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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL HOSPITAL PEDIÁTRICO «BAMBINO GESÙ» DE ROMA*

Aula Pablo VI
Jueves 15 de diciembre de 2016

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Queridos amigos, ¡buenos días!

Me da mucho gusto reunirme con vosotros. Gracias por haber venido y  por vuestros testimonios. Le agradezco a la presidenta Mariella Enoc sus amables palabras.

Valentina, tu pregunta sobre los niños que sufren es grande y difícil. No tengo una respuesta, creo que es bueno que esta cuestión quede abierta. Ni siquiera Jesús respondió con palabras. Frente a algunos casos, sucedidos en aquel entonces, de inocentes que habían sufrido en circunstancias trágicas, Jesús no pronunció un sermón, ni un discurso teórico. Se puede hacer, ciertamente, pero él no lo hizo. Viviendo entre nosotros, no nos ha explicado por qué sufrimos. Nos ha enseñado, en cambio, el camino para atribuir sentido incluso a esta experiencia humana: no ha explicado por qué se sufre, pero soportando con amor el sufrimiento nos ha mostrado por quién se ofrece . No por qué, sino por quién. El ofreció su vida por nosotros, y con este don, que le costó tanto, nos ha salvado. Y el que sigue a Jesús hace lo mismo: más que buscar los porqués, vive cada día por y para.

Valentina ha sido exigente y también ha pedido una “medicina” para los que están en contacto con el sufrimiento. Es una buena petición; yo diría sólo una pequeña cosa, que se puede aprender de los niños: redescubrir cada día el valor de la gratitud, sabiendo cómo decir gracias. Se lo enseñamos a los niños y luego nosotros, los adultos, no lo hacemos. Pero decir gracias, simplemente porque estamos frente a una persona, es un medicamento contra el enfriarse de la esperanza, que es una desagradable enfermedad contagiosa. Decir gracias alimenta la esperanza, la esperanza en la que, como dice San Pablo, hemos sido salvados. La esperanza es el “combustible” de la vida cristiana, que nos mueve todos los días. Entonces, es bueno vivir como personas agradecidas, como hijos de Dios sencillos y alegres, pequeños y gozosos.

Dino, tu has hablado de la belleza de las cosas pequeñas. Puede parecer una lógica perdedora, sobre todo hoy, con la mentalidad del aparentar que exige resultados inmediatos, éxito, visibilidad. En su lugar, pensad en Jesús: la mayor parte de su vida en esta tierra fue oculta; creció en su familia sin prisas, aprendiendo y trabajando cada día, compartiendo las penas y alegrías de los suyos. La Navidad nos dice que Dios no se ha hecho fuerte y poderoso, sino frágil y débil como un niño.

Dino, mientras hablaba de cómo vive esta pequeñez, pedía, sin embargo, espacios más grandes. Es justo. Vivimos en una época en que los espacios y los tiempos se reducen cada vez más. Se corre mucho y hay menos espacios: no sólo de aparcamiento para los coches, sino también de lugares de encuentro; no sólo de tiempo libre, sino de tiempo para detenerse y encontrarse. Hay una gran necesidad de tiempo y espacios más humanos. Por lo que sé, el hospital del Bambino Gesù en el curso de su historia se ha desarrollado respondiendo precisamente a las muchas necesidades que se presentaban poco a poco; se han abierto otras sedes y los servicios se han desplazado para ofrecer nuevos espacios a los pacientes, a las familias, a los investigadores. Esta historia debe ser recordada, ¡es la mejor premisa para el futuro! A pesar de los espacios estrechos, los horizontes se han ampliado: el “Bambin Gesù” no ha mirado a sus limitaciones, sino que ha creado nuevos espacios, y muchos proyectos, incluso muy lejos, en otros continentes. Esto nos dice que la calidad de la atención no depende sólo de los aspectos logísticos, sino de los espacios del corazón. Es esencial ensanchar los espacios del corazón: la Providencia no dejará de pensar en los espacios concretos!

Tu Luca, preguntabas, cual debería ser la marca del “Bambin Gesù”, además de la competencia profesional, sin duda indispensable. A un joven cristiano como Luca, que después de los estudios se asoma al mundo del trabajo, —que debe estar abierto a los jóvenes, no solamente al mercado— le recomendaría dos ingredientes. El primero es mantener vivos los sueños. Los sueños nunca se pueden anestesiar, ¡aquí la anestesia está prohibida! Dios mismo, como escucharemos en el evangelio del próximo domingo, comunica a veces a través de los sueños; pero sobre todo nos invita a realizar grandes sueños, aunque sea difícil. Nos insta a no dejar de hacer el bien, a que no se apague nunca el deseo de vivir grandes proyectos. Me gusta pensar que Dios tiene sueños, incluso en este momento, para cada uno de nosotros. Una vida sin sueños, no es digna de Dios, no es cristiana una vida cansada y resignada, donde uno se contenta, va tirando, sin entusiasmo.

Yo añadiría un segundo ingrediente, después de los sueños: el don . Serena nos ha dado testimonio de la fuerza del que da. Después de todo, se puede vivir persiguiendo dos objetivos diferentes: poniendo en primer lugar el tener o el dar. Se puede trabajar, apuntando principalmente a ganar, o tratando de dar lo mejor de uno mismo para el beneficio de todos. En este caso, el trabajo, a pesar de todas las dificultades, se convierte en una contribución al bien común; a veces incluso en una misión. Y siempre nos enfrentamos a este dilema: por un lado, hacer algo por mis intereses, por el éxito, para que reconozcan mis méritos; por el otro, seguir la intuición de servir, de dar, de amar. A menudo se mezclan los dos, van juntos, pero siempre es importante reconocer cual tiene la prioridad. Cada mañana se puede decir: ahora tengo que ir allí, hacer este trabajo, encontrar gente, hacer frente a los problemas; pero voy a vivir este día como lo haría el Señor, no como una carga —que luego pesa especialmente sobre los otros que son los que me tienen que aguantar—, sino como un don. Es mi turno de hacer un poco de bien, de llevar a Jesús, para dar testimonio no de palabra, sino de hecho. Todos los días se puede salir de casa con el corazón un poco encerrado en sí mismo, o con el corazón abierto, listos para encontrarse, para donar. Da mucha más alegría vivir con un corazón abierto que con uno cerrado ¿Estáis de acuerdo? Os deseo entonces una Navidad así, de vivir con un corazón abierto, conservando este hermoso espíritu de familia, y os doy muchas gracias.


* Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede

 



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