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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Dios no es mezquino lo da todo

Martes 20 de octubre de 2015

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 44, viernes 30 de octubre de 2015

 

No tenemos «un Dios mezquino» ni tampoco «un Dios estático». El nuestro es «un Dios que sale» para «buscarnos a cada uno de nosotros». Cuando nos encuentra, «nos abraza, nos besa», porque es «un Dios que hace fiesta» y en el cielo se «festeja más por un solo pecador que se convierte» que «por cien que permanecen justos». Sobre este amor «sin medida» del Padre, habló el Pontífice en la homilía de la misa celebrada en Santa Martes el martes 20 de octubre por la mañana.

Como de costumbre Francisco se inspiró en las lecturas de la liturgia, en particular, el pasaje de la Carta a los Romanos (5, 12.15.17-19.20-21) en el que san Pablo recuerda que «lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron, con mayor gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos». Se trata —señaló el Papa— de «un resumen de la historia de la salvación», donde el apóstol «nos dice cómo Dios salva, cómo nos ha salvado, cómo nos salva: cómo da la salvación que es «la amistad entre nosotros y Él».

El Pontífice puso en relación este pasaje con el de la liturgia del día anterior, en el que —recordó— «habíamos hablado de la limosna, habíamos dicho que Dios da sin medida: se da a sí mismo, a su Hijo». Una vez más el discurso aborda esta idea: «¿cómo Dios da, en este caso, la amistad, toda nuestra salvación?». La respuesta del Pontífice es que Dios «da como dice que nos dará cuando hagamos una obra buena: nos dará una medida buena, llena, colmada, rebosante». Una generosidad que trae a la mente el concepto de «abundancia». Y no es coincidencia, señaló el Papa Francisco, que «esta palabra “abundancia” en este pasaje se repite tres veces».

Por lo tanto «Dios da en abundancia». Tanto es así que Pablo, a modo de «resumen final» de su discurso, afirma: «Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia». Este es «el amor de Dios: sin medida. Todo de sí mismo». Él, de hecho, recordó el Papa, «envió a su Hijo, se abajó para convertirse en compañero de camino, para caminar con nosotros: Él mismo caminó con nosotros, desde el inicio con su pueblo».

¿Qué significa entonces «esta sobreabundancia en el darse que es el amor de Dios»? Significa que «Dios no es Dios mezquino: Él no conoce la mezquindad, lo da todo». Significa además que «Dios no es un Dios estático: Él mira, espera que nos convirtamos». En esencia, dijo el Pontífice, «Dios es un Dios que sale: sale a buscar, a buscarnos a cada uno de nosotros». Cada día «Él nos busca, nos está buscando», como hace el pastor con la «oveja perdida» o la mujer con la «moneda perdida». Dios «busca, es siempre así. Dios espera activamente. Nunca se cansa de esperarnos». Se comporta como el «padre anciano» del Evangelio que «ve que el hijo vuelve a casa desde lejos» e inmediatamente sale a su encuentro «para abrazarlo». También «Dios nos espera: siempre, con las puertas abiertas». Porque su corazón «no está cerrado: siempre está abierto». Y «cuando nosotros llegamos, como ese hijo, nos abraza, nos besa: un Dios que hace fiesta». Jesús «lo dice explícitamente hablando de la justificación, es decir de los pecados perdonados: en cielo se hace más fiesta por un solo pecador que se convierte que por cien que permanecen justos».

Es verdad, reconoció Francisco, que «no es fácil, con nuestros criterios humanos —nosotros somos pequeños, limitados— entender el amor de Dios. Podemos ver en estos gestos del Señor esta sobreabundancia, pero entenderlo todo no es fácil». En este sentido, el Papa recordó la figura de una religiosa que conoció durante su ministerio en Buenos Aires. Era «una monja anciana, muy anciana, que toda la vida había trabajado en una sala de hospital y aún trabajaba allí». Tenía «más de 84 años» pero trabajaba «siempre con una sonrisa. Con seguridad tenía la experiencia del amor de Dios, porque siempre hablaba del amor de Dios y hacía sentir este amor». Por esto «le habían dado un apodo»: la llamaban «la monja amor de Dios». Es «una gracia», comentó el Pontífice, «encontrar esta gente, estos santos, a los que el Señor ha dado el don de entender este misterio, esta sobreabundancia de su amor».

Por otro lado, «nosotros siempre tenemos la costumbre de medir las situaciones, las cosas, con las medidas que tenemos: y nuestras medidas son pequeñas». Por esto —recomendó Francisco— «nos hará bien pedir al Espíritu Santo la gracia, rezar al Espíritu Santo, la gracia de acercarnos por lo menos un poco para comprender este amor y desear ser abrazados, besados con esa medida sin limites». San Pablo, en realidad «se había dado cuenta de lo malo que era pecado, pero cuán grande era la sobreabundancia del amor de Dios. Tanto es así que se siente pequeño y en un momento, movido por el Espíritu Santo, llama a Dios “papá”». Por lo general, «habla del Padre, el Padre», pero «en un momento dice: papá». Por lo tanto, confirmó el Pontífice, «gracias al Espíritu le puedo llamar “papá”». De ahí la invitación conclusiva: «Pidamos la gracia de sentir este amor, que es un amor de padre, un gran amor, sin límites».

 



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