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VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A POMPEYA Y NÁPOLES

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
EN EL PASEO MARÍTIMO CARACCIOLO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Nápoles
Sábado 21 de marzo de 2015

[Multimedia]


 

(Pregunta de Bianca, una joven)

En nombre de todos los jóvenes le doy la bienvenida a Nápoles. Santidad, usted nos enseña que el apóstol debe esforzarse por ser una persona amable, serena, entusiasta y alegre, que transmite alegría donde sea que se encuentre, y esto vale para nosotros. Sin embargo, es también grande el hambre de sueños y esperanzas que hay en nuestro corazón, por lo que a menudo se hace difícil conjugar los valores cristianos que llevamos dentro con los horrores, las dificultades y las corrupciones que nos rodean en la vida diaria. Padre Santo, en medio de tales «silencios de Dios», ¿cómo sembrar brotes de alegría y semillas de esperanza para hacer fructificar la tierra de la autenticidad, la verdad, la justicia, el amor verdadero, que supera todo límite humano?

(Santo Padre)

Disculpadme si estoy sentado, pero estoy verdaderamente cansado, porque vosotros napolitanos hacéis que me mueva... Dios, nuestro Dios, es un Dios de las palabras, es un Dios de los gestos, es un Dios de los silencios. El Dios de las palabras, lo sabemos porque en la Biblia están las palabras de Dios: Dios nos habla, nos busca. El Dios de los gestos es el Dios que sale al encuentro. Pensemos en la parábola del buen pastor que va a buscarnos, que nos llama por nombre, que nos conoce mejor que nosotros mismos, que siempre nos espera, que siempre nos perdona, que siempre nos comprende con gestos de ternura. Y luego el Dios del silencio. Pensad en los grandes silencios en la Biblia: por ejemplo el silencio en el corazón de Abrahán, cuando iba con su hijo para ofrecerlo en sacrificio. Dos días subiendo al monte, pero él no lograba decir nada al hijo, incluso si el hijo, que no era tonto, intuía. Y Dios callaba. Pero el más grande silencio de Dios fue la Cruz: Jesús escuchó el silencio del Padre, hasta definirlo «abandono»: «Padre, ¿por qué me has abandonado?». Y luego sucedió ese milagro de Dios, esa palabra, ese gesto grandioso que fue la Resurrección. Nuestro Dios es también el Dios de los silencios y existen silencios de Dios que no se pueden explicar si no miras al Crucificado. Por ejemplo, ¿por qué sufren los niños? ¿Cómo me explicas esto? ¿Dónde encuentras una palabra de Dios que explique por qué sufren los niños? Este es uno de los grandes silencios de Dios. Y el silencio de Dios no digo que se puede «comprender», pero podemos acercarnos a los silencios de Dios mirando a Cristo crucificado, a Cristo que muere, a Cristo abandonado, desde el Huerto de los Olivos hasta la Cruz. Estos son los silencios. «Pero Dios nos creó para ser felices». —«Sí, es verdad». Y Él muchas veces calla. Y esta es la verdad. Yo no puedo engañarte diciendo: «No, ten fe e irá todo bien, serás feliz, tendrás buena suerte, tendrás dinero...»: No, nuestro Dios también guarda silencio. Recuerda: es el Dios de las palabras, el Dios de los gestos y el Dios de los silencios, estas tres cosas las debes unir en tu vida. Esto es lo que se me ocurre decirte. Discúlpame. No tengo otra «receta».

(Pregunta de Erminia, anciana de 95 años)

Padre Santo, me llamo Erminia, tengo 95 años. Doy gracias a Dios por el don de una vida larga. Y también le agradezco a usted porque no pierde ocasión para defenderla. ¡Se necesita tanto hacerlo! Porque es un don que en nuestra sociedad parece causar miedo y a menudo se rechaza y descarta. Con el paso de los años me encontré sola tras la muerte de mi marido, más frágil y necesitada de ayuda. Tuve miedo de tener que dejar mi casa y acabar en cualquier residencia, en uno de esos «depósitos para viejos» de los que usted ha hablado. Así, muchas veces los ancianos se ven impulsados a preguntarse si su vida aún tiene sentido. Tuve la gracia de encontrar una comunidad cristiana que no perdió su espíritu y donde se vive el afecto y la gratuidad. De este modo, en mi vejez, llegaron «ángeles», como les llamo yo, jóvenes y menos jóvenes que me ayudan, me visitan, me sostienen en las dificultades de cada día. La amistad con ellos me ha dado mucha fuerza y mucho ánimo. También rezar juntos me ayuda mucho: soy débil, pero rezando por los pobres, los enfermos, los necesitados del mundo, por la paz, por el bien de la Iglesia, y también por el Papa, encuentro la fuerza para ayudar y proteger a los demás. De este modo, quienes ayudan y quienes reciben ayuda forman una única familia: jóvenes y ancianos juntos. ¿Cómo podemos vivir todos nosotros en mayor medida una Iglesia que sea familia de todas las generaciones, sin descartar a los ancianos y haciéndoles sentir parte viva de la comunidad?

