que no sabe tomar la vida como se presenta», y sólo sabe decir: «o esto o nada».

Cuando no se tiene paciencia, «ésta es una de las tentaciones: convertirse en caprichosos» como niños. Y otra tentación de aquellos «que no tienen paciencia es la omnipotencia», encerrada en la pretensión: «¡Quiero las cosas de inmediato!». Precisamente a esto se refiere el Señor cuando los fariseos le piden «un signo del cielo». En realidad, destacó el Pontífice, «¿qué querían? Querían un espectáculo, un milagro». Al fin de cuentas es la misma tentación que el diablo propuso a Jesús en el desierto, pidiéndole hacer algo —así todos creerían y la piedra se convertiría en pan— o tirarse desde el templo para mostrar su poder.

Los fariseos, sin embargo, al pedir un signo a Jesús, «confunden el modo de obrar de Dios con el modo de obrar de un brujo». Pero, precisó el Santo Padre, «Dios no actúa como un brujo. Dios tiene su modo de ir adelante: la paciencia de Dios». Y nosotros «cada vez que nos acercamos al sacramento de la reconciliación cantamos un himno a la paciencia de Dios. ¡Cómo nos lleva el Señor sobre los hombros, con cuánta paciencia!».

«La vida cristiana —sugirió el Papa— debe desarrollarse desde esta música de la paciencia, porque fue precisamente la música de nuestros padres: el pueblo de Dios». La música de «aquellos que creyeron en la Palabra de Dios, que siguieron el mandamiento que el Señor había dado a nuestro padre Abrahán: camina en mi presencia y sé irreprensible».

El pueblo de Dios, prosiguió citando una vez más el capítulo 11 de la Carta a los Hebreos, «sufrió mucho: fueron perseguidos, asesinados, debían esconderse en las cuevas, en las cavernas. Y tuvieron la alegría, el gozo —como dice el apóstol Santiago— de saludar desde lejos las promesas». Es precisamente ésta «la paciencia que nosotros debemos tener en las pruebas». Es «la paciencia de una persona adulta; la paciencia de Dios que nos conduce, nos sostiene sobre los hombros; y la paciencia de nuestro pueblo» destacó el Pontífice exclamando: «¡Cuán paciente es nuestro pueblo aún ahora!».

El obispo de Roma recordó, por lo tanto, que son muchas las personas que sufren y son capaces de llevar «adelante la vida con paciencia. No piden un signo», como los fariseos, «pero saben leer los signos de los tiempos». Así, «saben que cuando brota la higuera se acerca la primavera». En cambio, las personas «impacientes» que presenta el Evangelio «querían un signo» pero «no sabían leer los signos de los tiempos. Por ello no reconocieron a Jesús».

La Carta a los Hebreos, dijo el Papa, dice claramente que «el mundo era indigno del pueblo de Dios». Pero hoy «podemos decir lo mismo de esta gente de nuestro pueblo: gente que sufre, que sufre muchas, muchas cosas, pero no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe». Sí, también de todos ellos «no es digno el mundo». Es precisamente «esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones», quienes llevan «adelante la Iglesia con su santidad de todos los días, de cada día».

Como conclusión, el Papa releyó el pasaje de Santiago que había propuesto al inicio de la homilía. Y pidió al Señor que nos diera «a todos nosotros la paciencia: la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz», donándonos «la paciencia de Dios» y «la paciencia de nuestro pueblo fiel que es tan ejemplar».



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