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CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL TRIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE DON PINO PUGLISI

Al querido hermano
Monseñor Corrado Lorefice
Arzobispo Metropolitano de Palermo

Han pasado treinta años desde la tarde del 15 de septiembre de 1993, cuando el querido Don Pino Puglisi, sacerdote bueno y testigo misericordioso del Padre, concluyó trágicamente su existencia terrenal precisamente en aquel lugar donde había decidido ser «constructor de paz», esparciendo la semilla de la Palabra que salva, que anuncia amor y perdón en un territorio para muchos «árido y pedregoso», y sin embargo allí el Señor hizo crecer juntos el «trigo bueno y la cizaña» (cf. Mt 13, 24-30).

Deseo unirme a vosotros espiritualmente en este significativo aniversario y dar gracias al Dios de todo consuelo por el don del beato mártir don Pino Puglisi, hijo y pastor de la amada Iglesia palermitana y de toda Sicilia.

En el día de su cumpleaños, la mano homicida de un joven lo mató en la calle. Las calles del barrio eran la Iglesia de campo que sirvió con sacrificio y recorrido durante su ministerio pastoral para encontrarse con la gente, en una tierra que él conocía y que nunca se cansó de cuidar y regar con el agua regeneradora del Evangelio, para que todos pudieran saciar su sed y disfrutar del refrigerio del alma para enfrentar la dureza de una vida que no siempre ha sido clemente.

Todos recuerdan lo que él respondió al asesino: «Me lo esperaba». Y entonces sonrió: esa sonrisa, que mencioné en la homilía con motivo de mi visita a Palermo hace cinco años (S. Misa en el Foro Itálico), nos llega como «una luz suave que excava en el interior e ilumina el corazón».

Siguiendo el ejemplo de Jesús, Don Pino ha llegado hasta el final en el amor. Poseía los mismos rasgos que el «buen pastor» manso y humilde: sus muchachos, que conocía uno por uno, son el testimonio de un hombre de Dios que ha amado a los pequeños y a los indefensos, los ha educado en la libertad, en amar la vida y en respetarla. A menudo ha gritado con sencillez evangélica el sentido de su incansable compromiso en defensa de la familia, de tantos niños destinados demasiado pronto a convertirse en adultos y condenados al sufrimiento, así como la urgencia de comunicarles los valores de una existencia más digna, arrancándola así de la esclavitud del mal. Este sacerdote no se detuvo, se entregó por amor abrazando la Cruz hasta el derramamiento de la sangre.

A vosotros, pastores en cuyas manos el Señor ha confiado a su pueblo en esta isla, tan rica en historia y encrucijada de pueblos y culturas, os dirijo la invitación a no deteneros ante las numerosas llagas humanas y sociales de la hora presente, que aún sangran y necesitan ser sanadas con el aceite del consuelo y el bálsamo de la compasión. Es urgente la opción preferencial por los pobres; son rostros que nos interrogan y nos orientan a la profecía. Como comunidad eclesial en camino, todo esto interpela vuestro discernimiento sinodal para poner en marcha una pastoral renovada que responda concretamente a las necesidades de hoy.

Por tanto, os exhorto a hacer emerger la belleza y la diferencia del Evangelio, realizando gestos y encontrando los lenguajes adecuados para mostrar la ternura de Dios, su justicia y su misericordia. Son signos que el cristiano está llamado a poner en la ciudad de los hombres para iluminarla en la construcción de una nueva humanidad. El mártir Don Pino poseía una sabiduría práctica y profunda al mismo tiempo, de hecho le gustaba decir: “Si cada uno de nosotros hace algo, entonces podemos hacer mucho”. Que esta sea la invitación para cada uno a saber superar los muchos miedos y resistencias personales y a colaborar juntos para construir una sociedad justa y fraterna.

Sabemos lo mucho que Don Pino luchó para que nadie se sintiera solo ante el desafío de la degradación y los poderes ocultos de la delincuencia; también reconocemos cómo el aislamiento, el individualismo cerrado y silencioso son armas poderosas de quienes quieren doblegar a los demás a sus propios intereses. La respuesta es la comunión, el caminar juntos, el sentirse cuerpo, miembros unidos a la Cabeza (cfr. 1 Cor 12, 12), al pastor y guía de nuestras almas (cfr. 1 Pt 2, 25). Vivid unánimes en Cristo, ante todo dentro del presbiterio, junto con el obispo y entre vosotros, y «compitiendo en estimaros los unos a los otros» (cf. Rm 12, 10).

Vosotros que sostenéis diariamente las responsabilidades del ministerio sacerdotal en contacto con las realidades que habitan este territorio, sed siempre y en todas partes imagen verdadera del Buen Pastor acogedor, tened el valor de atreveros sin temor e infundid esperanza a cuantos encontréis, especialmente a los más débiles, a los enfermos, a los que sufren, a los migrantes, a los que han caído y quieren ser ayudados a levantarse. Que los jóvenes sean el centro de vuestras preocupaciones: son la esperanza del futuro.

Que la sonrisa desarmante del P. Pino Puglisi os estimule a ser discípulos alegres y audaces, disponibles ante todo a esa constante conversión interior que hace que estéis más dispuestos a servir a los hermanos, fieles a las promesas sacerdotales y dóciles en la obediencia a la Iglesia.

Mientras confío a todos a la protección de la Virgen María y del Beato Mártir Pino Puglisi, envío mi bendición, pidiéndoles, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Fraternalmente

Roma, desde San Giovanni in Laterano, 31 de julio de 2023
Memoria litúrgica de San Ignacio de Loyola

Francisco

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L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Año LX, número 34, Viernes, 25 de agosto de 2023, p. 6.



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