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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS SOCIOS DEL CÍRCULO DE SAN PEDRO

Sala Clementina
Jueves 31 de octubre de 2013

 

Queridos socios del Círculo de San Pedro, ¡buenos días!

Os expreso mi reconocimiento por vuestro trabajo en apoyo de las actividades caritativas de la Iglesia en favor de las personas más necesitadas. Os saludo a todos con afecto y doy las gracias a vuestro presidente general, duque Leopoldo Torlonia, por sus gentiles palabras.

Está por concluirse el Año de la fe, providencial tiempo de gracia, durante el cual la Iglesia ha renovado la fe en Jesucristo y ha reavivado la alegría de caminar en sus senderos. Una fe vivida de modo serio suscita comportamientos de caridad auténtica. Tenemos muchos testimonios sencillos de personas que se convierten en apóstoles de caridad en la familia, en la escuela, en la parroquia, en los sitios de trabajo y de encuentro social, en las calles, por todas partes... ¡Han tomado en serio el Evangelio! El verdadero discípulo del Señor se compromete personalmente en un ministerio de la caridad, que tiene como dimensión las multiformes e inagotables pobrezas del hombre.

También vosotros, queridos amigos, os sentís enviados a las hermanas y a los hermanos más pobres, frágiles, marginados. Lo hacéis en cuanto bautizados, percibiéndolo una tarea vuestra de fieles laicos, y no como un ministerio excepcional u ocasional, sino fundamental, en el que la Iglesia se identifica, ejercitándolo cotidianamente. Cada día se presentan situaciones que nos interpelan. Cada día, cada uno de nosotros está llamado a ser consolador, a hacerse instrumento humilde pero generoso de la providencia de Dios y de su misericordiosa bondad, de su amor que comprende y compadece, de su consolación que alivia y da valor. Cada día estamos llamados todos a convertirnos en una «caricia de Dios» para aquellos que tal vez han olvidado las primeras caricias, que tal vez jamás en su vida han sentido una caricia. Vosotros, aquí, sois caricia de Dios para la Santa Sede y para Roma. Gracias, ¡muchas gracias!

Queridos hermanos y hermanas, continuad siendo signo visible de la caridad de Cristo hacia cuantos pasan necesidad tanto en sentido material como en sentido espiritual, como también hacia los peregrinos que llegan a Roma de todas las partes del mundo.

Hoy os doy las gracias de modo particular por el óbolo de San Pedro que habéis recogido en las iglesias de Roma. Es vuestra típica participación a mi solicitud por las personas más necesitadas de esta Ciudad. Os animo a proseguir en esta acción vuestra, tomando el amor para dar a los hermanos en la escuela de la caridad divina, mediante la oración y la escucha de la Palabra de Dios.

Os confío a vosotros, a vuestros familiares y vuestras actividades a la protección de la Virgen Santa, la «Salus Populi Romani», para que os guíe y os sostenga, y a la intercesión de los santos Pedro y Pablo. Gracias por ser «caricia de Dios».

 



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