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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La historia de Caín y Abel

Lunes 13 de febrero de 2017

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 7, viernes 17 de febrero de 2017

 

El Papa Francisco quiso ofrecer la misa celebrada el lunes 13 de febrero por la mañana en la capilla de Santa Marta, por un misionero especial, que el miércoles viajará a Oriente. «Un pensamiento de familia» subrayó el Pontífice, porque el misionero es el padre Adolfo Nicolás Pachón, antiguo prepósito general de la Compañía de Jesús. «Que el Señor le devuelva todo el bien que ha hecho y le acompañe en la nueva misión: gracias, padre Nicolás» dijo Francisco dirigiéndose al religioso que concelebró con él.

Refiriéndose después a la primera lectura, extraída del libro del Génesis (4, 1-15.25), el Papa en la homilía hizo notar que «es la primera vez que en la Biblia se dice la palabra hermano». La de Caín y Abel, explicó, «es la historia de una hermandad que debía crecer y ser hermosa» y sin embargo «termina destruida». Y «la historia, la hemos oído, empezó con pequeños celos: Caín, cuando vio que su sacrificio no había sido aceptado, se irritó mucho y empezó a cocer ese sentimiento dentro». «Esa irritación —explicó Francisco— no era sólo en el alma, sino también en el cuerpo: su rostro estaba hundido». Y he aquí que «el Señor, como Padre, le habla: “¿Por qué estás irritado y por qué está hundido tu rostro? ¿Si actúas bien, no deberías quizás tenerlo alto? Pero si no actúas bien, el pecado está agazapado delante de tu puerta; hacia ti es tu instinto».

Al final, afirmó el Papa, «Caín prefirió el instinto, prefirió dejar cocer dentro de sí este sentimiento, agrandarlo, dejarlo crecer. Este pecado que cometerá después, que está agazapado detrás del sentimiento, crece». Precisamente «así —prosiguió el Pontífice— crecen las enemistades entre nosotros: comienzan con una pequeña cosa, unos celos, una envidia y luego esto crece y nosotros vemos la vida solamente desde ese punto y esa paja se convierte para nosotros en una viga: pero la viga la tenemos nosotros, está ahí». Tanto que luego «nuestra vida gira entorno a eso, y eso destruye el vínculo de hermandad, destruye la fraternidad». También cuando «estamos bajo este instinto agazapado, en nuestro corazón, nos volvemos con el espíritu amarillo, como se dice: la hiel, como si no tuviéramos sangre, como si tuviéramos hiel, es así». Hasta tal punto que «lo único que cuenta es solamente esa persona, lo que ha hecho mal». Estamos «obsesionados, perseguidos por eso, y así crece la enemistad y termina mal, siempre”».

En definitiva, añadió Francisco, termina que «yo me separo de mi hermano: “este no es mi hermano, este es un enemigo, este debe ser destruido, expulsado!”. Y es precisamente así como «se destruye a la gente, así las enemistades destruyen familias, pueblos, todo». Es «ese subirse la bilis, siempre obsesionado con ese». Precisamente «esto es lo que le ocurrió a Caín y, al final, eliminó al hermano: “no, no hay hermano, solamente yo; no hay hermandad, ¡solo yo!”».

Lo que «ocurrió al inicio —advirtió Francisco— puede ocurrirnos a todos nosotros, es una posibilidad». Por esta razón es un «proceso» que «debe ser detenido inmediatamente, al inicio, desde la primera amargura». Es necesario detenerlo, porque «la amargura no es cristiana: el dolor sí, la amargura no». También «el resentimiento no es cristiano: el dolor sí, el resentimiento no». En cambio «cuántas enemistades, cuántas fisuras» hay.

«Hoy hay nuevos párrocos» siguió diciendo el Papa refiriéndose a los sacerdotes presentes y haciendo notar: «también en nuestros presbiterios, en nuestros colegios episcopales, ¡cuántas fisuras comienzan así!». Y quizás uno se pregunta: «¿Por qué a este le han dado esta sede y no a mí? ¿Y por qué a este?». Así, con «pequeñas cositas, fisuras, se destruye la hermandad».