(Santo Padre)

Tome asiento, porque cuando escucho que usted tiene 95 años, tengo ganas de decir: pero si usted tiene 95 años, yo soy Napoleón. ¡Enhorabuena por cómo los lleva! Usted dijo una palabra clave de nuestra cultura: «descartar». Los ancianos son descartados, porque esta sociedad tira lo que no es útil: usa y tira. Los niños no son útiles: ¿para qué tener niños? Mejor no tenerlos. Pero yo igualmente tengo afecto, me arreglo incluso con un perrito y un gato. Nuestra sociedad es así: ¡cuánta gente prefiere descartar a los niños y consolarse con el perrito o con el gato! Se descartan a los niños, se descartan a los ancianos, porque se les deja solos. Nosotros ancianos tenemos achaques, problemas, y llevamos problemas a los demás, y la gente tal vez nos descarta por nuestros achaques, porque ya no servimos. Y está también esa costumbre —disculpadme la palabra— de dejarlos morir, y como nos gusta tanto usar eufemismos, decimos una palabra técnica: eutanasia. Pero no sólo la eutanasia realizada con una inyección —y te mando al otro lado— sino la eutanasia oculta, la de no darte las medicinas, no proporcionarte los tratamientos, haciendo triste tu vida, y así se muere, se acaba.

Este camino, que usted dice haber encontrado, es la mejor medicina para vivir largo tiempo: la cercanía, la amistad, la ternura. A veces pregunto a los hijos que tienen padres ancianos: ¿estáis cercanos a vuestros padres ancianos? Y si los tenéis en una residencia —porque en casa sucede que no se pueden tener por el hecho de que trabajan tanto el papá como la mamá—, ¿vais a visitarlos? En la otra diócesis, cuando visitaba las residencias, me encontré muchos ancianos a quienes preguntaba: «¿Y vuestros hijos?». «Bien, bien, bien». «¿Vienen a visitaros?». Se quedaban callados y yo me daba cuenta inmediatamente... «¿Cuándo vinieron la última vez?». «Por Navidad», y estábamos en el mes de agosto. Los dejan allí sin afecto, y el afecto es la medicina más importante para un anciano. Todos necesitamos afecto, y con la edad aún más. A vosotros, hijos, que tenéis padres ancianos, os pido que hagáis un examen de conciencia: ¿cómo vives el cuarto mandamiento? ¿Vas a visitarlos? ¿Les brindas ternura? ¿Pasas tiempo con tu papá o con tu mamá ancianos? Me gusta contar una historia que cuando era niño me contaban en casa. Había un abuelo que vivía con el hijo, la nuera y los nietos. Pero el abuelo envejeció y al final, pobrecillo, cuando comía, tomaba la sopa y se ensuciaba un poco. Un día el papá decidió que el abuelo ya no comiera en la mesa de la familia porque no quedaba bien, no se podía invitar a los amigos. Hizo comprar una mesita y el abuelo comía solo en la cocina. La soledad es el veneno más grande para los ancianos. Un día, el papá al regresar del trabajo encuentra al hijo de cuatro años jugando con madera, clavos y un martillo. Y le dijo: «¿Qué haces?». «Una mesita, para que cuando seas anciano puedas comer allí». Lo que se siembra, se recoge. A vosotros, hijos, os recuerdo el cuarto mandamiento. ¿Das afecto a tus padres, los abrazas, les dices que los quieres? Si gastan mucho dinero en medicinas, ¿los reprendes? Haced un buen examen de conciencia. El afecto es la medicina más grande para nosotros ancianos. Este testimonio que da usted, con sus amigos —¡que son buenos!— debe contarlo mucho, para que la gente se anime a hacer lo mismo. Nunca descartar a un anciano. Nunca.

(Pregunta de la familia Russo)

Santidad, usted nos dijo recientemente que hay que comunicar la belleza de la familia, en cuanto que es el lugar privilegiado del encuentro de la gratuidad del amor. El desafío requiere compromiso, conocimiento y resistencia a las corrientes contrarias, reconsiderando la capacidad de elecciones valientes que defienden el sentido auténtico de la familia como recurso de la sociedad y como medio privilegiado de transmisión de la fe. Usted nos incita a «no dejarnos robar la esperanza», pero en una ciudad como Nápoles, patria de tantos santos pero también sede de tantos sufrimientos y contradicciones donde la familia se ve atacada, ¿cómo podemos construir una pastoral de la familia en salida, a la ofensiva y no replegada en la defensa, y que cuente a todos su belleza? ¿Cómo podemos conjugar nuestra excesiva secularidad con la espiritualidad e, inspirándonos en las palabras de nuestro arzobispo, «abrid paso a la esperanza»?

(Santo Padre)

La familia está en crisis: esto es verdad, no es una novedad. Los jóvenes no quieren casarse, prefieren convivir, tranquilos y sin compromisos; luego, si viene un hijo se casarán obligados. Hoy no está de moda casarse. Además, muchas veces en los matrimonios por la Iglesia pregunto: «Tú que vienes a casarte, ¿lo haces porque de verdad quieres recibir de tu novio y de tu novia el Sacramento, o vienes porque socialmente se debe hacer así?». Sucedió hace poco que, tras una larga convivencia, una pareja que yo conozco decidió casarse. «¿Y cuándo?». «Todavía no lo sabemos, porque estamos buscando la iglesia que armonice con el vestido, y luego estamos buscando que el restaurante esté cerca de la iglesia, y además tenemos que hacer los recuerdos, y luego...». «Pero dime, ¿con qué fe te casas?». La crisis de la familia es una realidad social. Luego están las colonizaciones ideológicas sobre las familias, modalidad y propuestas que existen en Europa y vienen incluso de más allá del oceáno. Luego ese error de la mente humana que es la teoría del gender, que crea tanta confusión. Así la familia se ve atacada. ¿Qué se puede hacer con la secularización en acción? ¿Cómo proceder con estas colonizaciones ideológicas? ¿Qué se puede hacer con una cultura que no considera a la familia, donde se prefiere no casarse? Yo no tengo la receta. La Iglesia es consciente de esto y el Señor ha inspirado convocar el Sínodo sobre la familia, sobre tantos problemas. Por ejemplo, el problema de la preparación al matrimonio por la Iglesia. ¿Cómo se preparan las parejas que vienen a casarse? Algunas veces se hacen tres charlas... ¿Es suficiente esto para verificar la fe? No es fácil. La preparación al matrimonio no es cuestión de un curso, como podría ser un curso de idiomas: convertirse en esposo en ocho lecciones. La preparación al matrimonio es otra cosa. Debe comenzar en casa, con los amigos, en la juventud, en el noviazgo. El noviazgo perdió el sentido sagrado del respeto. Hoy, normalmente, noviazgo y convivencia son casi la misma cosa. No siempre, porque existen hermosos ejemplos... ¿Cómo preparar un noviazgo que madure? Porque cuando el noviazgo es bueno, llega a un punto que tienes que casarte, porque ha madurado. Es como la fruta: si no la recoges cuando está madura, después no es lo mismo. Pero es toda una crisis, y os pido que recéis mucho. Yo no tengo recetas para esto. Pero es importante el testimonio del amor, el testimonio del modo de resolver los problemas.

En el matrimonio también se pelea y... vuelan los platos. Doy siempre un consejo práctico: pelead hasta que queráis, pero no acabéis el día sin hacer las paces. Para hacer esto no es necesario ponerse de rodillas, es suficiente una caricia, porque cuando se discute, hay algo de rencor dentro, y si hay reconciliación inmediatamente, todo está bien. El rencor frío del día anterior es mucho más difícil de quitar, por lo tanto haced las paces el mismo día. Es un consejo. Además es importante preguntar siempre al otro si le gusta o no le gusta algo: sois dos, el «yo» no es muy válido en el matrimonio, lo que cuenta es el «nosotros». Es también verdad lo que se dice de los matrimonios: alegría en dos, tres veces alegría; pena y dolor en dos, media pena, medio dolor. Así hay que vivir la vida matrimonial y esto se hace con la oración, mucha oración y con el testimonio, para que el amor no se apague. Porque siempre hay pruebas difíciles en la vida, no se puede tener la ilusión de encontrar a otra persona y decir: «Ah, si yo hubiese conocido a esta antes o a este antes, me hubiese casado con este o con esta». Pero no lo has conocido antes, ha llegado tarde. ¡Cierra inmediatamente la puerta! Estad atentos a estas cosas y seguid adelante con vuestro testimonio y de este modo vuelvo al inicio: la familia está en crisis y no es fácil dar una respuesta, pero es necesario el testimonio y la oración.

(Al final del encuentro)

Os doy las gracias por esta acogida y los testimonios. Y os pido que recéis por mí. Os pido que recéis por los jóvenes: hoy es el primer día de primavera, el día de la esperanza, el día de los jóvenes. Tal vez cada primavera se retoma el camino de la juventud, se florece otra vez. A los jóvenes repito: no perdáis la esperanza de seguir siempre adelante. A los ancianos: llevad hacia delante la sabiduría de la vida; los ancianos son como el buen vino cuando envejece. Y el buen vino tiene algo bueno que sirve tanto a los jóvenes como a los ancianos. Jóvenes y ancianos juntos: los jóvenes tienen la fuerza, los ancianos la memoria y la sabiduría. Un pueblo que no atiende a los jóvenes, que los deja sin trabajo, desocupados, y que no cuida a los ancianos, no tiene futuro. Si queremos que nuestro pueblo tenga futuro, tenemos que cuidar a los jóvenes buscando para ellos trabajo, buscando para ellos vías de salida de esta crisis, dándoles valores con la educación; y tenemos que cuidar a los ancianos que son quienes traen la sabiduría de la vida. Ahora recemos a la Virgen y a san José para que protejan a los jóvenes, a los ancianos y a las familias: [Ave María...] Ahora me despido de Nápoles porque regreso a Roma. Os deseo lo mejor y «‘ca Maronna v’accumpagne!».

 



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