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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU BEATITUD IGNACE YOUSSIF III YOUNAN, PATRIARCA DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS,
JUNTO CON OBISPOS Y FIELES DE LA COMUNIDAD SIRO-ANTIOQUENA

Sala Clementina
Viernes 12 de diciembre de 2014

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Beatitud,
excelencias, reverendos padres,
queridos hermanos y hermanas:

Os saludo cordialmente y os agradezco vuestra visita. A través de vosotros puedo enviar mi saludo a vuestras comunidades esparcidas por el mundo, y expresarles mi aliento, en particular, a las de Irak y Siria, que viven momentos de gran sufrimiento y miedo frente a la violencia. Y acompaño estos sentimientos de solidaridad y compasión con mi recuerdo en la oración.

Con ocasión de esta reunión en Roma, me habéis pedido celebrar un sínodo fuera del territorio patriarcal. Acepté con agrado para facilitar vuestro encuentro, destinado a reconocer las necesidades urgentes de vuestra Iglesia y a responder a las expectativas espirituales de los fieles. En particular, estáis realizando un camino de reforma de la divina liturgia, al servicio de la Palabra de Dios, que debería permitir un nuevo impulso de devoción. Este trabajo requirió una intensa profundización de la Tradición y mucho discernimiento, sabiendo cuán sensible es la asamblea de fieles al gran don de la Palabra y de la Eucaristía.

La difícil situación en Oriente Medio ha provocado y sigue provocando en vuestra Iglesia desplazamientos de fieles hacia las eparquías de la diáspora, y esto os plantea nuevas exigencias pastorales. Es un desafío: por una parte, permanecer fieles a los orígenes; por otra, insertarse en contextos culturales diversos, trabajando al servicio de la salus animarum y del bien común.

Este movimiento de fieles hacia países considerados más seguros empobrece la presencia cristiana en Oriente Medio, tierra de los profetas, de los primeros anunciadores del Evangelio, de los mártires y de tantos santos, cuna de ermitaños y del monaquismo. Todo esto os obliga a reflexionar sobre la situación de vuestras eparquías que tienen necesidad de pastores celosos, así como de fieles intrépidos, capaces de testimoniar el Evangelio, algo no fácil a veces, a personas de etnias y religiones diversas.

Muchos han huido para ponerse a salvo de una inhumanidad que echa a la calle a poblaciones enteras, dejándolas sin medios de subsistencia. Con las otras Iglesias tratáis de coordinar vuestros esfuerzos para responder a las necesidades humanitarias, sea de cuantos permanecen en su patria, como de quienes se han refugiado en otros países.

Ahora, volviendo a vuestras sedes, os sentís consolados por esta experiencia de comunión vivida ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo; una comunión que hoy se expresa de modo particular aquí, al elevar al Señor junto con el Sucesor de Pedro una oración de acción de gracias y súplica.

Os exhorto, queridos hermanos, a proseguir vuestro compromiso pastoral y el ministerio de esperanza al servicio de la venerable Iglesia siro-católica. Saludo con afecto a los fieles que os acompañan, en quienes veo las diversas comunidades que representan. Os invito a llevar a todos la expresión de mi cercanía y de mi oración al Señor.

Mientras encomiendo a cada una de vuestras comunidades a la protección de la Madre de Dios, de san Ignacio de Antioquía y de san Efrén, os imparto de corazón a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, la bendición apostólica, prenda de paz y consuelo de nuestro Dios uno y trino, todo misericordioso.

 



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