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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO
POR EL PONTIFICIO INSTITUTO DE ESTUDIOS ÁRABES E ISLÁMICOS
EN EL 50 ANIVERSARIO DE SU TRASLADO A ROMA

Sala Clementina
Sábato 24 de enero de 2015

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Señores cardenales,
hermanos y hermanas:

Os acojo con agrado al final del congreso organizado para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la inauguración en Roma del Pontificio Instituto de estudios árabes e islámicos. Agradezco al cardenal Grocholewski las palabras que me ha dirigido en nombre de todos, y al cardenal Tauran, su presencia.

Durante los últimos años, a pesar de algunas incomprensiones y dificultades, se han dado pasos adelante en el diálogo interreligioso, incluso con los fieles del islam. Para eso, es esencial el ejercicio de la escucha. No sólo es una condición necesaria en un proceso de comprensión recíproca y de convivencia pacífica, sino también un deber pedagógico para ser «capaces de reconocer los valores de los demás, de comprender las inquietudes que subyacen a sus reclamos y de sacar a luz las convicciones comunes» (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 253). El fundamento de todo esto es la necesidad de una formación adecuada para que, firmes en la propia identidad, se pueda crecer en el conocimiento recíproco.

Es necesario prestar atención para no caer en las redes de un sincretismo conciliador, pero, al final, vacío y presagio de un totalitarismo sin valores (cf. ibídem, nn. 251 y 253). Un cómodo enfoque acomodadizo, «que dice que sí a todo para evitar problemas» (ibídem, n. 251), termina siendo «un modo de engañar al otro y de negarle el bien que uno ha recibido como un don para compartir generosamente» (ibídem). Esto nos invita, en primer lugar, a volver a los fundamentos.

Cuando nos acercamos a una persona que profesa con convicción su propia religión, su testimonio y su pensamiento nos interpelan y nos llevan a preguntarnos sobre nuestra espiritualidad misma. Al principio del diálogo está, pues, el encuentro. De él nace el primer conocimiento del otro. En efecto, si se parte del presupuesto de la pertenencia común a la naturaleza humana, se pueden superar los prejuicios y las falsedades, y se puede comenzar a comprender al otro según una perspectiva nueva.

La historia del Pontificio Instituto de estudios árabes e islámicos va en esta dirección. No se limita a aceptar cuanto se dice superficialmente, dando lugar a estereotipos e ideas preconcebidas. El trabajo académico, fruto del esfuerzo diario, va a investigar las fuentes, a colmar las lagunas, a analizar la etimología, a proponer una hermenéutica del diálogo y, a través de un enfoque científico inspirado en el asombro y la maravilla, es capaz de no perder la brújula del respeto mutuo y la estima recíproca. Con estas premisas, uno se acerca de puntillas al otro, sin levantar el polvo que enturbia la vista.

Los cincuenta años del Pontificio Instituto de estudios árabes e islámicos en Roma —después de su nacimiento y su primer desarrollo en Túnez, gracias a la gran obra de los Misioneros de África— muestran cómo la Iglesia universal, en el clima de renovación posconciliar, ha comprendido la necesidad urgente de un instituto expresamente dedicado a la investigación y a la formación de agentes para el diálogo con los musulmanes. Quizá hoy, más que nunca, se nota dicha necesidad, porque el antídoto más eficaz contra cualquier forma de violencia es la educación en el descubrimiento y la aceptación de la diferencia como riqueza y fecundidad.

Esa tarea no es sencilla, pero nace y madura a partir de un fuerte sentido de responsabilidad. De modo particular, el diálogo islámico-cristiano requiere paciencia y humildad, que acompañen un estudio profundo, puesto que la aproximación y la improvisación pueden ser contraproducentes o, incluso, causa de malestar y dificultad. Se necesita un compromiso duradero y continuo para no estar desprovistos en las diversas situaciones y en los diferentes contextos. Por esta razón, se requiere una preparación específica, que no se limite al análisis sociológico, sino que tenga las características de un camino entre personas pertenecientes a religiones que, aunque de distintos modos, se remiten a la paternidad espiritual de Abraham. La cultura y la educación no son en absoluto secundarias en un verdadero proceso de acercamiento al otro que respete en cada persona «su vida, su integridad física, su dignidad y los derechos que de ella derivan, su reputación, su propiedad, su identidad étnica y cultural, sus ideas y sus decisiones políticas» (Mensaje para el fin del Ramadán, 10 de julio de 2013).

Este Instituto es muy valioso entre las instituciones académicas de la Santa Sede, y tiene necesidad de ser más conocido aún. Es mi deseo que sea cada vez más un punto de referencia para la formación de los cristianos que trabajan en el campo del diálogo interreligioso, bajo la égida de la Congregación para la educación católica y en estrecha colaboración con el Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. Que el Pontificio Instituto de estudios árabes e islámicos, en el camino de profundización de la verdad hacia el pleno respeto de la persona y de su dignidad, establezca una fructuosa colaboración con los demás ateneos pontificios y con los centros de estudio e investigación, tanto cristianos como musulmanes, esparcidos por todo el mundo.

En la feliz circunstancia de este jubileo, deseo que la comunidad del Pontificio Instituto de estudios árabes e islámicos jamás traicione su tarea primaria de escucha y diálogo, fundada en identidades claras, en la búsqueda apasionada, paciente y rigurosa de la verdad y de la belleza, sembradas por el Creador en el corazón de cada hombre y mujer y realmente visibles en toda expresión religiosa auténtica. Os pido, por favor, que recéis por mí, y de corazón os deseo todas las bendiciones.

 



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