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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

La fe no es una costumbre

Viernes, 5 de octubre de 2018

 

Fuente:  L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 28, viernes 12 de julio de 2019

Uno no puede ser un cristiano «a medias», dejando a Jesús dentro de los muros de la iglesia y evitando ser testigo de su fe «en la familia, en la educación de los niños, en la escuela, en el vecindario». De esta «hipocresía de los justos», el Papa Francisco advirtió en la misa celebrada el viernes 5 de octubre, por la mañana, en Santa Marta.

La meditación del pontífice se inspiró en el pasaje evangélico de Lucas (10, 13-16) propuesto por la liturgia, en el que Jesús «reprende a tres ciudades —Betsaida, Corazín, Cafarnaúm— porque no escucharon su palabra. Solo la oyeron, pero esa palabra no entró en sus corazones, porque no creyeron en las señales, en los milagros que hizo». La advertencia del Señor es explícita: «Pero si en aquellas ciudades paganas como Tiro y Sidón, hubiera hecho estos milagros, seguro que hubieran creído. Pero vosotros no lo hacéis».

Francisco señaló que Jesús «parece enfadado». Y recordó que inmediatamente después, en el mismo Evangelio, él «habla de conversión, con el sermón del profeta Jonás: “Y vosotros, ¿no os convertís?”». Es, subrayó, «un fuerte reproche de Jesús a estas ciudades, a estos pueblos que, teniéndolo allí, viendo sus maravillas, están siempre en la lógica del “sí, sí, pero... Nunca se sabe”, y no dan el paso para reconocerlo como el Mesías».

Detrás de «este reproche —señaló el Papa— hay un llanto», porque Jesús «lamenta ser rechazado, no ser recibido». El Señor «ama a esta gente, pero se siente triste». Así que «el llanto de Jesús está detrás del reproche», reiteró Francisco, recordando cuando el Señor «desde la montaña vio a Jerusalén muy lejos y lloró». En efecto, «Jesús quería llegar a todos los corazones, con un mensaje que no era un mensaje dictatorial, sino que era un mensaje de amor. Y Jesús lloró, porque estas personas no habían sido capaces de amar».

En este punto, el Pontífice, actualizando su reflexión, propuso cambiar «un poco los personajes de este evento: en lugar de Corazín, Betsaida, Cafarnaúm, estas ciudades, pongámonos nosotros, pongamos el yo: yo, que he recibido tanto del Señor. Cada uno de nosotros». De ahí la invitación al examen de conciencia: «Que cada uno piense en su propia vida. En que he recibido tanto del Señor. He nacido en una sociedad cristiana, he conocido a Jesucristo, he conocido la salvación, he sido educado, educada, en la fe. Y con qué facilidad lo olvido, y dejo pasar a Jesús». Una actitud que contrasta con la de «otras personas que escuchan inmediatamente el anuncio de Jesús, se convierten y lo siguen». En cambio, reconoció al Papa, «estamos “acostumbrados” a ello». Y «este hábito nos hace mal, porque reducimos el Evangelio a un hecho social, sociológico, y no a una relación personal con Jesús».

En realidad, continuó Francisco: «Jesús me habla, te habla, nos habla a cada uno de nosotros. El llamamiento de Jesús es para cada uno de nosotros». Y luego uno se pregunta: «¿Cómo es que esos paganos que, tan pronto como escuchan el sermón de Jesús, van con él y yo, que he nacido aquí en una sociedad cristiana y para mí el cristianismo es como un hábito social, una prenda que me pongo y luego la dejo?». Así es como «Jesús llora por cada uno de nosotros cuando vivimos el cristianismo formalmente, al menos no realmente».

De esta manera, insistió al Papa, «somos un poco hipócritas». Es «la hipocresía de los justos». De hecho, existe «la hipocresía de los pecadores, pero la hipocresía de los justos es el temor al amor de Jesús, el temor de dejarse amar». En esencia, el Pontífice observó: «cuando hacemos esto, tratamos de manejar la relación con Jesús». Es como si le dijéramos: «Sí, voy a misa pero tú quédate en la iglesia que yo después me voy a casa». Por lo tanto, remarcó: «Jesús no vuelve a casa con nosotros: en la familia, en la educación de los niños, en la escuela, en el vecindario... No, Jesús se queda allí. O bien permanece en el crucifijo o en la imagen, pero aquí».

En conclusión, el Papa renovó a los fieles la propuesta de «un día de examen de conciencia», recomendándoles como un «estribillo» espiritual las palabras pronunciadas por el Señor a las ciudades que no siguieron sus enseñanzas: «“Ay de ti, ay de ti”, porque te di tanto, me di a mí mismo, te elegí para ser cristiano, para ser cristiana, y prefieres una vida a medias, una vida superficial: sí, un poco de cristianismo y de agua bendita, pero nada más». De hecho, explicó, «cuando vivimos esta hipocresía cristiana, lo que hacemos es alejar a Jesús de nuestros corazones. Fingimos que lo tenemos con nosotros, pero lo hemos echado. Somos cristianos, orgullosos de ser cristianos, pero vivimos como paganos».

«Que cada uno de nosotros piense, “¿Soy Corazín? ¿Soy Betsaida? ¿Soy Cafarnaúm?”, fue la exhortación de Francisco. Con la invitación de que «si Jesús llora», «pidamos la gracia de llorar también nosotros: “Pero Señor, tú me diste tanto. Mi corazón es tan duro que no te deja entrar. Señor, he pecado de ingratitud, soy desagradecido, desagradecida”». Esta, dijo, «es la oración de hoy. Y abramos el corazón y pidamos al Espíritu Santo que abra las puertas del corazón, para que Jesús pueda entrar, para que no solo escuchemos a Jesús, sino que escuchemos y recibamos su mensaje de salvación y demos gracias por tantas cosas buenas que ha hecho por cada uno de nosotros».

 



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