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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Horizonte infinito

Jueves 23 de octubre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 44, viernes 31 de octubre de 2014

 

La «experiencia mística» que Pablo tiene de Jesús nos recuerda que no se puede ser cristianos por sí solos, amando a Dios y al prójimo «sin la fuerza y la gracia del Espíritu Santo». Y es precisamente la experiencia del Apóstol la que volvió a proponer el Papa Francisco, relanzando su actualidad espiritual como oración de adoración y de alabanza, en la misa celebrada el jueves 23 de octubre en Santa Marta.

«Pablo tiene una experiencia de Jesucristo, una experiencia del Señor que lo llevó a dejar todo», hasta llegar a decir «dejé todo y tengo todo por basura para ganar a Cristo y ser hallado en Él». En efecto, «había visto a Cristo, había conocido a Cristo, estaba enamorado de Cristo». Y «progresa en este misterio». Así, observó el Pontífice, «en la primera lectura —Efesios 3, 14-21— hemos escuchado el acto de adoración que Pablo hace en presencia de Dios: “Hermanos: doblo mis rodillas ante el Padre”». Este es, pues, su acto de adoración al Padre. Pero «después nos explica por qué» lo hace.

El pasaje propuesto por la liturgia de hoy, afirmó el Papa, «es original por el lenguaje que usa Pablo». De hecho, se trata de «un lenguaje sin límites, un lenguaje grandioso, amplio: habla de la riqueza de su gloria; habla de comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad; conocer a Cristo que supera, a Cristo que nos colma de toda plenitud». Es precisamente «un lenguaje sin límites, que no se puede comprender en el sentido de abarcar», porque es «casi sin horizonte».

Pablo «adora a este Dios que tiene el poder de hacer mucho más de lo que podamos pedir o pensar, según el poder que tiene incluso en el tiempo, para todas las generaciones, por los siglos de los siglos». Se trata de un auténtico «acto de adoración, una experiencia ante este Dios que es como un mar sin playas, sin límites, un mar inmenso». Y «ante este Dios, Pablo dobla las rodillas de su corazón, de su alma».

«En este acto de adoración —afirmó el Papa— Pablo nos habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Y «¿qué pide Pablo para él, para la Iglesia —la Iglesia de Éfeso, en este caso— y para todos nosotros?». Dirigiéndose «al Padre, en quien tiene origen toda descendencia en el cielo y en la tierra», Pablo le pide ante todo «ser fortalecido en el hombre interior mediante su Espíritu». También le pide «al Padre que el Espíritu venga a fortalecernos, a darnos fuerza». Sabe muy bien que «no se puede ir adelante sin la fuerza del Espíritu. Nuestras fuerzas son débiles. No se puede ser cristiano sin la gracia del Espíritu». En realidad, «es precisamente el Espíritu quien nos transforma el corazón, quien nos hace progresar en la virtud para cumplir los mandamientos».

Además, Pablo le «pide otra gracia al Padre, pero por medio de Cristo: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones”, para que estéis arraigados y cimentados en la caridad». En esencia, le «pide la presencia de Cristo para que nos haga crecer en la caridad, pero arraigados en el amor, cimentados en el amor». Así mismo, le «pide al Padre conocer este amor de Cristo que supera todo conocimiento, que no se puede comprender». Pero entonces, «¿cómo puedo conocer lo que no se puede comprender?». La respuesta de Pablo es clara: «Por medio de este acto de adoración de esa gran inmensidad».

En el pasaje de la carta a los Efesios, Pablo sigue hablando «a los fieles del Padre: ha comenzado con el Padre y termina con el Padre». Por lo tanto, habla directamente a los fieles de «Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas». El apóstol afirma que el Padre puede hacer «mucho más de lo que podemos pedir o pensar». Incluso milagros. «Pero no podemos imaginar qué puede hacer el Padre, según el poder que obra en nosotros». Así pues, Pablo termina esta adoración con una alabanza: «A Él la gloria, por los siglos de los siglos».

El Pontífice explicó que nos hallamos ante «una experiencia mística de Pablo, que nos enseña la oración de alabanza y la oración de adoración». Así, «ante nuestras pequeñeces, ante nuestros intereses egoístas —¡tantos!—, Pablo realiza esta alabanza, este acto de adoración». Y le «pide al Padre que nos envíe al Espíritu para que nos dé fuerza y podamos ir adelante; para que nos haga comprender el amor de Cristo y que Cristo nos consolide en el amor». Y le dice al Padre: «Gracias, porque eres capaz de hacer lo que ni siquiera nos animamos a pensar».

El Papa destacó que esta oración de Pablo «es una hermosa oración». Y «con esta vida interior se puede comprender que Pablo haya dejado todo y tuviera todo por basura para ganar a Cristo y ser hallado en él». Sus palabras valen también para nosotros, porque «nos hace bien pensar así, nos hace bien adorar también nosotros a Dios». Sí, «nos hace bien alabar a Dios, entrar en este mundo de amplitud, grandiosidad, generosidad y amor». Y, concluyó Francisco, «nos hace bien porque así podemos progresar en el gran mandamiento —el único mandamiento que es el fundamento de todos los demás— que es el amor: amar a Dios y amar al prójimo».

 



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