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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LOS "VILLAGGI COLDIRETTI"

 

 

Queridos hermanos y hermanas, os saludo cordialmente a todos vosotros, reunidos en Roma en este importante encuentro en el que están presentes agricultores y empresarios del sector agrícola procedentes de las distintas regiones de Italia.

En la encíclica Mater et Magistra , san Juan XXIII quiso subrayar el valor enriquecedor del trabajo agrícola con el fin de la promoción integral de la persona, tanto en el plano humano, como eminente camino de realización individual y de desarrollo comunitario, como en el plano del espíritu, como participación a la realización del diseño providencial de Dios en la historia.

El agricultor – afirmaba el Sumo Pontífice - «debe concebir su trabajo como un mandato de Dios y una misión excelsa» [1] , en cuanto que aporta luz a la dimensión “responsorial” de la llamada del hombre a hacer progresar el Reino de los cielos.

La creación, de hecho, ha sido querida por Dios como un don y una herencia encomendada al hombre [2] . Hecha en el Verbo eterno y por medio de él, esta no ha salido de las manos del Creador ya “terminada”, sino «en estado de vía», es decir abierta y directa a un cumplimiento. Al entregarla al hombre, como un bien a custodiar, Dios ha dispuesto que él contribuyera a dirigirla a esa perfección a la que está destinada y que será alcanzada al final de los tiempos [3] . Por tanto, responder a la invitación de Dios, originario y siempre actual, hace brotar y dar fruto la tierra, transformarla con respeto y cuidado, significa cooperar al proyecto inicial de Dios.

El libro del Génesis evidencia desde el inicio cómo en el trabajo agrícola se ha ofrecido al hombre la posibilidad de educarse a reconocer en la creación el signo de la alianza que Dios había estrechado con él. Después de haber hecho el cielo y la tierra, el Señor se dio cuenta que la tierra era árida y desnuda, sin hierba campestre, no solamente porque Él no había hecho llover, sino también porque no había nadie que trabajara el terreno, ni que hiciera subir de la tierra el agua en los canales para poder regar el suelo (cfr. Gen  2,4-6). Dios, entonces, plasmó al hombre con polvo del suelo, lo animó con su aliento vital, y plantó un maravilloso jardín para que «lo labrase y cuidase» (Gen  2,15).

El hombre está llamado por Dios a desarrollar con inteligencia una actividad técnica en la que está asociado el deber de un cuidado, no solo material, sino también moral. En la historia del Génesis, aprender a conocer las leyes de la agricultura, construir canales para modificar el curso de los ríos, son trabajos a realizar en vista de una doble ventaja: hacer la tierra más hermosa y más fecunda, mientras se hace que sea más humana, más acogedora y hospitalaria para la vida de sus habitantes. Mientras el hombre trabaja, cambia el mundo, pero cambia también a sí mismo volviéndose más responsable y generoso.

El dinamismo laborioso y generativo del trabajo agrícola se aclara ulteriormente a la luz de la revelación del Evangelio de Cristo: el mandamiento de Dios de «dominar la tierra» (Gen  1,26) se declina como participación a la realeza del Señor crucificado y resucitado, en la lógica del amor que se hace servicio y que libera el mundo de la corrupción y de la caducidad del pecado (cfr. Rm  8,19-20).

Asistimos cada día al desarrollo de nuevas tecnologías, cada vez más eficientes y poderosas, gracias a las cuales el hombre es capaz de hacer crecer el propio poder en la naturaleza, a menudo forzando la tierra a dar fruto. El uso desconsiderado y coercitivo de la tecnología, aplicada a ritmos de producción insostenibles, sometida a modelos de consumo homogeneizadores, tiene un precio altísimo. Lo demuestra la crisis climática que estamos atravesando: el impacto ambiental de ritmos intensivos, hasta ahora adoptados, ha influido negativamente en los cultivos, creando círculos viciosos desde los que cada vez es más complejo salir. Más maltratamos la tierra, contaminando el agua y el aire, más espacio sustraemos a la biodiversidad, abatiendo los bosques y comprometiendo los ecosistemas, más difícil se hace afrontar la inestabilidad de los eventos meteorológicos. Cultivar la tierra mientras aumentan las olas de calor, las lluvias torrenciales, las heladas de frío imprevistas, hace el trabajo agrícola una tarea cada vez más difícil de realizar.

Paga el precio no solamente la naturaleza, sino también los pobres. Es la paradoja “escandalosa” de la cultura del descarte: producimos alimentos suficientes para alimentar a toda la población mundial, pero la mayor parte de ella vive sin el pan cotidiano. Por tanto, es deber de todos extirpar esta injusticia mediante acciones concretas y buenas prácticas, a través de políticas locales e internacionales que tengan la valentía de elegir lo justo y no solamente lo útil, lo conveniente, lo rentable [4] . Mientras reflexionáis sobre cómo valorar la singularidad y la calidad de los productos agroalimentarios Made in Italy , os invito a recordar a quienes carecen de lo necesario para alimentarse.

Por favor no os olvidéis de los pobres. Soñemos un mundo en el que el agua, el pan, el trabajo, las medicinas, la tierra, la casa, sean bienes disponibles para cada individuo.

Rezo para que el Señor pueda infundir sobre vosotros toda la valentía y el ardor de plantar semillas de paz que contribuyan a construir un mundo más fraterno e imploro a Dios, dador de todo bien, para que pueda concederos abundantes bendiciones.

Roma, San Juan de Letrán, 6 de octubre 2023

Francisco

[1]  Juan XXIII, Carta Encíclica Mater et Magistra , n. 135.

[2]  Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 299.

[3]  Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 302

[4]  Cf. Francisco, Mensaje del Santo Padre con ocasión del Pre-Summit sobre el  “Food System Summit 2021”, (Ciudad del Vaticano, 26 de julio 2021).

 

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L'Osservatore Romano, Edición semanal en lengua española, Año LX, número 42, Viernes, 20 de octubre de 2023, p. 7.

 



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