PAPA FRANCISCO
MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE
Todo y nada
Martes 28 de febrero de 2017
Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 9, viernes 3 de marzo de 2017
«¡Contento, Señor, contento!»: el rostro sonriente de un santo contemporáneo, el chileno Alberto Hurtado, quien también en la dificultad y en las diferencias asegura al Señor ser «feliz», se contrapone al «entristecido» del «joven rico» evangélico en la meditación del Papa Francisco durante la misa celebrada en Santa Marta, el martes 28 de febrero. Son las dos formas de responder al don y a la propuesta de vida que Dios hace al hombre y que el Pontífice sintetizó con una expresión: «Todo y nada».
La homilía de Francisco hizo referencia a una consideración sobre la liturgia de estos «tres últimos días antes de la Cuaresma» en la que es presentada la «relación entre Dios y las riquezas». En el Evangelio del domingo, recordó, «el Señor fue claro: no se puede servir a Dios y al dinero. No se pueden servir a dos padrones, dos señores: o tú sirves a Dios o sirves a las riquezas». El lunes, sin embargo, «fue proclamada la historia de ese joven rico, que quería seguir al Señor pero al final era tan rico que eligió las riquezas». Un pasaje evangélico (Marcos, 10, 17-27) en el que se subraya el lema de Jesús: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja», y la reacción de los discípulos «un poco asustados: “Pero ¿quién se podrá salvar?”».
El martes la liturgia continúa proponiendo el pasaje de Marcos examinando la reacción de Pedro (10, 28-31), que dice a Jesús: «De acuerdo ¿y nosotros?». Parece casi, comentó el Papa, que Pedro con su pregunta —«Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos toca a nosotros?»— presentara «las cuentas al Señor», como en una «negociación comercial». En realidad, explicó el Pontífice, probablemente no era «esa la intención de Pedro», el cual, evidentemente, «no sabía qué decir: “Sí, este se ha ido, ¿pero nosotros?”». En cualquier caso, «la respuesta de Jesús es clara: “Yo os digo: no hay ninguno que haya dejado todo sin recibir todo”». No hay término medio: «Ya lo ves, nosotros hemos dejado todo», «recibiréis todo».
Hay sin embargo «esa medida desbordante con la que Dios da sus dones: “recibiréis todo. Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madres, padres, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, que no reciba ya ahora en este tiempo quedará sin recibir cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, campos, y la vida eterna que vendrá”. Todo».
Esta es la respuesta, dijo el Pontífice: «El Señor no sabe dar menos de todo. Cuando Él dona algo, se dona a sí mismo, que es todo».
Una respuesta, sin embargo, donde emerge una palabra que «nos hace reflexionar». Jesús de hecho afirma que si «recibe ya ahora en este tiempo cien veces en casas, hermanos, junto a persecuciones». Por tanto «todo y nada». Explicó el Papa: «todo en cruz, todo en persecuciones, junto a las persecuciones». Porque se trata de «entrar en otra forma de pensar, en otra forma de actuar». De hecho, «Jesús se da todo Él mismo, porque la plenitud, la plenitud de Dios es una plenitud aniquilada en la cruz». Aquí está por tanto el «don de Dios: la plenitud aniquilada». Y aquí está entonces también «el estilo del cristiano: buscar la plenitud, recibir la plenitud aniquilada y seguir por ese camino». Ciertamente un compromiso que «no es fácil».
Pero el Papa, siguiendo su meditación, fue más allá y se preguntó: «¿cuál es el signo, cuál es la señal de que yo voy adelante en este dar todo y recibir todo?». ¿Qué hace entender que se está en el camino adecuado?
La respuesta, dijo, se encuentra en la primera lectura del día (Siracida 35, 1-15), donde está escrito: «Con ojo generoso glorifica al Señor, y no escatimes las primicias de tus manos. En todos tus dones pon tu rostro alegre, con contento consagra los diezmos. Da al Altísimo como él te ha dado a ti, con ojo generoso, con arreglo a tus medios». Por tanto, «ojos generosos, rostro alegre, alegría...». Explicó el Pontífice: «El signo que nosotros vamos en este camino del todo y nada, de la plenitud aniquilada, es la alegría».
No por casualidad «al joven rico se le ensombreció el rostro y se fue entristecido». No había sido «capaz de recibir, de acoger esta plenitud aniquilada». Sin embargo, explicó el Papa, «los santos, el mismo Pedro, la han acogido. Y en medio de las pruebas, de las dificultades tenían el rostro alegre, el ojo generoso y la alegría del corazón. Este es el signo».
Y es en este punto que el Papa recurrió a un ejemplo tomado de la vida de la Iglesia contemporánea: «Me viene a la mente —dijo— una pequeña frase de un santo, san Alberto Hurtado, chileno. Trabajaba siempre, dificultad tras dificultad, tras dificultad... Trabajaba para los pobres». Es un santo que «fue perseguido» y tuvo que afrontar «muchos sufrimientos». Pero «cuando él estaba precisamente ahí, aniquilado en la cruz» decía: «Contento, Señor, contento».
Que san Alberto, concluyó el Pontífice, «nos enseñe a ir sobre este camino, nos dé la gracia de ir por este camino un poco difícil del todo y nada, de la plenitud aniquilada de Jesucristo y decir siempre, sobre todo en las dificultades: “Contento, Señor, contento”».
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