Ante esta actitud del hombre «¿qué hace el Señor?». El pasaje del Génesis sugiere que Él, como a Caín, «nos pregunta: “¿dónde está Abel, tu hermano?”». Para el Pontífice «la respuesta de Caín es irónica: “no lo sé. ¿Soy yo acaso el guardia de mi hermano?”». Pero podemos rebatir: «Sí, tú eres el custodio de tu hermano». Por su parte «Caín habría podido responder: “Sí, yo sé dónde está Abel, pero no sé donde está mi hermano, porque Abel no es mi hermano: he destruido esa hermandad”». Como diciendo: «yo sé donde dónde está ese o esa o estos o aquellos: lo sé, pero no sé dónde están mis hermanos». En efecto, «cuando se cae en este proceso que termina con la destrucción de la hermandad —explicó el Pontífice— se puede decir esto: yo sé, sí, dónde está este o esa, pero no sé donde está mi hermano, mi hermana porque para mí este o esta no son hermanos ni hermanas».

Sobre este punto, continúa el Génesis, «el Señor es fuerte: “La voz de la sangre de tu hermano me grita desde el suelo”». Es verdad, prosiguió Francisco, que «cada uno de nosotros puede decir: “Padre, yo no he matado a nadie nunca, ¡nunca!”». Pero «pensemos en el Evangelio de ayer: si tú tienes un sentimiento malvado hacia tu hermano, le has matado; si tú insultas a tu hermano, le has matado en tu corazón». Porque «el asesinato es un proceso que comienza por lo pequeño, como aquí». Cada uno de nosotros —«al menos yo me inscribo en la lista» precisó el Papa— «piense: cuántas veces he dado de lado a este, he tenido celos, a este le he separado de aquí, de allá». Y aún más: «cuántas veces, por decir la verdad, dije al Señor: “yo sé dónde está este o aquel, pero no sé dónde está mi hermano”». Precisamente «esta es la palabra de Dios para nosotros» y «no para conocer un pedazo de historia o de teología bíblica».

«También hoy —afirmó el Pontífice— la voz de Dios, no sólo a cada uno de nosotros, sino a toda la humanidad, pregunta; “¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermana?». Y nuestra respuesta es: «Yo sé dónde están los que son bombardeados allá, que son expulsados de allí, pero estos no son hermanos, he destruido el vínculo». De la misma manera, «cuántos potentes de la tierra pueden decir: “A mí me interesa este territorio, a mí me interesa este pedazo de tierra, este otro, si la bomba cae y mata a doscientos niños no es culpa mía: es culpa de la bomba; a mí me interesa el territorio”».

Entonces, «todo comienza por ese sentimiento que te lleva a separarte, a decir al otro: “Este es este tipo, este es así, pero no es hermano”». Y «termina con la guerra que mata». Pero, observó el Papa, «tú has matado al inicio: este es el proceso de la sangre y hoy la sangre de mucha gente en el mundo grita a Dios desde el suelo». Y «está todo relacionado: esa sangre ahí tiene una relación —quizás una pequeña gota de sangre— que con mi envidia, mis celos, he hecho salir yo cuando he destruido una hermandad: no es el número que destruye la hermandad es lo que sale del corazón de cada uno de nosotros».

«Que el Señor hoy —fue el deseo del Papa— nos ayude a repetir esta palabra suya: “¿dónde está tu hermano?”». Y «cada uno de nosotros» —sugirió para concluir Francisco como examen de conciencia— que piense «en todos estos que hemos separado, en todos estos de los cuales hablamos mal cuando nos encontramos, o destruimos con la lengua». Y «pensemos también en todos aquellos que por el mundo son tratados como cosas y no como hermanos porque es más importante un pedazo de tierra que el vínculo de la hermandad».

 



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