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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
AL PRESIDENTE DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS
CON OCASIÓN DEL SEMINARIO INTERNACIONAL DE ESTUDIO
“ENTRENADORES: EDUCADORES DE PERSONAS”

 

Al venerado hermano
Cardenal Stanisław Ryłko
Presidente del Consejo pontificio para los laicos

Dirijo mi cordial saludo a usted y a todos los participantes en el seminario internacional de estudio sobre el tema «Entrenadores: educadores de personas», organizado por la sección Iglesia y deporte del Consejo pontificio para los laicos. Continuando con vuestro itinerario de reflexión y promoción de los valores humanos y cristianos en la actividad deportiva, en este cuarto seminario habéis tenido debidamente en cuenta la figura del entrenador, con énfasis en su papel como educador, tanto en el ámbito profesional como amateur.

Todos nosotros, en la vida, necesitamos educadores, personas maduran, sabias y equilibradas que nos ayudan a crecer en la familia, en el estudio, en el trabajo y en la fe. Educadores que nos animan a dar los primeros pasos en una nueva actividad sin miedo a los obstáculos y desafíos que se deben afrontar; que nos instan a superar los momentos de dificultad; que nos exhortan a confiar en nosotros mismos y en nuestros compañeros; que están a nuestro lado tanto en los momentos de decepción y desconcierto como en los de alegría y éxito. Pues bien, también el entrenador deportivo, sobre todo en los ambientes católicos del deporte amateur, puede llegar a ser para muchos chicos y jóvenes uno de estos buenos educadores, tan importantes para el desarrollo de una personalidad madura, armoniosa y completa.

La presencia de un buen entrenador-educador resulta providencial sobre todo en los años de la adolescencia y la primera juventud, cuando la personalidad está en pleno desarrollo y busca modelos de referencia e identificación; cuando se experimenta una fuerte necesidad de aprecio y estima no sólo de los coetáneos sino también de los adultos; cuando es más real el peligro de extraviarse detrás de los malos ejemplos y en la búsqueda de la falsa felicidad. En esta delicada etapa de la vida, es grande la responsabilidad de un entrenador, que a menudo tiene el privilegio de pasar muchas horas a la semana con los jóvenes y tener una gran influencia sobre ellos con su conducta y personalidad. La influencia de un educador, especialmente para los jóvenes, depende más de lo que él es como persona y cómo vive, que de lo que dice. ¡Qué importante es que un entrenador sea ejemplo de integridad, coherencia, juicio justo, imparcialidad, así como de alegría de vivir, paciencia, capacidad de estima y benevolencia hacia todos, especialmente hacia los más desfavorecidos! ¡Y cómo es importante que sea un ejemplo de fe! La fe, de hecho, siempre nos ayuda a elevar la mirada hacia Dios, para no absolutizar alguna de nuestras actividades, incluyendo la deportiva, ya sea amateur o agonística, y así tener el justo desprendimiento y la sabiduría para relativizar tanto las derrotas como los éxitos. La fe nos da esa mirada de bondad hacia los demás que nos hace superar la tentación de la rivalidad demasiado encendida y la agresividad, nos hace comprender la dignidad de toda persona, también de la menos dotada y desfavorecida. El entrenador, en este sentido, puede hacer una contribución muy valiosa para la creación de un clima de solidaridad e inclusión de los jóvenes marginados y en situación de riesgo de la deriva social, encontrando modos y medios adecuados para acercarlos también a ellos a la práctica deportiva y a experiencias de socialización. Si tiene equilibrio humano y espiritual sabrá también preservar los valores auténticos del deporte y su naturaleza fundamental de juego y actividad de socialización, evitando que este se deforme bajo la presión de muchos intereses, sobre todo económicos, hoy cada vez más presentes.

El entrenador puede ser, por lo tanto, un válido formador de los jóvenes, junto a los padres, maestros, sacerdotes y catequistas. Pero todo buen formador debe recibir una formación sólida. Es necesario formar a los formadores. Es apropiado por esto que vuestro seminario haga un llamamiento a todas las organizaciones que trabajan en el campo del deporte, las federaciones internacionales y nacionales, asociaciones deportivas laicas y eclesiales, a prestar la debida atención e invertir los recursos necesarios para la formación profesional, humana y espiritual de los entrenadores. ¡Qué bello sería si en todos los deportes y en todos los niveles, desde las grandes competiciones internacionales hasta los torneos de los oratorios parroquiales, los jóvenes encontrasen en sus entrenadores testigos auténticos de vida y de fe vivida!

Pido al Señor, por intercesión de la santísima Virgen, para que vuestro trabajo de estos días sea fructífero para la pastoral del deporte, y porque se continúe promoviendo la santidad cristiana también en este ambiente, en el que muchas vidas jóvenes pueden ser alcanzadas y transformadas por testigos gozosos del Evangelio. Os pido, por favor, que recéis por mí y os bendigo con afecto.

Vaticano, 14 de mayo de 2015
Fiesta de san Matías Apóstol

Francisco

 



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