Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO 
A LOS PARTICIPANTES EN LA VI CONFERENCIA INTERNACIONAL 
"POR EL EQUILIBRIO DEL MUNDO"

[La Habana, 28-31 de enero de 2025] 

_________________________

Estimados delegados:

Como probablemente muchos de ustedes sabrán, el 2025 es un Año jubilar, un año de gracia según la antigua tradición del pueblo de Israel, que se presentaba como una oportunidad para restablecer la paz y la fraternidad social, a través del perdón y la reconciliación. Significativamente he querido dedicar este Jubileo al tema de la esperanza como un llamado a todos los hombres de buena voluntad, pues considero que, independientemente de nuestras creencias, «en el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien» (Bula Spes non confundit, 1).

De ese modo, la esperanza se revela como un valor muy adecuado para este foro que celebran en La Habana, pues, gracias a su aspiración de ser abierto, plural y multidisciplinar, tiene la capacidad de asomarse a las razones que mueven el corazón del hombre de hoy. Es la esperanza, que a los cristianos nos da la fe y el amor a Jesucristo, la que nos permite estar “dispuestos a participar de los sufrimientos, los cansancios, las desilusiones y los temores que son parte de la vida” de todo hombre y toda sociedad (cf. Carta enc. Dilexit nos, 157). 

Nuestra «esperanza nace del amor y se funda en el amor» (Bula Spes non confundit, 3). Un amor que nos llama a construir, sobre las ruinas que nosotros dejamos en este mundo con nuestro pecado, una nueva civilización del amor, para que en medio del desastre que ha dejado el mal, todos colaboremos en la reconstrucción del bien y la belleza (cf. Carta enc. Dilexit nos, 182).

En la Bula de convocación del Jubileo planteaba una serie de signos y de llamamientos a la esperanza, que a nivel social y cultural podemos asumir como hombres de buena voluntad, redescubriendo esta preciosa virtud en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece, poniendo atención «a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia» (Bula Spes non confundit, 7).

Que dicha certeza nos impele a trabajar con denuedo para que esta esperanza «se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra» (ibíd., 8), abandonando la lógica de la violencia y asumiendo un compromiso con el diálogo y la labor de la diplomacia para construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera (cf. ibíd.). Un empeño que no tendrá éxito si no logra que cada hombre, impedido a abrirse a la vida con entusiasmo, «a causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones» (ibíd., 9), pueda mirar el futuro con esperanza.

Son de alabar todas las iniciativas que tratan de abrir caminos para «tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria» (ibíd., 10), cualquiera que sea la causa, para que desde las instituciones y desde la sociedad en su conjunto, con la colaboración de todos los agentes sociales, se asuman iniciativas e itinerarios que les devuelvan la confianza en sí mismas y en la sociedad. Los pobres y los enfermos, los jóvenes y los ancianos, los migrantes y los desplazados, incluso los privados de libertad, deben estar en el centro de nuestras consideraciones, para que nadie quede excluido y todos vean respetada su dignidad humana. Del mismo modo, los voluntarios y profesionales que trabajan en estos ámbitos, para que tengan siempre los medios adecuados para llevar ese aliento en nombre de toda la humanidad. 

Jesús dijo en la parábola del juicio final: «cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). Como creyentes en Jesucristo, esta interpelación nos invita a reconocer en cada hombre y mujer la imagen de Dios, llamados a ser hermanos y a formar parte de la familia humana y de la familia de los hijos de Dios. Aun fuera del ámbito de la fe, esta afirmación mantiene íntegra su fuerza, pues todos estamos llamados a vivir en gratuidad fraterna y cada cosa que hacemos por otro nos repercute como individuos y como sociedad (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 140). Aprendamos esta lección desde el amor, construyendo la esperanza en ese equilibrio que busca que todos tengan lo necesario, enseñándonos a compartir con el pobre, y a abrirnos con generosa acogida al otro, de manera que sepamos contribuir con lo que somos y tenemos al bien común. Que estos deseos puedan ayudarles en los trabajos que emprenden en pro de una sociedad más justa y fraterna.

Vaticano, 22 de noviembre de 2024

FRANCISCO



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana