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VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A TURÍN

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza Vittorio
Domingo 21 de junio de 2015

[Multimedia]


 

Gracias, Chiara, Sara e Luigi. Gracias porque las preguntas son sobre el tema de las tres palabras del evangelio de san Juan, que hemos escuchado: amor, vida, amigos. Tres palabras que en el texto de san Juan se entrelazan, y una explica la otra: no se puede hablar de la vida en el Evangelio sin hablar del amor —si hablamos de la vida verdadera—, y no se puede hablar del amor sin esta transformación de siervos a amigos. Estas tres palabras son muy importantes para la vida, pero las tres tienen una raíz común: el deseo de vivir. Y aquí me permito recordar las palabras del beato Pier Giorgio Frassati, un joven como vosotros: «¡Vivir, no ir tirando!». ¡Vivir!

Sabéis que es feo ver a un joven «inmóvil», que vive, pero vive como —permitidme la palabra— un vegetal: hace las cosas, pero la vida no es una vida que se mueve, está inmóvil. Y sabéis que me dan tanta tristeza en el corazón los jóvenes que se jubilan a los veinte años. Sí, han envejecido pronto… Por eso, cuando Chiara hacía esa pregunta sobre el amor: lo que hace que un joven no se jubile es el deseo de amar, el deseo de dar lo más hermoso que tiene el hombre, lo más hermoso que tiene Dios, porque la definición de Dios que da san Juan es «Dios es amor». Y cuando el joven ama, vive, crece, no se jubila. Crece, crece, crece y da.

Pero, ¿qué es el amor? «¿Es la telenovela, padre? ¿Lo que vemos en los culebrones televisivos?». Algunos piensan que eso es el amor. Hablar del amor es tan hermoso, se pueden decir cosas hermosas, hermosas, hermosas. Pero el amor tiene dos ejes sobre los que se mueve, y si una persona, un joven, no tiene estos dos ejes, estas dos dimensiones del amor, no es amor. Ante todo, el amor está más en las obras que en las palabras: el amor es concreto. A la familia salesiana, hace dos horas, le hablaba de lo concreto de su vocación… —¡Y veo que se sienten jóvenes, porque están aquí delante! ¡Se sienten jóvenes!—. El amor es concreto, está más en las obras que en las palabras. El amor no es solamente decir: «Te amo, amo a toda la gente». No. ¿Qué haces por amor? El amor se da. Pensad que Dios comenzó a hablar de amor cuando se comprometió con su pueblo, cuando eligió a su pueblo, hizo una alianza con su pueblo, salvó a su pueblo, lo perdonó muchas veces: —¡Dios tiene tanta paciencia!— hizo, hizo gestos de amor, obras de amor. Y la segunda dimensión, el segundo eje sobre el que gira el amor, es que el amor siempre se comunica, es decir, el amor escucha y responde, el amor se manifiesta en el diálogo, en la comunicación: se comunica. El amor no es ni sordo ni mudo, se comunica. Estas dos dimensiones son muy útiles para comprender qué es el amor, que no es un sentimiento romántico del momento o una historia, no, es concreto, está en las obras. Y se comunica, es decir, está en el diálogo, siempre.

Así, Chiara, responderé a tu pregunta: «A menudo nos sentimos desilusionados precisamente en el amor. ¿En qué consiste la grandeza del amor de Jesús? ¿Cómo podemos experimentar su amor?». Y ahora, sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero ser moralista, pero quiero decir una palabra que no gusta, una palabra impopular. También el Papa debe arriesgar algunas veces en las cosas para decir la verdad. El amor está en las obras, en la comunicación, pero el amor es muy respetuoso de las personas, no usa a las personas, es decir, el amor es casto. Y a vosotros, jóvenes en este mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde solamente se publicita el placer, pasarlo bien, darse la buena vida, os digo: sed castos, sed castos.

Todos nosotros en la vida hemos pasado momentos en los que esta virtud era muy difícil, pero es precisamente el camino de un amor genuino, de un amor que sabe dar la vida, que no busca usar al otro para su propio placer. Es un amor que considera sagrada la vida de la otra persona: te respeto, no quiero usarte, no quiero usarte. No es fácil. Todos sabemos las dificultades para superar esta concepción «facilista» y hedonista del amor. Perdonadme si digo una cosa que no os esperabais, pero os pido: haced el esfuerzo de vivir castamente el amor.

Y de esto se deriva una consecuencia: si el amor es respetuoso, si el amor está en las obras, si el amor está en la comunicación, el amor se sacrifica por los demás. Mirad el amor de los padres, de tantas mamás, de tantos papás que por la mañana llegan cansados al trabajo porque no han dormido bien por cuidar a su propio hijo enfermo, ¡esto es amor! Esto es respeto. Esto no es pasarlo bien. Esto es —vayamos a otra palabra clave—, esto es «servicio». El amor es servicio. Es servir a los demás. Cuando Jesús, después del lavatorio de los pies, explicó el gesto a los Apóstoles, enseñó que hemos sido creados para servirnos unos a otros, y si digo que amo pero no sirvo al otro, no ayudo al otro, no le permito ir adelante, no me sacrifico por el otro, esto no es amor. Habéis llevado la cruz [la cruz de la Jornada mundial de la juventud]: allí está el signo del amor. La historia de amor de Dios comprometido en las obras y en el diálogo, con respeto, con perdón, con paciencia durante tantos siglos de historia con su pueblo, termina allí: su Hijo en la cruz, el servicio más grande, que es dar la vida, sacrificarse, ayudar a los demás. No es fácil hablar de amor, no es fácil vivir el amor. Pero con estas cosas que he respondido, Chiara, creo que te he ayudado en algo, en las preguntas que me hacías. No sé, espero que te sean útiles.

Y gracias a ti, Sara, apasionada del teatro. Gracias. «Pienso en las palabras de Jesús: dar la vida». Hemos hablado de ellas ahora. «A menudo respiramos un sentido de desconfianza en la vida». Sí, porque hay situaciones que nos hacen pensar: «Pero, ¿vale la pena vivir así? ¿Qué puedo esperar de esta vida?». Pensemos, en este mundo, en las guerras. Algunas veces he dicho que estamos viviendo la tercera guerra mundial, pero a pedazos. A pedazos: En Europa hay guerra; en África hay guerra; en Oriente Medio hay guerra; en otros países hay guerra… Pero, ¿puedo tener confianza en una vida así? ¿Puedo fiarme de los dirigentes mundiales? Cuando voy a dar el voto a un candidato, ¿puedo confiar en que no lleve a mi país a la guerra? Si solamente te fías de los hombres, ¡has perdido! A mí me hace pensar una cosa: gente, dirigentes, empresarios que dicen ser cristianos, y ¡fabrican armas! Esto causa un poco de desconfianza: ¡dicen ser cristianos! «No, no, padre, no fabrico, no, no… Solamente tengo mis ahorros, mis inversiones en las fábricas de armas». ¡Ah! ¿Y por qué? «Porque los intereses son un poco más altos…». Y también tener dos caras es moneda corriente hoy: decir una cosa y hacer otra. La hipocresía… Pero veamos qué sucedió durante el siglo pasado: en el año 14, 15, concretamente en el 15. Se produjo la gran tragedia de Armenia. Muchos murieron. No sé la cifra: más de un millón, ciertamente. Pero, ¿dónde estaban las grandes potencias de entonces? Miraban hacia otra parte. ¿Por qué? Porque estaban interesadas en la guerra: ¡su guerra! Y estos que mueren, son personas, seres humanos de segunda clase. Después, en los años treinta-cuarenta, la tragedia de la Shoah. Las grandes potencias tenías las fotografías de las líneas ferroviarias que llevaban los trenes a los campos de concentración, como Auschwitz, para asesinar a los judíos, y también a los cristianos, también a los gitanos, también a los homosexuales, para asesinarlos allí. Pero dime, ¿por qué no lo bombardearon? ¡El interés! Y algo después, casi contemporáneamente, los gulags en Rusia: Stalin… ¡Cuántos cristianos sufrieron, fueron asesinados! Las grandes potencias se dividían Europa como una torta. Tuvieron que pasar muchos años antes de llegar a «cierta» libertad. Existe la hipocresía de hablar de paz y fabricar armas, e incluso vender armas a este que está en guerra con aquel, y a aquel que está en guerra con este.

Comprendo lo que dices de la desconfianza en la vida; también hoy estamos viviendo en la cultura del descarte. Porque lo que no tiene utilidad económica, se descarta. Se descarta a los niños, porque no se conciben o porque los asesinan antes de que nazcan; se descarta a los ancianos, porque no sirven y los abandonan para que mueran, una especie de eutanasia escondida, y no los ayudan a vivir; y ahora se descarta a los jóvenes: piensa en ese cuarenta por ciento de jóvenes aquí, sin trabajo. ¡Es precisamente un descarte! Pero, ¿por qué? Porque en el sistema económico mundial el hombre y la mujer no están en el centro, como quiere Dios, sino el dios dinero. Y todo se hace por dinero. En español existe un hermoso dicho que reza así: «Por la plata baila el mono». Y así, con esta cultura del descarte, ¿se puede confiar en la vida con ese sentido de desconfianza que aumenta, aumenta, aumenta? Un joven que no puede estudiar, que no tiene trabajo, que tiene vergüenza de no sentirse digno porque no tiene trabajo, porque no se gana la vida. Pero, ¿cuántas veces estos jóvenes terminan en las dependencias? ¿Cuántas veces se suicidan? Las estadísticas sobre suicidios de jóvenes no se conocen bien. O cuántas veces estos jóvenes van a luchar con los terroristas, al menos para hacer algo, por un ideal. Comprendo este desafío. Y por eso Jesús nos decía que no pongamos nuestra seguridad en las riquezas, en los poderes mundanos. ¿Cómo puedo confiar en la vida? ¿Cómo puedo hacer, cómo puedo vivir una vida que no destruya, que no sea una vida de destrucción, una vida que no descarte a las personas? ¿Cómo puedo vivir una vida que no me desilusione?

Y paso a dar la respuesta a la pregunta de Luigi: él hablaba de un proyecto de comunión, es decir, de unión, de construcción. Debemos ir adelante con nuestros proyectos de construcción, y esta vida no desilusiona. Si te implicas en un proyecto de construcción, de ayuda —pensemos en los niños de la calle, los inmigrantes, en tantos necesitados—, pero no sólo para darles de comer un día, dos días, sino para promoverlos con la educación, con la unidad en la alegría de los oratorios y tantas cosas, pero cosas que construyen, entonces ese sentido de desconfianza en la vida se aleja, se va. ¿Qué debo hacer para esto? No jubilarme muy pronto: hacer. Hacer. Y diré una palabra: hacer a contracorriente. Hacer a contracorriente. Para vosotros, jóvenes que vivís esta situación económica, también cultural, hedonista, consumista, con los valores de «burbujas de jabón», con estos valores no se va adelante. Hacer cosas constructivas, aunque pequeñas, pero que nos reúnan, nos unan entre nosotros, con nuestros ideales: este es el mejor antídoto contra esta desconfianza en la vida, contra esta cultura que solamente te ofrece el placer: pasarlo bien, tener dinero y no pensar en otras cosas.

Gracias por las preguntas. A ti, Luigi, te he respondido en parte, ¿no? Hacer a contracorriente, es decir, ser valiente y creativo, ser creativo. El verano pasado recibí, una tarde —era agosto… Roma estaba muerta— me había hablado por teléfono un grupo de muchachos y muchachas que estaban haciendo campismo en varias ciudades de Italia, y vinieron a verme —les había dicho que vinieran a verme—, pero pobres, todos sucios, cansados…, pero ¡felices! ¡Porque habían hecho algo «a contracorriente»!

Tantas veces las publicidades quieren convencernos de que esto es hermoso, de que esto es bueno, y nos hacen creer que son «diamantes»; pero, mirad, ¡nos venden vidrio! Y debemos ir contra esto, no ser ingenuos. No comprar basuras, que nos dicen que son diamantes.

Y, para terminar, quiero repetir las palabras de Pier Giorgio Frassati: Si queréis hacer algo bueno en la vida, vivid, no vayáis tirando. ¡Vivid!

Pero sois inteligentes y seguramente me diréis: «Pero, padre, usted habla así porque está en el Vaticano, tiene a tantos monseñores allí que le hacen el trabajo, usted está tranquilo y no sabe qué es la vida de cada día...». Y sí, alguno puede pensar así. El secreto es comprender bien dónde se vive. En esta tierra —y esto también lo dije a la familia salesiana—, a fines del siglo XIX, había condiciones más difíciles para el crecimiento de la juventud: estaba la masonería en pleno, incluso la Iglesia no podía hacer nada, estaban los anticlericales, también estaban los satanistas… Era uno de los momentos más difíciles y uno de los lugares más feos de la historia de Italia. Pero si queréis hacer una hermosa tarea en casa, buscad cuántos santos y cuántas santas nacieron en aquel tiempo. ¿Por qué? Porque se dieron cuenta de que debían ir a contracorriente respecto a esa cultura, a ese modo de vivir. La realidad, vivir la realidad. Y si esta realidad es vidrio y no diamante, busco la realidad a contracorriente y construyo mi realidad, pero una cosa que esté al servicio de los demás. Pensad en vuestros santos de esta tierra, ¡qué hicieron!

Y gracias, gracias, muchas gracias. Siempre amor, vida, amigos. Pero solamente se pueden vivir estas palabras «en salida»: saliendo siempre para llevar algo. Si permaneces inmóvil, no harás nada en la vida y arruinarás la tuya.

Me olvidaba de deciros que ahora os entregaré el discurso escrito. Conocía vuestras preguntas, y escribí algo sobre vuestras preguntas; pero no es lo que he dicho, esto me ha venido del corazón; y entrego el discurso al encargado, y tú lo haces público [entrega los papeles al sacerdote encargado de la pastoral juvenil]. Aquí sois muchos los universitarios, pero guardaos de creer que la universidad es solamente estudiar con la cabeza: ser universitario también significa salir, salir a servir, sobre todo a los pobres. Gracias.

 


Discurso preparado por el Santo Padre:

Queridos jóvenes:

Os agradezco esta acogida calurosa. Y gracias por vuestras preguntas, que nos llevan al corazón del Evangelio.

La primera, sobre el amor, nos interroga sobre el sentido profundo del amor de Dios, ofrecido a nosotros por el Señor Jesús. Él nos muestra hasta dónde llega el amor: hasta el don total de sí mismos, hasta dar la propia vida, como contemplamos en el misterio de la Sábana Santa, cuando en ella reconocemos la imagen del «amor más grande». Pero este don de nosotros mismos no se debe imaginar como un insólito gesto heroico o reservado para algunas ocasiones excepcionales. Podríamos, en efecto, correr el peligro de cantar el amor, de soñar el amor, de aplaudirle al amor... sin dejarnos tocar y abrazar por él. La grandeza del amor se revela en atender a quien tiene necesidad, con fidelidad y paciencia; por lo que en el amor es grande quien sabe hacerse pequeño para los demás, como Jesús que se hizo siervo. Amar es hacerse próximo, tocar la carne de Cristo en los pobres y los últimos, abrir a la gracia de Dios las necesidades, los llamamientos, las soledades de las personas que nos rodean. El amor de Dios, entonces, entra, transforma y hace grandes las cosas pequeñas, las convierte en signo de su presencia. San Juan Bosco es para nosotros maestro, precisamente por su capacidad de amar y educar a partir de la cercanía que él vivía con los niños y los jóvenes.

A la luz de esta transformación, fruto del amor, podemos responder a la segunda pregunta, sobre la desconfianza en la vida. La falta de trabajo y de perspectivas para el futuro ciertamente contribuye a frenar el movimiento mismo de la vida, poniendo a muchos a la defensiva: pensar en sí mismos, gestionar tiempo y recursos en función del propio bien, limitar los riesgos de cualquier generosidad... Son todos síntomas de una vida paralizada, preservada a todos los costes y que, al final, puede llevar también a la resignación y al cinismo. Jesús nos enseña, en cambio, a recorrer el camino contrario: «el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9, 24).

Eso significa que no debemos esperar circunstancias externas favorables para arriesgarnos, sino que, al contrario, sólo comprometiendo la vida —conscientes de perderla— podemos crear para los demás y para nosotros las condiciones de una confianza nueva para el futuro. Y aquí el pensamiento se dirige espontáneamente a un joven que entregó verdaderamente así su vida, tanto que llegó a ser modelo de confianza y audacia evangélica para las jóvenes generaciones de Italia y el mundo: el beato Pier Giorgio Frassati. Uno de sus lemas era: «Vivir, no ir tirando». Este es el camino para experimentar en plenitud la fuerza y la alegría del Evangelio. Así, no sólo reencontraréis la confianza en el futuro, sino que seréis capaces de generar esperanza entre vuestros amigos y en los ambientes en los que vivís.

Una gran pasión de Pier Giorgio Frassati era la amistad. Y vuestra tercera pregunta decía, precisamente: ¿Cómo vivir la amistad de modo abierto, capaz de transmitir la alegría del Evangelio? Supe que esta plaza en la que nos encontramos, por las tardes de los viernes y sábados, es muy frecuentada por jóvenes. Sucede así en todas nuestras ciudades y países. Pienso que también algunos de vosotros os encontráis aquí o en otras plazas con vuestros amigos. Y entonces os hago una pregunta: —cada uno piense y responda para sí— en esos momentos, cuando estáis en compañía, sois capaces de «transparentar» vuestra amistad con Jesús en las actitudes, en el modo de comportaros? ¿Pensáis de vez en cuando, también en el tiempo libre, en el descanso, que sois pequeños sarmientos unidos a la Vid que es Jesús? Os aseguro que pensando con fe en esta realidad, sentiréis fluir en vosotros la «savia» del Espíritu Santo, daréis fruto, casi sin daros cuenta: sabréis ser valientes, pacientes, humildes, capaces de compartir, pero también de diferenciaros, de gozar con quien goza y de llorar con quien llora, sabréis querer a quien no os quiere, responder al mal con el bien. Y, así, anunciaréis el Evangelio.

Los santos y santas de Turín nos enseñan que cada renovación, también la de la Iglesia, pasa a través de nuestra conversión personal, a través de esa apertura de corazón que acoge y reconoce las sorpresas de Dios, impulsados por el «amor más grande» (cf. 2 Cor 5, 14), que nos hace amigos también de las personas solas, que sufren y son marginadas.

Queridos jóvenes, juntos con estos hermanos y hermanas mayores que son los santos, en la familia de la Iglesia nosotros tenemos una Madre, no lo olvidemos. Deseo que os encomendéis plenamente a esta tierna Madre, que indicó la presencia del «amor más grande» precisamente en medio de los jóvenes, en una fiesta de bodas. La Virgen «es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas» (Ex. ap. Evangelii gaudium, 286). Pidamos para que no deje que nos falte el vino de la alegría.

Gracias a todos vosotros. Dios os bendiga a todos. Y, por favor, rezad por mí.

 



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